Against All The Odds. (Parte 1)

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Transcurrieron dos días que a la princesa se le hicieron eternos, dos días cargados de angustia y miedos. Dos noches en vela, con el alma en un puño, esperando que la medicina que le había preparado el maestre Gerardys a Alicent diera su efecto. Durante varias horas parecía que la fiebre estaba controlada, pero de repente subía y el cuerpo de la joven Hightower se estremecía sin control. La imagen de Alicent inconsciente temblando con violencia fue una de las experiencias más terroríficas que la princesa presenció en aquellos años.

Durante esos dos días Rhaenyra no se apartó ni un segundo del lado de Alicent. En aquellos dos días Rhaenyra hizo labores que ella jamás había hecho antes. La princesa ayudó a la madre de Alicent a cambiar las sábanas sudadas por la fiebre, también ayudó a asear a la joven Hightower así como a cambiarla de camisón. Se ocupó de bajarle la fiebre colocando un paño húmedo sobre la frente de Alicent e hizo esto durante horas hasta estar completamente segura que la fiebre había bajado.

Cuando la temperatura de Alicent se estabilizó, la princesa tomó los libros que había sacado la joven Hightower de la biblioteca y sentada a su lado en la cama, pasó horas leyéndole sobre la historia de las guerras Rhoynar y el exilio de la Princesa Nymeria junto a sus diez mil barcos. Leer sobre esas historias hizo que Rhaenyra empezase a cuestionar la enorme idealización que ella tenía sobre sus antepasados valyrios. Conoció las atrocidades que hicieron los valyrios en su afán de conquistar y expandir el Feudo Franco de Valyria, como destruyeron ciudades enteras, extinguieron a antiguas civilizaciones, como masacraron y esclavizaron a millones de personas y provocaron el exilio de los Rhoynar y otros muchos pueblos de Essos. La princesa por primera vez se planteó seriamente cuál sería su papel si alguna vez gobernaba en los Siete Reinos, porque ella tenía la sensación de no ser la reina que muchos esperaban. 

A la mañana del tercer día, sentada a la orilla de la cama de Alicent, leyendo en voz alta el relato de la historia de la Princesa de Ny Sar, pensó en que clase de reina quería convertirse y ante todo pronóstico decidió que si algún día gobernaba los Siete Reinos, no lo haría bajo el terror que emplearon los valyrios o sus antepasados más recientes. A ella en aquel momento le asaltó la certeza de que se convertiría en una reina justa y sabia como lo fue Nymeria, pero para llegar a ser una reina digna, Rhaenyra supo que tendría mucho que aprender y madurar. 

El estado de salud de Alicent había dado pequeñas señales de mejoría con el pasar de los días, pero lamentablemente continuó inconsciente y sumida en un largo y profundo sueño.

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«Es un hermoso día que invita a dar un largo paseo y como cada mañana me dirijo a despertar a Rhaenyra para que venga conmigo. Solo logro dar dos pasos y he dejado de estar en los pasillos del Torreón de Maegor. Sin entender lo que ha pasado, subo las escaleras de lo que reconozco como la entrada del Gran Septo, llevada del brazo de mi padre. Sigo el camino lleno de pétalos de miles de flores mezcladas con plumas de color plata. Al entrar puedo ver en el centro de la cámara del Gran Septo, ante la estatua del Extraño, y sobre un enorme altar, como reposan inmóviles los cadáveres de dos mujeres. Las hermanas silenciosas escoltan los cuerpos, haciendo un círculo a su alrededor mientras balancean pequeños incensarios con el escudo de los Targaryen ardiendo en su interior. Intento caminar hacia ellas para ver de quienes son los cuerpos, pero no puedo avanzar por la enorme cantidad de personas que abarrotaban el interior del Gran Septo. Aun así no me doy por vencida y trato de avanzar sorteando a las personas que bloquean mi vista, hasta que logro vislumbrar uno de esos dos cuerpos. Es Rhaenyra una de esas mujeres que yace inmóvil sobre el altar frente a la estatua del Extraño, con las manos cruzadas sobre su pecho, con un vestido con los colores Targaryen y su vientre está hinchado como si estuviese embarazada. Sobre sus ojos cerrados reposan dos piedras funerarias. Mis manos comienzan a temblar, mi cuerpo se estremece, no puedo creer que Rhaenyra esté muerta. "Los Targaryen nunca son velados en el Gran Septo, porque son quemados por fuego de dragón". Es mi primer pensamiento tratando de convencerme de que no es cierto que Rhaenyra esté muerta. Busco entre la gente el rostro de mi padre para que me dé una explicación, pero de repente estoy en una ladera a los pies del Montedragón en la isla de Dragonstone. Los dragones están en círculo rugiendo unos contra otros, y en el centro de ese círculo veo el cuerpo ensangrentado de Syrax, que arde bajo las llamas verdes de otro dragón que no logro vislumbrar. Las lágrimas resbalan por mis mejillas, al observar cómo Syrax se consume bajo aquel fuego verde mientras grita de dolor. El rugido de los dragones se repite cada vez con más fuerza, tanto que no lo puedo soportar. Tapo mis oídos buscando la forma de no escuchar los gritos de dolor de Syrax mientras es consumido por el fuego. Cierro los ojos asustada pensando en Rhaenyra, pero recuerdo que ella está muerta y el llanto comienza a atorarse en mi garganta. El rugir de los dragones cesa de repente y abro mis ojos. Estoy en los aposentos del rey. Veo la réplica que Viserys ha construido de la antigua Valyria, pero está llena de cenizas y polvo. Las figuras de los dragones están todas rotas por la mitad y las arañas invaden los restos rotos de la réplica mientras tejen su tela sobre los pequeños edificios valyrios. Miro en mis manos y tengo la figura intacta de un dragón dorado igual a Syrax. Mis lágrimas comienzan a brotar al recordar el fuego verde que lo mató, pero al alzar la vista ya no estoy en los aposentos del rey. Ante mí está Rhaenyra dormida en su cama. Siento que mi corazón late con tanta fuerza por la emoción de verla viva que solo puedo escuchar mis propios latidos. La princesa abre los ojos y me sonríe, no está muerta. No era ella quien estaba en el Gran Septo. Avanzo hasta la princesa como lo hago cada mañana para despertarla, pero Rhaenyra se pone en pie, llevando sus manos hasta mi rostro y me besa con tanta ternura que siento como mis rodillas tiemblan. Noto sus tibios labios sobre los míos y me dejo llevar por el placer que su lengua provoca al contacto con la mía. Rhaenyra profundiza más el beso, enviando un mensaje inequívoco de placer a cada parte de mi cuerpo, pero de repente se aparta de forma abrupta. Abro los ojos buscando el porqué ya no me besa. Estamos en el Bosque de Dioses y Rhaenyra llora con rabia mirándome fijamente a los ojos y en sus manos está la figura de un dragón negro de la réplica de Valyria que construye el rey. Intento alcanzarla, trato de calmarla, pero ella se aparta más y más a cada paso que doy a su dirección. Cubro mi rostro con ambas manos sintiendo de repente una profunda vergüenza, cuando el ruido de las olas provocan mi curiosidad. Estoy en el puerto de Desembarco del Rey y veo como Rhaenyra sube a un barco con tres velas pintadas con un tripartito de colores azul, rojo y verde. En la proa resaltaba las cabezas de dos dragones de oro que adornaban el rumbo de aquel barco. Nuestras miradas se cruzan cuando ella se despide con la mano del rey que está a mi lado. Siento que me muero de dolor al verla partir en aquel barco junto a lady Laena y Daemon que se la llevan tan lejos de mí. Bajo la mirada cuando noto en mis manos las figuras de cuatro dragones de la réplica de Valyria, tengo dos en cada mano. Al mirar a mi alrededor estoy nuevamente en los aposentos del rey Viserys. Dejo las figuras de los dragones sobre una mesa enorme para poder verlos al detalle. Tomo uno de los pequeños dragones de yeso, el de escamas azul claro, pero cuando lo acaricio con mi dedo índice se desmorona convirtiéndose en granos de arena que se escurre entre mis dedos. Siento como la tristeza comienza a meterse dentro de mi piel y siento un súbito dolor en mi pecho. Veo la figura del otro dragón azul, pero este es de un azul mucho más oscuro y más pequeño. Intento no tocarlo para que no se rompa, pero rápidamente se va ennegreciendo ante mis ojos hasta convertirse en cenizas que se las lleva el viento. Vuelvo a notar un profundo dolor en mis entrañas que me roba el aliento, pero mis ojos buscan la figura del dragón de más tamaño y pienso que al ser el más grande y fuerte de todas las figuras este no se romperá. Lo miro sin tocarlo con miedo a estropearlo, pero cuando observo cómo el dragón tiene un ojo de color azul, sin poder evitar mi curiosidad lo tomo con cuidado, pero al igual que la primera figura se escurre entre mis dedos y al chocar contra el suelo la figura de ese dragón se convierte en un gran charco de agua sucia. El dolor se convierte en una punzada ardiente en mi pecho como si me partiera en dos. Entonces pienso que si veo la última figura, si la salvo de alguna manera, el dolor que siento cesará. Aquella última figura es un dragón dorado parecido a Syrax y quizás sea el más hermoso de todos los dragones. Sabiendo que quizás el destino de aquella figura no sea el mismo de las otras, lo tomo en mi mano y me sorprendo porque se mantiene en su forma original. Trato de acariciar la figura del dragón con mi dedo índice, pero se comienza a romper por la mitad mostrando como su interior está totalmente podrido. Al ver aquella figura podrida no siento dolor, solo es odio lo que late en mi pecho. Sé que no debo odiar a ese dragón, pero lo odio con todo mi ser. Tomo la figura y la encierro en mi puño deseando destruirla y que su muerte fuese por mi mano. La tiro al suelo con fuerza y veo como esa figura se transforma en miles de pequeños gusanos. Cierro los ojos, notando como mi dolor se ha transformado en un frío demoledor y la imagen de Rhaenyra sonriendo aparece de nuevo en mi mente. No quiero abrir los ojos, no quiero dejar de verla, la echo tanto de menos, pero el grito desgarrador de un niño llamando a su madre me hace querer buscarlo para protegerlo. Vuelvo a estar en aquel lugar, a los pies de Montedragón donde estaban los dragones rugiendo unos contra otros, pero esta vez no es Syrax quién arde. En el centro está Rhaenyra enfrentándose a un enorme dragón de color dorado y de su pecho brota la sangre que tienta el hambre de aquella bestia. Quiero correr para salvarla, pero ya es demasiado tarde. El dragón abre sus fauces mostrando como el fuego comienza a formarse en su garganta. Y como si Rhaenyra supiese que yo estoy con ella, se gira a mirarme a los ojos y con su último aliento susurra mi nombre con una suave sonrisa antes que aquel maldito fuego verde la consuma por completo. Grito con todas mis fuerzas, sintiendo el mayor dolor que nunca he sentido, como si cada hueso de mi cuerpo se quebrara lentamente y mi corazón se cansara de latir. Ver a Rhaenyra agonizar bajo las llamas solo me hace desear mi propia muerte. Mis rodillas se vencen y caigo al suelo. No puedo apartar mis ojos de aquellas llamas verdes que consumen lentamente el cuerpo de Rhaenyra. De repente me envuelve la más absoluta oscuridad. Siento como algo tira de mí desde el centro de mi cuerpo y esa fuerza misteriosa me deja flotando sobre una niebla espesa que tiñe de frío todo mi alrededor. Únicamente puedo percibir el olor a lluvia, un aroma tan familiar que me hace sentir una extraña paz. Me dejo guiar por ese aroma como si fuese un faro en medio de la tormenta hasta que poco a poco mis ojos se abren porque ya no estoy soñando.»

Fate Of The Kingdoms.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora