Interests Of The Realm. (Parte 1)

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La princesa alzó la mirada, encontrándose con los ojos verdes intensos del caballero, pero su atención se desvió de inmediato a las palabras que salieron de sus labios. La noticia golpeó a Rhaenyra como un puñetazo en el estómago. Syrax estaba enferma y la incredulidad se reflejó en los ojos violeta de la princesa, y por un instante, la realidad pareció un sueño distorsionado.

—¿Qué estáis diciendo, Sir Criston? —preguntó con la voz temblando—. Eso es imposible... 

Ella miró fijamente a Sir Criston, como si buscase respuestas en la profundidad de sus ojos.

—El rey me ha pedido que os escolte inmediatamente a Pozo Dragón, antes de que... sea demasiado tarde.

Un sentimiento primitivo, casi animal, se apoderó de Rhaenyra. Aunque Syrax estaba a kilómetros de distancia en Pozo Dragón, algo en su interior resonó con la verdad de las palabras de Sir Criston. Ella sintió la debilidad de Syrax como un eco distante, ese hilo invisible que conectaba vibró con urgencia.

La desconcertante realidad se instaló en la habitación, creando una atmósfera cargada de preocupación. Rhaenyra, con la mirada perdida en algún punto indescifrable, se esforzaba por asimilar la noticia. Aquel lazo especial entre una Targaryen y su dragón no conocía barreras físicas; la enfermedad de Syrax resonó en el corazón de Rhaenyra, tejiendo un vínculo que trascendía la distancia.

En ese momento, la princesa comprendió que el destino de Syrax y el suyo estaban entrelazados de una manera más profunda de lo que ella jamás hubiera imaginado. Rhaenyra se alejó de la mesa, con la vista borrosa y se cubrió la boca para acallar el llanto, pero el angustioso dolor dobló su cuerpo haciendo que se tambaleara. Annora se apresuró a tomarla del brazo evitando que la princesa cayese al suelo.

—Ensillad a los caballos —ordenó Rhaenyra con la voz entrecortada mirando primero a Sir Criston—. Annora ayudadme a vestir, por favor.

—Ahora mismo, princesa. 

De la misma manera que salió Sir Criston a cumplir la orden de la princesa, Rhaenyra se vistió con su ropa de jinete de dragón a toda prisa, aunque al intentar abrocharse los botones de su abrigo el temblor en sus manos por los nervios no le permitieron conseguirlo. Se giró para pedirle ayuda a Annora, pero Alicent estaba ante ella con la mirada triste y unas ojeras más marcadas que las suyas. Ninguna de las dos dijo nada, simplemente Alicent avanzó hasta la princesa y comenzó a abrocharle el abrigo, mientras Rhaenyra no pudo evitar observarla con dolor al ver como los dedos de Alicent estaban completamente destrozados. La princesa quiso tomar sus manos y decirle a Alicent que ella lo sabía todo, que dejase de hacerse daño, pero a pesar de que el tiempo parecía ir lento, también todo ocurrió de prisa.

Las manos de Alicent también temblaron, al volver a estar cerca de la princesa y por el dolor al tocar los broches del abrigo de Rhaenyra con sus dedos destrozados y en carne viva. Hacer esa sencilla labor supuso un dolor punzante para Alicent, pero a ella no le importó porque al menos pudo estar cerca de Rhaenyra durante unos pocos segundos.

—Gracias —musitó la princesa cuando Alicent terminó de abrocharle el abrigo.

—Corred, id con Syrax —murmuró Alicent haciéndose a un lado, sin mirarla a los ojos.

Rhaenyra la observó una vez más antes de salir corriendo de su habitación, dejando atrás a Alicent y notando el calor de sus lágrimas deslizándose por sus mejillas. La princesa supo sin ninguna duda que Alicent había ido a su habitación al enterarse de que Syrax estaba enferma. Ver a Alicent después de cuatro días y bajo la amenaza de la enfermedad de su dragona hizo que los sentimientos de Rhaenyra entrasen en conflicto en su interior.

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