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Marchó pasillo arriba, aumentando el ritmo de sus pasos lo máximo que la imagen de naturalidad que pretendía ofrecer al resto le permitía. Había arrastrado el cuerpo del muchacho como sus fuerzas le habían permitido. Lo cierto es que era más pesado y fornido de lo que esperaba, pero cuando consiguió alzar el torso del chico en brazos, se las arregló para dejarlo sentado sobre una de las butacas púrpuras, con la cabeza hacia un lado.

Tras eso, se había asegurado de que no había nadie cerca mirando a través de una rendija abierta de la puerta. Cero guardias a la vista. Parecía que Darko no la había considerado una amenaza suficientemente digna de necesitar escolta. Algo curioso, dado que la tenían por una criminal, y por ese mismo motivo la habían mantenido sedada durante tres días. Estaba segura de que, de haberlo necesitado, Darko había debido pensar que con sus propias fuerzas era suficiente, pero era evidente que la había tomado por sorpresa y las cosas no habían salido como el muchacho había imaginado.

Alisa, en cambio, estaba eufórica, con el corazón martilleándole en el pecho con un ritmo de pulsaciones tan elevado que Alisa jamás había imaginado poder soportar algo así. Le latía en el cuello, en las muñecas, en el rostro, como un recordatorio de que la sangre seguía bombeando en sus venas y que clamaba por libertad, por un poco de aire fresco. 

En aquel instante dejó la zona oeste del palacio atrás y empezó a encontrarse con mucho más personal. Los criados movían mesas de acá para allá, y Alisa pudo ver por fin la enorme puerta que daba al famoso salón de baile. Algo pareció encenderse en su mente, y tras comprender que estaban acomodando los preparativos de la fiesta que se iba a celebrar allí al día siguiente, una idea se superpuso a cualquiera de sus otros objetivos.

La zona anterior había estado relativamente tranquila. Tan solo se había detenido cuando un murmullo de pasos había llegado a sus oídos, y en cuanto estos habían desaparecido, su carrera había iniciado de nuevo. Aquel lugar era distinto. Con tanta gente en medio no podía correr, ni siquiera caminar rápido. Cualquier movimiento brusco delataría su presencia, y los guardias que deambulaban cerca podrían atraparla tan solo por su apariencia sospechosa. 

Necesitaba un arma. Por si ocurría cualquier cosa y era necesario defenderse. A veces, aquello podía ser lo único que la separase de la salida. No estaba dispuesta a usarla, pero si su vida estaba en juego, siempre existía una opción de autodefensa.

Sus ojos viajaron a una figura que había llamado su atención. Varias doncellas portaban carros llenos de cubertería, manteles y sillas. Alisa caminó inocentemente hacia una mujer a la que no había visto nunca que movía un carrito lleno de pequeños tenedores, pinchos de metal, cuchillos y cucharillas. Sus pasos se volvieron torpes conforme se iba acercando a ella, y posó la mirada en la dirección contraria, simulando estar distraída.

Ambas colisionaron en cuestión de segundos y el carrito se volcó, desparramando todos los materiales por el suelo.

—¡Lo siento mucho!

Alisa se apresuró a disculparse y un gruñido de exasperación escapó de los labios de la mujer, que se lanzó al suelo para recoger todos los cubiertos y colocarlos de nuevo en el carrito, a sabiendas de que tendrían que volver a lavarlo todo. 

Otra mujer se unió a ella, y Alisa se arrodilló también para ayudarla a agrupar toda la cubertería y a guardarla en el interior del armatoste con ruedas. Sin que nadie se diese cuenta, tomó uno de los cuchillos que se habían caído al suelo y lo deslizó en el interior del bolsillo de su vestido, justo donde guardaba el recipiente vacío de la poción. 

Terminó de colocar algunos cubiertos más, se incorporó volviendo a pedir disculpas a la criada, y se apresuró a distanciarse del gentío. Sin siquiera saber cómo, logró alejarse del tumulto de personas y caminó por unos pasillos que jamás había visto, pero que parecían mucho más tranquilos.

Alisa casi sentía la libertad en la punta de la lengua. Una vez que estuviese fuera tendría que seguir jugando a las dichosas pruebas para conseguir su segunda oportunidad, pero al menos estaría con la gente que quería y tendría a Harkan para ayudarla, si es que no la odiaba por abandonarlo.

Había pensado que quizá debía seguir su camino sola y dejarlo tranquilo. Ya había traicionado a su reino en una ocasión al ayudarla y acogerla, no quería ser quien lo forzase a hacerlo una segunda vez. Pero quería estar con él. Ansiaba ver su cara de nuevo. No sabía lo mucho que se había acostumbrado a su presencia en aquellos pocos meses juntos, pero estaba segura de que no podía volver a vivir sola con su hermano. 

Ella quería lo mejor para Ciro, lo quería con todo su corazón, pero se había dado cuenta de que también ansiaba ser feliz, y había aprendido un poco a serlo desde que había abierto su corazón a cierto soldado de hielo que era endeble solo por ella.

Aceleró el paso en cuanto se vio sola en el pasillo. Había avanzado mucho, y pronto reconoció el lugar por donde había entrado con Trueno el día de su irrupción en el castillo. No sabía cómo, pero estaba en una segunda planta. Se agarró a una barandilla, y al mirar hacia abajo vio el pequeño jardín interior donde Trueno le había robado la riñonera. Al otro lado estaba el balcón por el que había trepado. Más allá, las escaleras que daban a las cocinas. 

Las cocinas. Por allí podía escapar. No sabía qué día era, tampoco sabía si las puertas de la entrada trasera al palacio estarían abiertas, pero al menos por allí podría salir al exterior. No veía otra opción más que esa para huir, y dentro de las otras múltiples ideas que inundaban su cabeza, aquella era la más fiable.

Solo tenía que bajar por la pared. La operación inversa que había hecho en su llegada al castillo.

—Vale —se dijo a sí misma para eliminar sus nervios—. Está bien, Alisa. Solo tienes que descender dos metros y estarás un paso más cerca de tu libertad.  

Una voz sonó a su espalda.

—Eso si no caes de cabeza y te matas.

Alisa abrió los ojos de golpe, aterrada, e intentó girar la cabeza para ver quién estaba hablando.

—¿Quié...?

Antes de que pudiese vislumbrar su silueta, algo duro la golpeó en la parte trasera de la cabeza. El mundo pareció retumbar dentro del cráneo de Alisa. Unas motitas empañaron su visión y pronto todo se volvió negro.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora