Capítulo 3

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La casa de John seguía igual que siempre, con tablones de madera pintados de granate y las ventanas que parecían sonreír desde lo alto. Trepé por la enredadera del costado, como lo había hecho cientos de veces desde que era niña, y subí al tejadillo bajo la ventana de su habitación. El musgo hacía que los pasos fueran resbaladizos, pero mis pies conocían aquel camino como la palma de mi mano.

Me asomé por la ventana abierta y me colé dentro de un salto. Un aire cálido me golpeó al entrar, acompañado del olor a jabón fresco y madera. Cerré la ventana con cuidado y me giré, dispuesta a sorprender a John como siempre lo hacía. Pero creo que esta vez fui yo la que se llevó la sorpresa.

Estaba de espaldas, recién salido de la ducha, con una toalla atada a la cintura y secándose el cabello con otra. Su espalda era más ancha de lo que recordaba, cada músculo perfectamente marcado como si hubiera pasado los últimos dos años cincelándolos a mano. Su piel estaba más tostada, con ese brillo saludable que solo podía provenir de horas bajo el sol. Su postura relajada desprendía confianza, como si supiera exactamente cómo llenar una habitación solo con su presencia. Joder. ¿Existían tantos músculos en el cuerpo humano? pensé, notando que mis ojos recorrían su figura antes de poder evitarlo.

— ¿Quién eres y qué has hecho con mi amigo? — solté, intentando que mi voz sonara ligera, aunque por dentro estaba un poco aturdida.

John se giró, con una sonrisa pícara pintada en el rostro.

— Tayen Walker, ¿sigues entrando por las ventanas como si tuvieras quince años? — me lanzó la toalla que usaba para secarse el pelo, y me golpeó de lleno en la cara antes de que pudiera apartarme — Tienes que dejar de colarte en los dormitorios de los chicos bicho raro — bromeó mientras se cruzaba de brazos, apoyándose contra el marco de la puerta del baño.

— Sí, me lo dicen muchos — respondí devolviéndole la toalla con una sonrisa traviesa.

John se llevó una mano al pecho haciéndose el ofendido.

— No sabía que te estaba compartiendo bichito.

— Tranquilo. Nadie tiene tu paciencia infinita, John Miller. — me acerqué a la cama y me dejé caer sobre el colchón, hundiéndome en su suavidad familiar mientras él desaparecía en el baño para terminar de vestirse. La puerta quedó ligeramente entreabierta, lo justo para que pudiéramos seguir hablando.

— Entonces, ¿qué me he perdido por aquí? — preguntó desde el baño.

— Nada emocionante. Lo de siempre — respondí encogiéndome de hombros aunque él no podía verme.

— ¿Sigues estudiando en la universidad a distancia?

— Sí. Todo aprobado — respondí con orgullo.

— Empollona — se burló él.

— ¿Y las cosas con la manada? — se puso un poco más serio.

— Pues siguen teniendo que soportarme y yo sigo teniendo que soportarlos a ellos.

— Muy graciosa ¿Has estado quedando con Erandi? Me dijiste en tu última carta que habías entrenado juntas un par de veces ¿no?

— Sí. Hasta que su padre le dijo que dejara de juntarse con apestadas. Está bien. Nos vimos hace poco, aunque no hablamos demasiado.

— Pues ella se lo pierde — John salió del baño, ya vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca que le quedaba como un guante. Se dejó caer en la cama junto a mí, con las manos cruzadas detrás de la cabeza. ¿Desde cuándo tiene esos brazos tan musculosos? me pregunté fugazmente antes de sacudir la cabeza y centrarme en la conversación.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora