Los días que siguieron a la muerte de mi madre fueron un borrón de dolor y confusión. Cada vez que abría los ojos, esperaba verla. La idea de que nunca volvería a escuchar su voz, sus consejos, sus risas, me oprimía el pecho de tal manera que apenas podía respirar. No había nada que pudiera llenar ese vacío, esa pérdida irreparable.
La casa estaba más silenciosa de lo normal, aunque en realidad, no era un silencio acogedor. Era un silencio incómodo, espeso, como si todo el mundo supiera que algo estaba mal y no supieran cómo abordarlo. A donde fuera, sentía las miradas. Cuando caminaba por los pasillos o me sentaba a la mesa, las conversaciones se detenían, los susurros comenzaban, y algunas personas me miraban con una mezcla de recelo y lástima. No los culpaba. En cierto sentido, yo también me culpaba. ¿Cuántos habíamos perdido ya en esta batalla inútil? ¿Cuántos más tendrían que morir por algo que parecía imposible de ganar? Y lo peor era que no solo me miraban a mí con ese miedo. Muchos optaron por marcharse, sus corazones quebrados por las pérdidas, su voluntad aplastada por el terror a Malcom. ¿Y quién podría culparlos? Malcom tenía un poder que no solo amenazaba nuestras vidas, sino nuestras almas. La lucha contra él no era solo una cuestión de fuerza bruta; era una batalla de desgaste, de voluntad. Y la nuestra se estaba desmoronando.
Recuerdo cómo las reuniones se volvían un caos de gritos y discusiones hasta bien entrada la noche. Líderes de manadas que antes eran firmes y decididos ahora estaban consumidos por el miedo, y no había consenso en ningún tema. Las defensas debieron redoblarse. Sabíamos que en cualquier momento podíamos ser atacados de nuevo, pero nadie parecía estar de acuerdo en cómo debíamos prepararnos. A veces, mientras todos se gritaban unos a otros, me quedaba allí sentada en silencio, sintiendo que la desesperanza comenzaba a invadir cada rincón de mi ser.
Fue entonces cuando me pasó por la cabeza la idea más terrible. Ceder a las demandas de Malcom. Si yo me entregaba, si accedía a vincularme con él, tal vez terminaría todo esto. Tal vez mi madre no hubiera muerto en vano si al final conseguía la paz, si salvaba a los pocos que aún quedaban a mi lado.
Pero Erandi... Erandi lo vio todo en mi rostro antes de que siquiera pudiera pronunciar palabra. Me encontré con ella una noche, cuando estaba escapando a mi rincón favorito del castillo para llorar en silencio. Estaba sentada en el suelo, con las rodillas recogidas contra el pecho, las lágrimas corriendo por mis mejillas, cuando la vi acercarse, su figura apenas iluminada por la luz de la luna. No dijo nada al principio. Solo se sentó a mi lado, en silencio. Después de un rato, sus palabras fueron un susurro firme.
— No puedes ceder, Tayen.
— ¿Por qué no? — solté con amargura — Si me entrego, todo esto terminará. Nadie más tendrá que morir por mí. Nadie más sufrirá.
Erandi me miró, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de tristeza y determinación.
— Ceder no pondrá fin a esto, Tayen. Solo servirá para que alguien más tome tu lugar. Malcom no busca una solución. Quiere poder. Quiere controlarte a ti, y luego a cualquier otra que pueda representar una amenaza. Si te entregas, habrá más como tú, más lunas alfas, más mujeres fuertes que serán sometidas por hombres como él. No podemos dejar que el mundo se hunda en esa oscuridad.
Las palabras de Erandi me calaron hondo. Aunque en ese momento me costaba aceptarlo, sabía que tenía razón. Ceder no era una opción. No era una solución. Y no podía traicionar la memoria de mi madre, no después de todo lo que ella había luchado para que yo fuera libre. Pero, aun así, la incertidumbre me carcomía. ¿Cómo podíamos seguir adelante sin ella? ¿Cómo podíamos vencer a Malcom cuando nuestro bando parecía desmoronarse por momentos?
Después de días de desesperanza, finalmente llegamos a una conclusión: necesitábamos aliados. Y no los encontraríamos aquí. Marcus y Connor, decididos a no dejar que esta guerra se estancara, comenzaron a contactar con viejos amigos, manadas distantes, cualquiera que pudiera ofrecernos apoyo o, al menos, refugio. Pero la respuesta fue lenta y, en la mayoría de los casos, desalentadora. La mayoría de las manadas se mantenían al margen, demasiado temerosas de Malcom o simplemente convencidas de que esta no era su pelea.
ESTÁS LEYENDO
Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]
WerewolfCuenta la leyenda que cada mil años nace una luna tan fuerte y salvaje que ningún alfa puede controlarla. Una auténtica líder que amenaza las costumbres patriarcales que han imperado en nuestros clanes generación tras generación. Una luna destinada...