Aferraba los volúmenes de los cuentos contra su pecho, con sumo cuidado, como si fuesen un tesoro que pudiese deshacerse entre sus manos en cualquier instante. El crujido de la enorme puerta de la biblioteca al abrirse le dio la bienvenida a aquel lugar que parecía ajeno al tiempo y a todo lo que lo rodeaba.
Seguía estando vacía. El sonido del viejo bibliotecario que colocaba tomos en la última estantería de la gran estancia era tan rítmico como siempre. Se respiraba tranquilidad.
Aún dudaba si debía dejar todos los cuentos de vuelta en su sitio. Ciro había vuelto a estar a su lado y tenía ahora su propia habitación unos metros más allá de la suya. En cualquier momento podía ir allí a leérselos, y la posibilidad de ello la emocionaba. Pero no podía quedarse para siempre los libros. Cuando tuviese ganas de contarle alguno, vendría a buscarlo.
Mientras caminaba por el pasillo central, rodeada de altísimos estantes, algo se deslizó cerca de sus pies. Era un gato negro. Alisa se agachó para acariciarlo, pero el felino retiró el cuerpo lo suficiente como para que los dedos de la chica no llegaran a rozarlo.
¿Qué hace un gato aquí?, pensó Alisa.
En el cuello del animal relució algo, y la muchacha se dio cuenta entonces de la existencia de una placa de plata colgada en su collar. No era callejero, eso estaba claro. Inclinó la cabeza, manteniéndose en cuclillas, para evitar que se marchase al intentar tocarlo y leyó el nombre con detenimiento.
«Espectro».
Espectro, ¿dónde había oído ese nombre?
Antes de que tuviese oportunidad alguna de recordar nada, el gato gruñó, frunciendo el pelaje del morro que albergaba algunas canas blanquecinas, y se marchó tan rápido como había aparecido, convirtiéndose en una sombra más de la biblioteca.
Alisa siguió su camino. Al llegar al pasillo que buscaba, donde había encontrado los cuentos la primera vez, se adentró en él sin alzar la vista, aún meditando si debía dejar allí todos los tomos. Fue en el momento en que decidió mirar por dónde iba que se topó con Darko.
Era la primera vez que se cruzaban desde hacía dos días, desde que lo había besado en el salón del té y él la había engañado. En cuanto el muchacho se dio cuenta de su presencia y sus miradas se cruzaron, Alisa se quedó muda e intentó carraspear para disimular.
—No sabía que estabas aquí —pronunció con cautela unos segundos más tarde. Con un dedo señaló la salida de la biblioteca—. Volveré más tarde.
—Espera —la detuvo él antes de que empezase a moverse—, no es necesario. Haz lo que venías a hacer. Me iré pronto.
Alisa lo observó en silencio antes de acercarse. Le dio la espalda mientras comenzaba a colocar los libros en su sitio.
Darko toqueteó los lomos de los tomos de la estantería contraria.
—¿Estáis saliendo? —preguntó de pronto— Tú y el soldado.
Alisa tardó un poco en contestar.
—Sí.
—Ya veo.
El olor a libros viejos flotaba en el aire. Continuaron en silencio, hasta que Alisa hubo guardado todos los ejemplares de cuentos que había tomado prestados. Su atención se desplegó por la estantería, en busca de una nueva historia que devorar. La voz del muchacho interrumpió su proceso de inspiración literaria.
—Alisa.
La susodicha se dio media vuelta y se encontró con el joven rey recostado sobre la estructura de madera, dejando caer su peso al apoyar la espalda en ella. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y estaba serio, aunque no abandonaba jamás su deje burlesco, casi relajado.

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Rey de corazones
FantastikVeltimonde; un reino de ensueño para muchos, pero un infierno para otros. La regulación de crímenes por parte del ejército de corazones y su reina es tan estricta que para muchos el simple hecho de seguir viviendo es pecar. Alisa lo intentará todo...