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El príncipe Darko Mika, futuro Rey de Veltimonde, estaba allí. Justo frente a sus narices.

Lucía altivo, completamente relajado. Estaba sentado sobre el carrito, con las piernas cruzadas apoyadas en el suelo y los brazos recostados sobre el metal bajo sus posaderas. Se había deshecho de la chaqueta del traje y ahora solo lucía una camisa negra a juego con sus pantalones y sus zapatos de piel. Sus ojos rasgados la observaban desde arriba, entre divertidos y altaneros. 

Alisa parpadeó para acabar de librarse del sueño que la carcomía por dentro. Aún se notaba mareada, y era evidente que las drogas no habían dejado su cuerpo del todo, pero estaba lo bastante despierta como para lograr acumular una bola de ira y nervios en el interior de su estómago. Cuando por fin consiguió verle con total nitidez, pudo vislumbrar un atisbo de sonrisa jugueteando en sus labios.

Con el cabello negro pulcramente peinado y aquel rostro afilado parecía un modelo de revista, listo para salir a desfilar en una pasarela. Aunque allí estaban, bajo tierra, en unas mazmorras de piedra pobladas solo por fantasmas y suspiros. Por supuesto, era evidente que él y su actitud resaltaban en aquel lugar.

La voz de Alisa sonó más rasposa de lo que recordaba.

—Señor devastador —pronunció con un ligero retintín.

Darko le mostró sus dientes blanquecinos. Estaba segura de que, si hubiesen seguido en el Barrio de Jade y no supiese quién era, Alisa habría caído ante aquella encantadora sonrisa. Una lástima que en aquellos instantes solo tuviese ganas de asestarle un puñetazo.

—Veo que me recuerdas.

La muchacha resopló y como pudo se incorporó, estirando la espalda para no verse tan pequeña sentada en el suelo.

—Creo que deberías cambiarte el apodo —musitó—. No se me ocurre ningún sinónimo de mentiroso que empiece con D.

Darko entonces dejó de sonreír. Achicó los ojos mientras la observaba con algo similar a la confusión.

—¿Yo, mentiroso? —articuló con incredulidad— No recuerdo haber dicho ninguna mentira.

—No me dijiste que eras príncipe.

El chico se reclinó aún más sobre el carrito. Alisa podía ver desde allí cómo los ojos le brillaban, llenos de pequeñas chispas mezcladas con el reflejo de la luz en sus ojos de obsidiana. Su comisura derecha se alzó unos centímetros, tensa.

—Eso no es mentir —le contestó—, es no ir soltando información increíblemente valiosa a extraños. Algo bastante lógico, a mi parecer —Alisa se mantuvo en silencio, aferrándose a la tela de sus pantalones, y eso le permitió al pelinegro seguir hablando—. Que yo recuerde, ambos omitimos un montón de información personal. Y en todo caso, tú también serías una embustera.

Esta vez fue el turno de Alisa de fruncir el ceño.

—¿Por qué motivo exactamente?

Darko curvó su espalda hacia delante y se aferró al borde del carro. Alisa pudo sentir cómo aquella posición le permitía estar más cerca mientras la miraba desde las alturas.

El Príncipe heredero habló como si aquella información fuese algo obvio.

—No me dijiste que eras asesina.

Alisa no pudo evitar parpadear varias veces como reflejo de su desconcierto. La presión le cayó por todo el cuerpo, hasta concentrarse en la punta de sus pies, como si acabase de perder toda la sangre que circulaba por sus venas. Debió abrir mucho los ojos ante aquellas palabras, aunque ni siquiera se paró a pensar en qué cara estaría poniendo.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora