Capítulo 7

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Aquella noche, una inmensa luna llena dominaba el cielo sobre el territorio pinreu en la región de los Apalaches, bañando el paisaje con su luz plateada. Todos los clanes estaban reunidos, con los ancianos congregados alrededor de una hoguera cuyas llamas crepitantes se elevaban al ritmo hipnótico de los tambores creando sombras fantasmales que se retorcían como espectros danzantes.

Había elegido un rincón apartado para observar, lejos de las miradas inquisidoras de los demás. Desde mi posición, podía ver al resto de jóvenes que participarían en la ceremonia de emparejamiento. Ya no llevaban sus elegantes trajes de chaqueta ni esos hermosos vestidos vaporosos, pero igualmente había belleza en la sobriedad de sus ropas.

Los chicos llevaban camisas de algodón, normalmente ajustadas al cuerpo para evitar que las ramas o arbustos las desgarraran durante la carrera. Las telas, en tonos terrosos, se mimetizaban con el entorno: verdes oscuros, marrones, grises... todos colores que podrían confundirse con la vegetación del bosque. Los pantalones eran igual de ajustados y prácticos, reforzados en las rodillas y los muslos para evitar desgarrones al saltar o deslizarse entre los árboles. Muchos llevaban botas altas de cuero blando, lo suficientemente fuertes para proteger sus pies, pero ligeras para poder correr sin sentir el peso. Y luego estaban las armas. Aunque la ceremonia de emparejamiento no era una lucha, cada participante iba preparado para cualquier eventualidad. No era solo una cuestión de encontrar a tu compañera; siempre existía la posibilidad de que hubiera conflictos, luchas por dominancia, y los lobos sabían que no podían permitirse estar desprevenidos. Por eso la mayoría de los chicos llevaban dagas pequeñas o cuchillos atados a la cintura o las pantorrillas, guardados en fundas de cuero.

La ropa de las chicas, por otro lado, no era muy diferente. Sus prendas también eran funcionales, con tops cortos y ajustados, que dejaban el abdomen al descubierto, diseñados para que el calor corporal pudiera disiparse mejor en medio de la carrera. Los pantalones, al igual que los de los chicos, eran ajustados y reforzados, pero en muchas de ellas se podían ver detalles bordados en los costados, una pequeña marca personal que indicaba de qué manada venían. Algunas llevaban también brazaletes de cuero en los antebrazos, indicando la posición de sus familias. Pues al fin y al cabo, todo valía para conseguir un emparejamiento provechoso.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando mis ojos se encontraron de nuevo con los de Connor. Estaba colocado junto al gran trono de piedra, el trono que debía ocupar su padre. Aunque solo fue una fracción de segundo, esas intensas esferas azules que resaltaban en la oscuridad de la noche desataron un torbellino de emociones en mi interior.

De repente, la música cesó abruptamente y un silencio pesado cayó sobre la multitud. El gran jefe Malcom Howard emergió del edificio principal, su figura era imponente, e iba seguido por sus hombres de confianza. El linaje de los Howard llevaba ostentando el poder de los clanes desde hacía más de cuatrocientos años y Malcolm Howard tenía el porte elegante y sofisticado de un lord inglés. Alto, rubio y de ojos azules. Malcom se había convertido en uno de los lobos más temidos y respetados que habían gobernado desde hacía generaciones. Una leyenda viva que había conseguido mantener a raya las ansias de grandeza de los clanes asegurando una paz tensa pero sostenida en el tiempo.

Caminó entre la multitud con pasos medidos pero firmes. Al llegar al centro del círculo formado por la comunidad, se colocó justo delante del trono ceremonial frente a la hoguera y su voz ronca y profunda inundó el silencio.

— Como cada primera luna llena de verano, hoy celebramos el gran emparejamiento. Aquellas lunas que hoy encuentren un vínculo nacerán a una nueva vida. Una vida que les conectará con su nuevo clan, su nueva familia. Hoy nacerán nuevas uniones y nuestras manadas se fortalecerán.

El gran jefe hizo una breve pausa, ladeando ligeramente la cabeza y frunciendo el ceño, como si prestase atención a algo que sólo él podía oír. Me fijé en Connor, que mantenía su vista fija en su padre, casi sin pestañear, hasta que Malcom asintió y entonces su hijo volvió su mirada hacia mí.

Aparté la vista centrando de nuevo la atención en el gran jefe, que con sus brillantes ojos azules escaneaba a cada uno de los presentes. Una enigmática sonrisa se dibujó en sus finos labios cuando su mirada se cruzó con la mía, haciendo que me revolviera inquieta en mi sitio. Se inclinó hacia el beta a su izquierda y murmuró algo en su oído. El beta asintió discretamente y, con un gesto, varios guardianes comenzaron a moverse en mi dirección. Intenté escabullirme entre la gente para desaparecer, pero fue demasiado tarde. Todas las miradas se clavaron en mí mientras me escoltaban hasta el gran jefe.

Busqué desesperadamente a mi madre entre la multitud. La encontré junto a mi abuela, con el resto de curanderas. Una expresión de terror cubría su rostro. Un débil "lo siento" escapó de mis labios, aunque sabía que era inaudible a esa distancia. Debería haberla escuchado, haberme marchado a casa cuando tuve la oportunidad. En lugar de ello, ahora mi familia tendría que soportar aquella humillación pública por mi culpa.

— ¿Cuál es tu nombre muchacha? — inquirió el gran jefe cuando me paré frente a él.

— Tayen — respondí con voz temblorosa bajo su intensa mirada — Tayen Walker.

Se acercó, aspirando profundamente como si intentara discernir mi esencia.

— No estás emparejada.

— Ella no es una luna — intervino Kohana Axnu, el alfa de mi clan, avanzando con una mezcla de vergüenza y rabia.

— Pero es parte de tu clan — replicó Malcom.

— En realidad... —comenzó Kohana.

— Vive en tu manada — cortó el gran jefe con una mirada tan fulminante que nuestro alfa no pudo más que bajar la cabeza y asentir.

— Sí, gran jefe.

— Las normas son muy claras. Cada vez somos menos, nuestra especie desaparece. Todas las hembras de los clanes en edad de emparejarse deben participar para asegurar la continuación de nuestra sangre.

— Pero ella no...

El gruñido del gran jefe fue tan potente que un silencio reverencial se extendió entre los presentes.

—Todas participan.

Sus palabras resonaron en el aire, dejándome atónita.

¿Qué acababa de pasar? Miré a Connor que se alejaba junto a su padre y al resto de ancianos. ¿Había sido él quién le había dicho a su padre que yo no me había inscrito? ¿Por qué habría hecho algo así? ¿Acaso había notado en mi aroma que era una mujer sin luna y también quería deshacerse de mí?

La asamblea se disolvió poco después para que diera comienzo la ceremonia. Ví como Kohana y su beta llamaban a sus hijos, dándoles indicaciones entre susurros mientras Katari y Qhari me lanzaban miradas llenas de odio y sonreían. Me sentí vulnerable. Ambos participaban esta noche en el emparejamiento y sabía que su primer objetivo sería acabar conmigo ahora que tenían la posibilidad en bandeja.

Una de las aspirantes de otro clan me devolvió a la realidad.

— Vamos, se marchan.

Asentí, lanzando una última mirada a mi madre cuyo rostro se había vuelto completamente pálido, y seguí al grupo de jóvenes dirigido por un guardián de corpulentos brazos. 

 

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Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora