Capítulo 50

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El viaje a la Fortaleza de Akershus fue largo, pero la majestuosidad del paisaje nórdico hizo que cada kilómetro recorrido valiera la pena. Cuando el avión aterrizó, y vi las montañas nevadas reflejadas en los lagos cristalinos, sentí una extraña paz. El aire frío me golpeó en el rostro cuando descendimos del avión, pero me reconfortó. Este lugar se sentía limpio, puro, como si las batallas y las tensiones que habíamos dejado atrás estuvieran a miles de kilómetros de distancia.

Connor estaba a mi lado, con una mano en mi espalda, mientras Marcus caminaba junto a nosotros, con su acostumbrada postura relajada pero siempre alerta. Los dos parecían más tranquilos, aunque sabía que ambos estaban pensando en lo que nos aguardaba. La Fortaleza de Akershus se alzaba ante nosotros, un imponente castillo de piedra antigua, con murallas que parecían tocar el cielo grisáceo. Su estructura era robusta, orgullosa, con un aire de invulnerabilidad, y comprendí por qué habían elegido este lugar como refugio. Era el tipo de lugar donde uno podría resistir cualquier cosa.

En la entrada principal nos esperaba el primo de Connor, Harald, acompañado de una mujer que, por su porte, supe inmediatamente que debía ser su luna. Ambos se veían impresionantes, con rasgos perfectos y cuerpos esbeltos. Harald era alto, rubio, de ojos azules como el hielo, su cabello largo cayendo sobre sus anchos hombros. Tenía un aire vikingo, con la barba cuidadosamente recortada y la piel bronceada a pesar del frío. A su lado, su luna, Helga, era igualmente impresionante. Su melena dorada le llegaba hasta la cintura, y sus ojos claros parecían brillar con una luz que sólo puede describirse como salvaje. Ella irradiaba una fuerza silenciosa, poderosa y al mismo tiempo delicada, como una tormenta contenida.

— Bienvenidos a Akershus — dijo Harald con una sonrisa mientras se acercaba a nosotros, dándole un abrazo firme a Connor — Es un honor teneros aquí.

Helga se adelantó, tomando mis manos entre las suyas. Su toque era cálido, y sus ojos me estudiaron con curiosidad.

— Hemos escuchado mucho sobre ti, Tayen — Su voz era suave, pero cargada de una autoridad que no se podía ignorar — Espero que te sientas entre amigos aquí.

Asentí, agradecida por la bienvenida. A pesar de la calidez de sus palabras, algo en sus ojos me decía que Helga había visto mucho, tal vez más de lo que yo podría imaginar.

Nos condujeron hacia el interior de la fortaleza, donde el calor de una enorme chimenea nos recibió. El salón principal era una mezcla de tradición y modernidad: paredes de piedra adornadas con tapices antiguos, pero también lámparas de hierro forjado que emitían una luz cálida. Nos sentamos alrededor de una gran mesa de madera oscura, y rápidamente comenzaron a llegar platos cargados de comida, todo preparado para celebrar nuestra llegada.

Durante la cena, Helga y Harald se mostraron como unos anfitriones atentos y encantadores. Mientras la conversación giraba alrededor de estrategias de alianzas y lo que nos deparaba el futuro, observé cómo Helga se movía con elegancia, interactuando con sus guerreras, sonriendo, pero siempre manteniendo ese aura de control. No pude evitar notar la cercanía entre ella y Harald, la forma en que se comunicaban con una simple mirada. En realidad era sorprendente ver como interactuaban entre ellos y con su manada, como si ambos ostentaran el mismo rango.

— ¿No crees que se parecen muchísimo? — dijo Erandi en un susurro cuando Helga pasó junto a nosotras.

Me encogí de hombros observándolos de reojo.

— Lo que está claro es que son una pareja muy unida. Seguro que llevan muchos años juntos.

Helga debió oírme, porque se detuvo a mi lado, mirándome con una leve sonrisa.

— Desde que nacimos – respondió con una sonrisa que curvó ligeramente sus labios — ¿No te lo ha dicho mi primo?

Mis ojos se abrieron con sorpresa pero no me atreví a verbalizar lo que se me pasó por la cabeza.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora