92.- Fiesta ibicenca.

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Estaba tan agotada que no me di cuenta que había sonado el despertador, cuando me desperté, Sofía no estaba en la cama. Intenté levantarme de la cama, estaba como si me hubiese pasado un tren por encima, me agarré de mis costillas e hice un gran esfuerzo por levantarme de la cama, cuando Sofía abrió la puerta de la habitación, llevaba una bandeja con el desayuno. Vio que estaba intentando levantarme y rápidamente dejó la bandeja del desayuno sobre la cómoda y vino hacia a mí.

—Amor, ¿Qué haces? —me paró, acomodó la almohada y unos cojines y me recostó sobre ellos para que me quedase incorporada en la cama— ¿Dónde ibas?

—No te vi en la cama y salía a buscarte...

—Ya estoy aquí mi vida, tienes que descansar.

—¿Y mis buenos días? —le pregunté y Sofía no pudo evitar reírse.

—Buenos días, mi amor —se inclinó hacia a mí y me besó en los labios.

—Mucho mejor... Buenos días, princesa —Sofía cogió la bandeja del desayuno—. ¿El desayuno a la cama?

—Siempre eras tú la que me llevaba el desayuno a la cama, alguna vez me tocaría a mí ¿no?

—Sabes que me encanta llevarte el desayuno a la cama...

Nos pusimos las dos a desayunar juntas en la cama y Sofía me comentó que aunque esa misma noche era la noche en la que haríamos la fiesta ibicenca, habían decidido no hacerla y quedarnos en plan tranquilo después de lo que había pasado y que tenía que descansar, obviamente yo no estaba de acuerdo. Terminamos de desayunar y Sofía fue a llevar la bandeja a la cocina, me agarré a mis costillas e hice un gran esfuerzo para levantarme de la cama, conseguí hacerlo pero ¡Que dolor!. Una vez de pie empecé a quitarme la camiseta, estaba frente al espejo de cuerpo entero de espaldas a la puerta de la habitación y escuché como se abría la puerta.

—Sofi, no me regañes, tengo que hacer el esfuerzo de hacer cosas por mí misma... —dije pensando que era Sofía, pero nadie contestó. Me giré y ahí estaba Irene, en el umbral de la puerta.

—¡Bella! Tu cuerpo... —exclamó Irene al verme.

—Irene...

—No me pidas que me vaya, por que no lo voy a hacer. ¿No tenías pensado decirme el estado en el que te encuentras? —me preguntó.

—Esto bien, Irene. No te preocupes —Irene vino hacia a mi y puso sus manos en mis mejillas.

—Bella, estoy aquí para lo bueno, pero sobre todo para lo malo. Sé que no quieres que te vea así, que no quieres preocuparme... Pero me da igual, Bella. Estoy aquí y quiero estar aquí.

—Gracias...

—¿Te ha puesto ya Sofía la crema?

—No, acabamos de terminar de desayunar.

Irene cogió la crema de la mesita de noche y me la echó por cada uno de mis moratones. Sofía entró en la habitación e Irene se giró a mirarla.

—Gracias —le dijo Irene a Sofía y las miré extrañadas—. Me dijo que viniese a verte, que tenía que verte...

—¡Oh, genial! —exclamé irónicamente— Os compincháis en mi contra... —dije entre risas.

—¡Que castigo de chica! —exclamó Irene refiriéndose a mí. terminó de echarme la crema— Vamos a vestirte.

—¡Si hombre! ¿las dos? —dije sorprendida.

—¿No te suena bien? —me preguntó Sofía.

—¿Estáis de coña verdad?

Mi destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora