Desperté con una sensación extraña. Seguía teniendo la cabeza embotada y el cuerpo extremadamente caliente, como si aún tuviera fiebre, pero por lo demás no me encontraba mal. Al menos no del todo. Una suave brisa me acariciaba la piel, aliviando ligeramente esa sensación de ardor que me había acompañado las últimas horas, o días. Ni siquiera estaba segura del tiempo transcurrido. Mis ojos se abrieron lentamente, ajustándose a la luz tenue que se filtraba a través de unas cortinas desconocidas. Tampoco reconocí el techo, ni las paredes, ni mucho menos el paisaje que se extendía más allá de la ventana. Una calle arbolada con sus aceras bien cuidadas, flanqueadas por edificios de ladrillo rojo y piedra caliza, muchos de ellos de estilo gótico y colonial. En el horizonte, los modernos rascacielos del centro de la ciudad se levantaban, reflejando la luz del sol y creando destellos brillantes que se mezclaban con el azul del cielo y las nubes esponjosas que pasaban lentamente. Podía escuchar el suave murmullo de la ciudad, el lejano sonido de una sirena, o el eco de las risas y conversaciones de los transeúntes. Nada que ver con el paisaje tranquilo que rodeaba nuestra casa en el campo. Todo era ajeno, y mi corazón comenzó a latir con fuerza preso de la incertidumbre.
Intenté levantarme, pero un mareo momentáneo me obligó a parar al borde de la cama. Salí de la habitación y bajé las escaleras apoyándome en el pasamanos lacado en blanco. ¿Cómo había llegado hasta aquí? La última imagen clara en mi mente era la de Frank llevándome apresuradamente hacia la camioneta. ¿Y mi madre? ¿Dónde estaba mi madre?
En ese momento, la puerta de la casa se abrió y Frank entró, cargado con varias bolsas de la compra. Su expresión se tornó aliviada al verme con los ojos abiertos e incorporada.
— ¿Cómo te encuentras? — dijo con una calma que me resultó insultante.
— ¿Cómo me encuentro? — repetí — ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos? ¿Dónde está mi madre? — las preguntas brotaron aceleradas de mi boca.
Frank dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina antes de dirigirse hacia mí. Su mirada era seria, sus ojos, normalmente tranquilos, reflejaban ahora una sombra de preocupación.
— Demasiadas preguntas Tayen. Estamos a salvo, por ahora — comenzó, tomando asiento frente a mí — En New Haven, lejos de nuestra manada, donde nadie te conoce.
El corazón me latía con tanta fuerza que sentí que se me iba a salir del pecho. New Haven estaba a más de doce horas en coche de Elkmont. ¡En otro maldito estado!
— ¿A salvo de qué? ¿Dónde está mi madre? ¿Y mi abuela? —insistí, sintiendo cómo la angustia comenzaba a formarme un nudo pesado en la garganta.
— Están bien, no tienes de qué preocuparte. No podían acompañarnos para no levantar sospechas. El cónclave aún no ha terminado y las curanderas son requeridas para completar las ceremonias de vinculación. Por eso me pidieron que te sacara de allí — hizo una pausa, como si midiera sus próximas palabras — Tayen, hay cosas que debes saber sobre quién eres, sobre lo que eres, y necesito que me escuches con atención.
Sus palabras hicieron que mi corazón se detuviera por un momento. Sentía que cada parte de mi ser exigía respuestas. Así que me mantuve en silencio y dejé que siguiera hablando.
— Durante años, tu madre y tu abuela han tratado de ocultar la verdad sobre tu linaje por miedo a las consecuencias. La historia es tan antigua que la mayoría la han olvidado y los pocos que aún la recuerdan ya no saben qué parte hay de leyenda y que parte de realidad.
Frank hizo una pausa, rascándose la espesa barba canosa que cubría su cuadrada mandíbula.
— ¿Recuerdas aquel viejo libro que encontraste en los archivos?
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Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]
WerewolfCuenta la leyenda que cada mil años nace una luna tan fuerte y salvaje que ningún alfa puede controlarla. Una auténtica líder que amenaza las costumbres patriarcales que han imperado en nuestros clanes generación tras generación. Una luna destinada...