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Durante el viaje de vuelta se le olvidó ser consciente del mundo que la rodeaba. Tan solo se dedicó a caminar siguiendo sus recuerdos, haciendo memoria para saber dónde ir mientras lucía una sonrisa en la cara. 

Encontrarse con Kane había sido un regalo que agradecía con creces. Saber que tenía alguien más en quien apoyarse si lo necesitaba a partir de ahora le serenaba el corazón. Tanto, que se permitió pasear de vuelta a casa tan solo disfrutando del fresco aire invernal contra su piel, de las bonitas luces que iluminaban las calles y del murmullo del inicio de la vida nocturna cerca del Barrio de los Artistas. 

Su reciente encuentro la llevó a deslizarse tiempo atrás en su memoria, a recordar los viejos días en los que el mundo estaba a punto de caérsele encima. 

El día que recibió la noticia de la muerte de sus padres dejó de permitirse a sí misma ser una adolescente común y corriente. Tan solo tenía catorce años, por lo que su madurez siquiera estaba en desarrollo. Le tocó encargarse de ella misma y de un niño de cinco años por el resto de sus días. Cuidarse y mantenerse fuertes hasta ser lo suficientemente mayores como para no necesitar depender el uno del otro. Aunque para eso tenían que pasar demasiados años.

Aquella mañana era como otra más. La noche anterior, sus padres habían recibido una extraña carta. Según las explicaciones de su padre, una familiar de su madre estaba a punto de fallecer. Su abuela, si no recordaba mal, aunque ella nunca la conoció. Por lo que les rogaban que fuesen a verla para cumplir una de sus últimas voluntades. Alisa recordaba que, tras leer aquel diminuto papel, su madre había llorado mucho. 

Dijeron que no tardarían. Que en un par de días estarían de vuelta. El viaje era largo, puesto que la abuela vivía a las afueras de Veltimonde, pasada la frontera sur del distrito trébol, pero pronto estarían en casa. Por eso mismo, ella era la responsable de su hermano en su ausencia. Estaban de vacaciones escolares, por lo que no tenía que llevarlo al colegio, pero sí tenía que alimentarlo y vigilarlo en todo momento. Su hermano siempre había sido muy curioso, a veces se acercaba a cosas que no debía, o tenía ideas algo estrafalarias, por lo que debía echarle un ojo en todo momento.

Por todo esto, había esperado que tardasen unos días más en tocar a la puerta. En ese momento, corrió emocionada tras oír el sonido del timbre, pero cuando la abrió se le cayó el alma a los pies. Un agente la esperaba al otro lado, con su uniforme verde oliva y cara incómoda. Por supuesto, las noticias que iba a dar no eran buenas, y encontrar que tenía que contárselas a una niña no debía ser agradable. Desde su posición, Alisa pudo ver a otro compañero del soldado, del mismo rango, que descansaba apoyado en el capó de un coche. 

El soldado se aclaró la garganta.

—¿Es usted familiar de Karel Parvaiz y Mei Draven?

Al oír el nombre de sus padres, Alisa empezó a sentir que el desayuno escalaba por su garganta, dispuesto a salir a saludar. Asintió sin ser capaz de abrir la boca para contestar.

—Siento tener que comunicarle que ambos han fallecido... ¿Es usted su hija?

Alisa sintió que el suelo se derrumbaba bajo sus pies y que todo el mundo se le venía encima. Empezó a visualizar unas pequeñas manchas negras en el borde de su visión que amenazaban con llevarla a un estado de inconsciencia, pero entonces oyó la voz de Ciro y sus pequeños pasitos corriendo por el pasillo. Se obligó a sí misma a mantener la compostura, a no derrumbarse.

—¿Mamá y papá ya han vuelto?

Su voz brillaba de alegría, tan tierna que Alisa estuvo a punto de echarse a llorar. Apretó los labios y, como pudo, hizo acopio de fuerzas para afrontar la situación.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora