Capítulo 1

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Las ramas caídas crujían al partirse bajo mis pies descalzos, mientras mis piernas me impulsaban hacia delante en una carrera frenética y desesperada a través del tupido bosque. La luna redonda, espectral y alta en el firmamento, se filtraba sutilmente a través del denso follaje, creando mil y una sombras que bailaban a mi alrededor como siniestras criaturas atormentadas. El aire de la noche se sentía frío al cortar mi cara como una navaja afilada, cargado con un intenso olor a tierra húmeda y podredumbre.

Podía oír las pisadas a mi espalda, cada vez más cerca. Un depredador hambriento persiguiendo a su presa, amenazando con darme alcance de un momento a otro. La sensación de terror lanzó un escalofrío a través de mi espina dorsal haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Traté de avanzar aún más rápido, la adrenalina apoderándose del control de mis acciones, pero mis pulmones ardían con cada respiración acelerada y mi corazón golpeaba mi pecho como un tambor de guerra a punto de estallar. Pum, pum. Pum, pum. Seguí corriendo, intentando que mis malditas piernas se movieran a la misma velocidad a la que iba mi pulso, pero mis extremidades inferiores comenzaban a fallar y ya apenas podían sostenerme en pie. Un dolor agudo y punzante me atravesó clavándose como un puñal en mi costado. Me mordí el labio inferior para evitar soltar un alarido que delatara mi ubicación, pero no tuve más opción que detenerme, extenuada, tratando de tomar aire en grandes bocanadas.

Me giré mientras pegaba mi espalda instintivamente a un tronco grueso y nudoso, escrutando la oscuridad a mi alrededor, y fue entonces cuando los vi. Aquellos enormes ojos azules, cristalinos y fríos como el hielo. Penetrantes. Mirándome con una intensidad tan feroz que hizo que se me congelara la sangre por completo. Un sonido gutural emergió de su garganta, rompiendo con su atronadora fuerza el silencio de la noche. La luz de la luna iluminó la enorme silueta de la bestia frente a mí y una voz de otro mundo inundó mi mente.

"Halo, leanabh na gealaich

Demasiado tarde. Me había encontrado, y ya no había escapatoria.


Desperté de golpe, sobresaltada. Un sudor frío perlaba mi frente mientras la cicatriz de mi espalda ardía nuevamente, como si las enormes zarpas que una vez me habían marcado acabaran de desgarrar mi piel de nuevo.

Tomé un par de respiraciones profundas para tratar de calmarme, intentando que el ritmo acelerado de mi corazón volviera poco a poco a la normalidad.

"Estoy bien, estoy en casa". Me dije a mi misma. "Sólo ha sido una pesadilla".

Miré el bote de pastillas que descansaba sobre la mesita de noche, junto al despertador mientras me frotaba la sien. Esa mierda cada vez me hacía menos efecto. Me senté aún temblorosa en el borde de la cama, clavando las uñas en el colchón, y coloqué mis pies descalzos sobre el suelo de madera. Tuve que contar mis exhalaciones varias veces hasta que reuní las fuerzas suficientes para levantarme y salir al exterior de la casa. La brisa fresca y húmeda de la noche me acarició el rostro, proporcionándole un breve alivio a mi ardiente piel. Cerré los ojos y aspiré el aire puro dejando que mis pulmones se llenaran por completo.

— ¿Ese sueño de nuevo niña?

La voz cansada de mi abuela materna me sobresaltó. Observe su pequeña figura sentada en él porche, con su cabello plateado trenzado a ambos lados de su redondeado rostro, las piernas cruzadas y los brazos descansando sobre sus rodillas.

Asentí, acercándome.

— Ojalá estos sueños desaparecieran, nana.

Mi abuela golpeó con la palma de su callosa mano las viejas tablas de madera que cubrían el suelo del porche, indicándome que me sentara delante de ella. Apartó cuidadosamente mi larga cabellera negra y levantó la parte superior de mi pijama para exponer la cicatriz que me cubría la espalda. Sus dedos ásperos por la edad pero agradablemente cálidos, comenzaron a trazar suavemente la marca sobre mi piel, mientras entonaba un antiguo cántico. Era una melodía que había escuchado desde niña, en noches como ésta en las que las pesadillas se colaban en mi subconsciente para atormentarme y no me dejaban dormir. El cántico resonaba bajo, casi un murmullo, lleno de siseos y tonos vibrantes que me envolvían en un manto de seguridad y calmaban poco a poco mi ansiedad. Una plegaria a nuestros ancestros. Tan antigua como el astro que iluminaba el oscuro firmamento. A medida que sus dedos se movían por mi espalda, el ardor de la cicatriz comenzó a disiparse hasta que finalmente terminó desapareciendo.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora