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Dudó si debía aceptar su invitación. Su mano quedó ligeramente tendida en el aire, a medio camino de unirse con la del soldado.

—Me gusta bailar —aclaró—, pero no conozco los pasos de este tipo de bailes.

—Yo tampoco —contestó el moreno con sinceridad.

Alisa frunció las cejas y parpadeó perpleja ante su respuesta. Harkan aprovechó entonces para tomar su mano y acercarse un paso más. Le colocó el brazo tras su cuello y se pegó a ella de golpe, provocando que la muchacha contuviese el aliento por la sorpresa. Los dedos de Alisa rozaban los cortos bellos marrones sobre la nuca del chico.

Harkan ladeó la cabeza, gesto que hacía siempre que la observaba como si quisiese adueñarse de sus pensamientos. 

—No me gusta bailar, pero contigo bailaría toda la noche si hiciese falta.

La chica sintió que el corazón le latía cada vez más de prisa. Con el soldado tan cerca de su rostro y su cuerpo, apenas se atrevía a exhalar con la boca para evitar que su aliento le chocase en las mejillas y el vaivén de su pecho al respirar rozase el del chico. 

No dijo nada, y aquello hizo que el muchacho le mostrase una diminuta sonrisa ladeada, consciente de que sus palabras parecían haber tenido cierto efecto sobre ella. Colocó las manos en sus caderas, sobre la tela roja aterciopelada. Después movió ligeramente la barbilla a un lado, señalando a los demás invitados, sin despegar sus ojos grises de los suyos. Sus palabras sonaron tan bajo que Alisa intentó ignorar el latido de su corazón, que le resonaba en los oídos, para poder escucharlo bien.

—Si no quieres que nos miren mal y sospechen de nosotros, deberíamos hacer algo que nos ayude a camuflarnos entre los demás. Unos cuantos pasos discretos y habremos llegado al otro lado de la sala, justo donde están las escaleras que dan al segundo piso. 

Alisa comprendió entonces que el soldado ya estaba pensando en la misión, y aquello le hizo recobrar un poco la visión de la realidad. Puede que ella fuese la única emocionada y a la vez exaltada ante la idea de bailar juntos. Puede que ella fuese la única tonta que no sabía cómo pedirle a su corazón que se callase. La mente de Harkan era diferente de la de todos los demás seres humanos que había conocido. Todo funcionaba a través de pura lógica y justicia, y podría asegurar que su corazón estaba oxidado y que había pocas cosas que lo alteraran; que lo hiciesen latir. 

Pero si eso era así, si de verdad era la única afectada por su cercanía y su presencia, deseaba pedirle que no la mirase con aquellos ojos. Si lo seguía haciendo, no le molestaría seguir mintiéndose a sí misma. 

La mirada de Alisa se desvió hacia las escaleras. Parecía que al entrar ambos habían pensado exactamente lo mismo.  Entonces Alisa asintió, dispuesta a seguir su estrategia y llegar así a la segunda planta.

—Bailemos.

Sus cuerpos comenzaron a balancearse lentamente de un lado para otro, con movimientos más delicados de los que Alisa había esperado. Pese a que intentó ignorar la sensación, Alisa era consciente de la presión de los dedos del muchacho sobre el vestido. Repasó con la mirada su corbata roja y los pliegues de su traje.

Avanzaron dando pequeños pasos por el salón, tan diminutos que pensó que tardarían siglos en cruzar bailando la enorme sala. La falda de su vestido se balanceaba de un lado a otro mientras creaban su propia forma de bailar un vals. Alisa desvió la mirada de sus pies hacia el resto de invitados que los rodeaban. Intentó captar los pasos que seguían las parejas para aprender de alguna forma cómo debían hacerlo, y no tardó mucho en darse cuenta de cuál era el juego de pies exacto que sus compañeros de danza ejecutaban. 

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora