Esa noche, los sueños me arrastraron a un mundo salvaje y desconcertante, uno en el que dos enormes lobos dominaban el paisaje de mi subconsciente. Uno de ellos tenía unos penetrantes ojos azules y el otro, unos intensos ojos verdes que parecían ver a través de mí. En mi sueño, corría por un denso bosque, esquivando ramas bajas y saltando sobre raíces expuestas, mientras ambos lobos me perseguían con una determinación feroz. Podía oír sus aullidos resonando entre los árboles, una melodía escalofriante que aceleraba mi corazón a cada paso. Intentaba esconderme, desaparecer en la espesura, pero ellos siempre encontraban mi rastro, con esos ojos brillantes iluminados en la oscuridad como faros. El sueño se sentía tan real, tan vívido, que cuando desperté, lo hice con el corazón golpeando violentamente contra mi pecho y el sudor frío cubriendo mi frente.
Me llevó un momento recobrar el aliento, y casi me parecía oír aún el eco de sus aullidos vibrando en mis oídos. Tome un poco de agua de la nevera y me volví a dormir, esta vez sin sueños, o al menos ninguno que recordara al despertar.
Por la mañana, me levanté de la cama aún sintiéndome un poco desorientada en aquella nueva casa. Necesitaba sacudirme esos sentimientos, así que decidí tomar una ducha. El agua caliente hizo maravillas, lavando el sudor de la noche y con él, parte de mi nerviosismo. Me vestí, eligiendo algo cómodo. Frank había traído casi todos mis vaqueros y mis sudaderas. Saqué del cajón la dirección que mi madre me había dado. Estaba escrita en un pequeño papel junto a un nombre: Aiyana, y antes de salir de la casa la introduje en google maps.
La aplicación me llevó a través de la ciudad hasta una vieja librería cerca de la universidad de Yale. Se veía acogedora aunque un tanto anticuada, con su fachada de ladrillo y unas grandes ventanas arqueadas. Me asomé tratando de ver algo del interior a través del escaparate abarrotado de libros antes de continuar. Parecía estar vacía a excepción de la dependienta que se entretenía archivando algunos documentos. Tomé aire y me decidí. Al entrar, el olor a libros viejos y madera pulida me envolvió como un abrazo cálido y familiar. Los libros siempre habían sido mis mejores aliados para soportar el aislamiento al que estaba sometida en la manada. Aquel pensamiento hizo prender una pequeña llama en mi interior y un sentimiento irracional de ira recorrió mi cuerpo obligándome a respirar varias veces para tratar de aplacarlo antes de avanzar hasta la dependienta.
La mujer que me recibió con una sonrisa amable tras el mostrador era de mediana edad, morena, con unas pequeñas gafas redondeadas apoyadas sobre su puntiaguda nariz.
— Estoy buscando a Aiyana — dije a la mujer.
Al decirle mi nombre y el propósito de mi visita, su expresión se iluminó.
— ¡Como no me he dado cuenta antes! — exclamó con una alegría que parecía genuina — ¡Eres igualita a tu madre cuando era joven!
Esbocé una tímida sonrisa sin saber qué responder. Mi madre apenas me había dicho nada de aquella mujer. Me quedé allí plantada mientras ella salía de detrás del mostrador y se dirigía a la puerta para colocar el cartel de cerrado y echar la llave. Luego se volvió hacia mí con una amplia sonrisa en el rostro.
— Tu madre y yo éramos grandes amigas cuando teníamos más o menos tu edad. Las mejores. Siempre inseparables — dijo con nostalgia — Pero nunca llegué a transformarme, y mi vida en la manada empezó a perder sentido... así que decidí empezar una nueva vida aquí — hizo un gesto abarcando la estancia — Cuando supe del ataque a nuestra manada me di cuenta de que había tomado la mejor decisión posible. Ese no era mi lugar, nunca habría sido feliz allí. Ya verás cómo tú también te adaptas enseguida.
Extendió una mano colocándola sobre la mía en un gesto que pretendía ser reconfortante. Estaba claro que aquella mujer pensaba que su historia resonaba conmigo. Me limité a asentir. No tenía muy claro qué era exactamente lo que mi madre le había contado, pero por supuesto la historia resumida era esa: yo estaba en una situación similar a la que ella había vivido en el pasado, una joven que nunca se transformó en luna.
— Tu madre me llamó hace algunos días — continuó, moviéndose detrás del mostrador para sacar algunos documentos — Dijo que necesitarías ayuda para integrarte aquí. He hecho los trámites para inscribirte en la universidad. Antropología, tal y como ella me pidió. Aquí tienes los papeles del curso que empieza en un par de días.
Tomé los documentos, hojeándolos brevemente mientras asentía. Asistir a la universidad siempre había formado parte de mis planes. Solo que pensé que sería en una de las universidades controladas por los clanes.
— Muchas gracias — dije tratando de sonar sincera.
Al fin y al cabo aquella mujer, sin nisiquiera conocerme, estaba dispuesta a ayudarme por el cariño que había tenido a mi madre.
— No tienes que agradecerme — respondió ella con una sonrisa — Aunque nuestras vidas tomaron caminos separados tu madre y yo nunca perdimos el contacto. Ella siempre estuvo a mi lado a pesar de mi condición. Y yo estoy encantada de poder devolverle ese favor.
Hablamos un rato más. Lo justo en realidad para no parecer descortés. Tampoco quería entretenerme demasiado ya que aún no tenía muy clara la versión de la historia que debía contar y no quería meter la pata con algún detalle que dejara a la vista la mentira que estaba creando a mi alrededor. Así que en cuanto llegaron algunos clientes a la puerta buscando ser atendidos aproveché para despedirme.
— Gracias de nuevo.
— Estoy segura de que te va a ir muy bien aquí. Si necesitas algo, no dudes en preguntar — me respondió.
Salí de la librería en dirección a la universidad. La secretaría aún estaría abierta y debía terminar de rellenar algunos de los papeles para la matrícula.
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Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]
WerewolfCuenta la leyenda que cada mil años nace una luna tan fuerte y salvaje que ningún alfa puede controlarla. Una auténtica líder que amenaza las costumbres patriarcales que han imperado en nuestros clanes generación tras generación. Una luna destinada...