Capítulo 54

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Desperté con la suave luz de la mañana filtrándose por las cortinas, esperando sentir la calidez de los cuerpos de Marcus y Connor junto al mío... o eso pensé. Pero cuando extendí la mano para tocarlos, me di cuenta de que ni Marcus ni Connor estaban allí. La cama, que la noche anterior había sido el escenario de la pasión más desatada que había conocido, ahora estaba vacía, con las sábanas revueltas y aún tibias.

Fruncí el ceño, desconcertada. El silencio de la habitación contrastaba con el alboroto que venía de fuera, un sonido de voces y pasos que llegaba hasta mí desde más allá de las paredes de la Fortaleza de Akershus. Me levanté de la cama arrastrando la sábana conmigo para tapar mi cuerpo desnudo y, con movimientos apresurados, fui hacia la ventana, apartando la cortina con rapidez.

Lo que vi me dejó sin aliento.

Los alrededores de la fortaleza estaban llenos de gente. Hombres y mujeres caminaban por el terreno, hablando, moviéndose de un lado a otro, algunos transportando cajas o montando lo que parecían ser tiendas y campamentos. Y seguían llegando más por los caminos que llevaban hasta la entrada principal.

— ¿Qué diablos está pasando? — murmuré mientras dejaba caer la cortina y comenzaba a vestirme apresuradamente. Sentía que algo importante estaba ocurriendo y, como siempre, parecía que yo era la última en enterarme.

Con el corazón acelerado, bajé las escaleras hasta el salón principal. Apenas puse un pie en el amplio hall, me crucé con Erandi, que caminaba con paso rápido y decidido, dando indicaciones a un grupo de recién llegados.

— ¡Erandi! — la llamé, acelerando mi paso para alcanzarla — ¿De dónde ha salido toda esta gente?

Erandi se encogió de hombros sin detenerse y repartió un par de mantas a otro grupo que aguardaba en la entrada. Luego me miró de reojo, con una pequeña sonrisa de complicidad.

— Comenzaron a llegar anoche — respondió, sin dejar de caminar — y no han parado de llegar desde entonces. Helga fue a llamarte pero dijo que estabas... — sonrió un poco más — "ocupada".

No pude evitar sonrojarme y le dí un pequeño golpe en el hombro a mi amiga para que dejara de mirarme así. Erandi soltó una carcajada.

— Ayúdame con esto ¿puedes? — dijo entregándome un par de cajas.

Miré a mi alrededor mientras seguíamos avanzando. Había caras nuevas por todas partes. Los lobos se presentaban ante Helga y Harald, inclinando la cabeza en señal de respeto, entregando ofrendas o simplemente saludando con cortesía a los dueños de la fortaleza. Me sentía algo abrumada, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.

Entonces, lo vi. Vestía una elegante americana y su presencia dominaba el espacio. Era como si la sala hubiera sido hecha para él, para que se moviera con esa confianza innata que solo unos pocos poseen. El primer detalle que capturó mi atención fue su estatura, era imponente, seguramente cerca de un metro noventa, con una espalda ancha y musculosa. Todo en él gritaba fuerza, poder. Su postura era recta y firme, como si supiera exactamente el efecto que causaba en quienes lo rodeaban.

Su melena negra caía sobre sus hombros de una manera que parecía perfectamente desordenada, como si cada mechón estuviera en su lugar sin esfuerzo alguno. El cabello le enmarcaba el rostro con precisión, destacando su mandíbula cincelada y unas facciones que, de no ser por su intensidad, podrían haber pertenecido a una estatua griega. Sus ojos, profundos y oscuros, tenían un brillo peligroso, una mezcla de confianza y desafío que hacía imposible apartar la vista. Y esa sonrisa... era la clase de sonrisa que desarmaba a cualquiera, curvada en una mueca de diversión. Era descarada, pero al mismo tiempo encantadora, lo suficiente como para hacer que cualquiera bajara la guardia, aunque solo fuera un segundo.

Tayen, la leyenda de las Lunas [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora