Epílogo: Fate Of The Kingdoms.

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Alicent abrió los ojos de golpe, sobresaltada por los estruendosos golpes que resonaron en la puerta de sus aposentos. Su corazón martilló en su pecho, mientras su mente luchó por deshacerse de los restos de un sueño intranquilo. El miedo se apoderó de ella cuando Sir Arryk irrumpió en la habitación, con el rostro pálido y los ojos cargados de urgencia.

—¡Alteza, perdonad mi entrada brusca! —exclamó el guardia con una voz apresurada—. Pero Lord Otto ha llegado a la fortaleza y necesita veros con suma urgencia.

—Por supuesto recibiré a mi padre, pero, ¿qué ha pasado, Sir Arryk?

—Será mejor que Lord Otto os lo explique, mi reina.

Alicent se sentó rápidamente en la cama, aturdida por la irrupción de Sir Arryk y tratando de recobrar la compostura. En ese instante la reina fue incapaz de vislumbrar la tormenta emocional que se avecinaba. Con la voz aún cargada de sueño, Alicent asintió, concediendo permiso a su Guardia Real para que dejara entrar a su padre. Mientras tanto, ella se apresuró a enfundarse en su bata de seda, tratando de reunir la fuerza y la serenidad necesarias para enfrentar lo que fuera que aguardaba al otro lado de la puerta.

El guardia salió apresuradamente y, en cuestión de segundos, Otto cruzó el umbral de la puerta que cerró tras de sí. Alto y orgulloso, su figura imponente llenó la habitación, proyectando una sombra amenazante sobre Alicent. Sus ojos penetrantes se encontraron con los de ella, y en ese instante, la reina supo que algo trascendental estaba a punto de suceder.

—Padre —susurró Alicent, su voz entrecortada por la sorpresa y la incertidumbre—. ¿Qué ocurre?

Otto Hightower avanzó con paso decidido, cerrando la distancia entre ellos. Él tomó las manos de su hija y la miró fijamente a los ojos.

—Alicent, necesito el diario de Rhaenyra —dijo su padre con una mezcla de seriedad y premura—. Dadme el diario ahora mismo.

—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿Estáis bien?

—No lo estoy... Necesito el maldito diario de Rhaenyra ahora mismo.

La joven reina, tratando de reprimir la inquietud que la embargaba, soltó las manos de su padre y se alejó un par de pasos. Otto tenía el don de infundir temor y respeto a partes iguales. Era un hombre cuyas palabras podían transformar el destino de aquellos a quienes dirigía.

—¿Para qué queréis el diario? —preguntó Alicent cada vez más preocupada.

—No es de vuestra incumbencia —replicó la mano del rey cada vez más azorado—. Necesito el diario original, así que entregádmelo ahora mismo.

—El diario ya no está en mi poder, padre —respondió Alicent, mintiendo deliberadamente reuniendo fuerzas para afrontar a Otto.

—¿Cómo que no está en vuestro poder? —preguntó Otto con frialdad y mostrándose amenazante—. Os doy la oportunidad de entregarme el diario por las buenas o yo lo obtendré por las malas.

Otto apenas avanzó un par de pasos en dirección a la reina y Alicent se sintió tremendamente intimidada.

—Quemé el diario de Rhaenyra.

—Mentís...

—No miento, padre, lo quemé la misma noche que terminé de leerlo.

—No os creo —masculló Otto con rabia acercándose más a la reina—. Dadme el diario ahora mismo, Alicent.

—Ese diario ya no existe.

—No puedo creer que seáis tan estúpida... Habéis destruido un arma contra Rhaenyra.

Fate Of The Kingdoms.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora