125.- El principio de mi insomnio.

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Pasaron unos días, Sofía me hablaba en todo momento por WhatsApp, pero eso no era lo que necesitaba, necesitaba tiempo y ver que Sofía me hablaba todos los días no tenía ese tiempo que necesitaba para avanzar. Así que tuve que decirle que necesitaba tiempo, que no me escribiese por que no contestaba ninguno de sus WhatsApp. Sofía sintió de esa manera como que había vuelto a desaparecer, eso la destrozó, pero le dije que no, que sólo necesitaba un tiempo, pero que si me necesitaba que no dudase en acudir a mí, que siempre estaría para ella sin importar nada más.

Unos días más tarde, serían sobre las cuatro de la mañana, mi móvil empezó a sonar, era Sofía. Sin pensarlo cogí la llamada, a esas horas no podía ser nada bueno.

—¿Estás bien? —le pregunté, notaba la dificultad al respirar de Sofía— Sofi, ¿Qué te pasa?

—No... no pue-do... res-pirar...

—Tranquila... voy ahora mismo a tu casa. Escucha no me cuelgues, escucha mi voz —salté de la cama, me puse una sudadera, cogí el coche y me fui para casa de Sofía—. Nena, tranquila, ya voy... Escúchame, toma aire profundamente, aguanta un par de segundos con el aire dentro de tus pulmones. Ahora suéltalo despacio...

—A-mor... te... necesito... —Sofía no podía ni hablar.

—Sofía, tranquila, no hables, concéntrate en la respiración —seguí conduciendo a toda velocidad hacia casa de Sofía—. Ya estoy llegando... —llegué a casa de Sofía— Ya estoy aquí.

—Bajo...

Bajé del coche y fui hacia la puerta de su casa a esperarla. Sofía salió de su casa, se sorprendió al verme esperándola en su puerta. Se acercó a mí y me abrazó, rodeó mi cintura con sus brazos y apoyó su cabeza en mi pecho.

—Tranquila... —dije abrazándola— Ven, vamos al coche, hace frío.

Llevé a Sofía al coche, le ayudé a entrar en él, después me subí en mi asiento y arranqué el coche para poner la calefacción. Las manos y las piernas de Sofía temblaban, no podía respirar bien. Sofía tenía sus manos sobre sus rodillas, puse mi mano sobre una de sus manos que tenía en la rodilla y le apreté la mano, Sofía me miró.

—Tranquila, respira conmigo... —le propuse.

Empecé a hacer ejercicios de respiración con ella e iba indicando lo que tenía que hacer y lo hicimos juntas. Después de varios minutos conseguimos controlar su respiración, las piernas dejaron de temblarle y las manos también. Sus manos estaban completamente heladas.

—Tienes las manos heladas... —le dije preocupada.

Sin decir nada más, cogí ambas manos de Sofía, las junté entre sí y las cubrí con mis manos, las acerqué a mi boca y empecé a echarles mi aliento para intentar calentarlas.

—Bella...

—Shhh, tranquila... —seguí echando mi aliento sobre sus manos, poco a poco notaba como sus manos aumentaban de temperatura— ¿Mejor?

—Gracias...

—No tienes que dármelas.

—Estás aquí...

—Te dije que si me necesitabas estaría a tu lado —le recordé.

Las manos de Sofía tomaron una temperatura normal. Acerqué mis labios a su mano y le di un beso. Solté una de mis manos de las suyas y la puse sobre su mejilla, Sofía acurrucó su cara en mi mano.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

—No, no importa... —respondió.

—Sí importa, me importa, Sofía. Te ha dado un ataque de ansiedad, ¿Qué ha pasado? —le pregunté de nuevo.

Mi destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora