The Green Dress. (Parte 1)

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Alicent avanzó a paso rápido por los pasillos del imponente Torreón de Maegor. Los altos muros de piedra, cubiertos de años de historia y secretos, parecían cerrarse en su camino, creando un laberinto opresivo. Cada paso que ella dio resonó en el silencio, como un eco lejano de su inquieta alma. El fugaz contacto de su mano con la de Rhaenyra siguió vibrando sobre su piel, dejando una huella invisible, pero palpable y el corazón de la reina que latió con una vehemencia desbocada, se rebeló contra la razón y la lógica. Los sentimientos que persistieron entre ellas se alzaron como un torbellino de emociones difíciles de controlar.

Sus pasos rápidos recorrieron los pasillos de forma automática, mientras la mente de Alicent recordaba con inquietud la actitud distante y preocupada que había percibido en la princesa durante la comida familiar. Rhaenyra apenas había tocado la comida, casi ni había probado el vino. Los hermosos ojos violeta de la princesa, normalmente llenos de chispa y vitalidad, aquella tarde se mostraron velados y perdidos, como si un peso invisible la atormentara. Alicent entre más buscó una posible causa a la tristeza de la princesa, lo único que encontró fue Laena Velaryon. Ella sabía que la amante de la princesa se encontraba indispuesta debido a los dolores menstruales, o eso fue lo que habían dicho por la mañana.

Según Alicent fue recordando los gestos de afecto entre Laena y Rhaenyra, el monstruo de los celos se fue agrandando en su interior. Los pasos de Alicent se volvieron más frenéticos, como si quisieran escapar de los laberintos de su propia mente. Cada esquina, cada relieve tallado en la piedra, le recordó los encuentros secretos, los momentos robados que vivió con Rhaenyra. Las imágenes de esos días compartidos y del amor prohibido entre ellas, se agolparon en su mente. El suave roce de sus manos, las miradas furtivas en medio de la noche, los labios que habían probado la dulzura, el deseo que aún la calcinaba por dentro. Todo ello resonó en su ser, amenazando con desbordarse en una tortura constante.

Cuando la reina llegó a sus aposentos, cerró la puerta tras de sí con un suspiro largo y agotado, deseando que su cuerpo dejara de reaccionar con tal intensidad cada vez que se veía obligada a compartir espacio con Rhaenyra. La tensión que existía entre ellas, esa mezcla de atracción y repulsión, se volvió cada vez más insostenible. Con cierta rabia Alicent se despojó del pesado vestido, dejando que cayera al suelo con un susurro sedoso. Observó su reflejo en el espejo, tratando de encontrar respuestas en sus propios ojos cansados. Se preguntó si ella alguna vez podría liberarse de los lazos que las unían, de los sentimientos que amenazaban con arrastrarla a un abismo emocional.

Los últimos rayos del día se cernieron sobre la habitación, sumiéndola en una penumbra que solo aumentó la añoranza que ella sentía en ese momento. Alicent se dejó caer en la cama, sintiendo cómo el peso de sus propias emociones la oprimía. Ella deseó con todas sus fuerzas que el tiempo pudiera sanar las heridas del pasado, que pudiera encontrar la paz en un futuro incierto y se sorprendió a sí misma deseando que Rhaenyra volviese a su vida.

—Mi reina, perdonadme —susurró Talya observando a la reina tendida en ropa interior sobre la cama—. Tengo que empezar a prepararos el baño o llegaréis tarde al festín.

—Claro, Talya... Gracias.

—Vuestro vestido ya está casi preparado. La costurera está ultimando unos pequeños detalles y en nada estará listo.

—Muy bien. Pero aún tiene tiempo para que la costurera termine lo que está haciendo.

—Primero está terminando vuestro vestido y luego debe terminar unos detalles en el vestido de la princesa.

—¿Rhaenyra asistirá al festín? —preguntó Alicent en un gesto de sorpresa, pero sin poder evitar la sonrisa.

—Eso creo, mi reina.

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