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El palacio estaba a rebosar. Podía sentirlo por el ruido conforme se iba acercando a la zona de la fiesta. Tan solo unos minutos antes había hecho exactamente lo que su doncella le había dicho para escapar de su habitación. 

Tras oír tres golpes en la puerta, Alisa había contado hasta veinte antes de abrir una ligera rendija de la puerta para echar un vistazo. Desde allí había visto a un guardia hablando con la muchacha acaloradamente. No sabía cómo, pero Lynnete había conseguido que se diese la vuelta, por lo que aprovechó el momento y salió corriendo en la dirección contraría tras cerrar la puerta sin hacer ruido, con los zapatos en las manos.

En el momento en que se hubo alejado de ellos dos, se colocó los zapatos negros de tacón pequeño que había encontrado en el fondo del armario. El sonido de los tacones al chocar contra el suelo la inquietaba, la hacía sentir como si estuviesen delatando sus intenciones, pero allí no había nadie que pudiese reclamarle nada. Simplemente era una invitada más. Era una suerte que no tuviese que pasar una revisión de invitación, si es que había alguna fuera, ya que estaba ya dentro del palacio. En ese sentido llevaba ventaja.

Cada vez el ruido de la música y la gente era más fuerte, lo que indicaba que se estaba acercando al salón de baile. Aun así, iba un poco a ciegas. El salón donde se celebraba la fiesta estaba en la zona restringida en la que no había podido entrar.

Cuando empezó a cruzarse con el personal del palacio estuvo segura de que debía estar a punto de llegar. Sin embargo, en el instante en que una voz la llamó por su nombre se le congeló la sangre.

—¿Lady Alisa?

Reconoció entonces a la mujer que había estado regañando a Lynnete la última vez, justo después de su encuentro con Darko en la biblioteca. Empezó a notar que el sudor le corría por la espalda descubierta e intentó poner en su cara la mejor de sus sonrisas para no resultar sospechosa.

—Buenas noches —saludó.

—Me alegra ver que aún no se ha marchado. Está preciosa —le sonrió de vuelta la mujer. Le resultó más amable que la última vez. Quizá fuese porque en aquel momento no estaba regañando a nadie. Alisa casi sintió el calor subirle a las mejillas por el cumplido. El vestido púrpura de la reina le quedaba como un guante, y las diminutas piedras preciosas con las que estaba adornado eran tan brillantes que estaba segura de que iba a llamar la atención de más de uno de los invitados—. ¿Estaba mi compañera con usted ahora mismo?

La mente de Alisa trabajó con rapidez. Su respuesta fue natural, casi se convenció a sí misma de que no estaba mintiendo.

—Sí, me acompañó hasta el baño hace nada —le dijo ella—. Aunque en cuanto he terminado he insistido en que se marchase, que ya podía volver yo sola. Me sabía mal estar acaparándola demasiado.

Soltó una suave risita educada para acabar de asentar la mentira. De alguna forma estaba volviendo a cubrir a Lynnete, cosa que les convenía a ambas.

—No se preocupe —le restó importancia la jefa de las doncellas, no supo si de verdad o por cortesía—. Me alegra saber que está siendo bien atendida en su estadía en el palacio. ¿Hay algo que necesite?

Alisa meditó en serio su propuesta y volvió a sonreírle en cuanto decidió aprovechar la oportunidad.

—Lo cierto es que le he dicho eso porque tenía confianza en mis dotes de orientación y mi memoria, pero ando un poco perdida —le "confesó"—. ¿Podría indicarme el camino hacia el salón de baile?

—Por supuesto —la mujer estiró los brazos hacia la dirección en la que estaba mirando Alisa—. Tan solo tiene que seguir recto y girar en la próxima esquina hacia la izquierda. Está usted a punto de llegar.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora