60. Dolor y miedo.

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Esa noche no pudimos dormir nada, yo por el dolor que sentía, que cada vez se iba haciendo más agudo. Pablo se quedó despierto cuidando que todo fuera bien, aunque ambos sabíamos que lo que estaba sucediendo era que mi embarazo estaba llegando a su fin. 

Sobre las seis de la mañana decidí ir al baño a darme una ducha, porque tenía la ligera sospecha de que ese mismo día me tocaría visitar el hospital, así es que lo hice con mucho cuidado y me vestí. Fue entonces, cuando después de ducharme decidí bajar a la cocina, cosa que no llegué a hacer, pues al bajar las escaleras el mismo dolor agudo se repitió haciéndome gritar. 

-¡Amor! ¿Todo bien?-preguntó Pablo mientras corría hacia mi

Yo no podía mirarle, estaba completamente doblada intentando mantenerme en pie cuando noté un charco en el suelo a mi alrededor 

-Acabo de romper aguas y me duele muchísimo todo, porfavor, vístete rápido y llévame al hospital-dije intentando no llorar. Entre el dolor, el miedo y a la vez las ganas de ver a los bebés, no pude evitar que el llanto se apoderara de mi. 

Pablo cogió rápido todo lo que teníamos organizado para los cuatro, me sujetó con cuidado y nos montamos en su coche. Llegamos al hospital quince minutos más tarde, agradeciendo que al ser temprano no hubiera demasiado tráfico. Él ya había llamado a Pedri, mis padres y los suyos de camino para contarle que íbamos al hospital, cosa que hizo que éste se levantara corriendo de la cama, avisara a los demás y nos prometiera que todos irían lo antes posible para acompañarnos. 

Me atendieron rápido, no tardaron más de 5 minutos en llevarme a la sala de monitores, en la que me aseguraron que todo estaba yendo bien, los latidos de ambos eran correctos y no habían sufrido ningún problema. Estaba completamente paranoica y les hice prometerme que todo iría bien. 

Pablo no se separó ni un segundo de mi lado en las cuatro horas que estuve en la sala, porque a penas había dilatado un centímetro y medio. Me dieron diferentes instrucciones de que hacer para dilatar más, pero pasado ese tiempo tuvieron que ayudarse de la oxitocina, pues no conseguía pasar de los tres centímetros. 

Me dijeron que el parto iba a ser largo, más aún al ser doble,  pero que no iban a esperar a que llegara la tarde, me lo iban a provocar en pocas horas si no aumentaba la dilatación. 

Prepararon la bomba de epidural y, tras conseguir que no me moviera, me inyectaron. Fue difícil, ya que el dolor que sentía en la barriga era horrible. Mi novio me agarraba, daba besos y prometía que todo iba a salir bien. Me hicieron un tacto y ya estaba de casi seis centímetros, lo que era buena señal. 

-Eres la mujer más fuerte del mundo mi amor, tú puedes con esto y más-me dijo mientras me besaba.-Estamos juntos, ¿vale? Ojalá pudiera cambiarme por ti para que no tuvieras dolor

Yo ya estaba llorando para ese momento. Entre las hormonas y todo lo que suponía estar en el hospital, por un momento pensé que saldría en canoa de tanto llanto. 

Después de mucho dolor, espera y empujar, a las 2:25 de la tarde nació el primer bebé. A las 3:08, nació el segundo. Ambos con constantes estables. Todo había salido bien, lo habíamos conseguido, ya estaban con nosotros. 

Pablo lloraba a mi lado mientras los miraba encima de mi, o más bien admiraba, y me besaba la frente diciéndome lo bien que lo había hecho. Su llanto solo hacía que yo llorara aún más. Los abracé a ambos con cuidado y besé sus frentes. 

Pronto se llevaron a los bebés a otra sala para limpiarlos y demás, prometiéndome que todo había salido bien, que era una rutina. Un rato después me pasaron a una habitación para que descansáramos un poco. Al entrar, estaba llena de globos y nuestros amigos y familias estaban dentro. 

Yo estaba muy cansada, pero a la vez tenía tantas ganas de hablar con ellos, de contarles todo... que al verles solo pude sonreír muy emocionada. 

-¿Cómo está la mami más fuerte del mundo?-dijo Pedri, quien fue el primero en abalanzarse sobre mi con cuidado besando mi frente.

-Hermanita, ¿qué tal todo? ¿dónde están mis sobrinos? ¿son niños?-mi hermano no paraba de preguntar sobre el sexo de los bebés, cosa que me hizo mucha gracia

-Los tres están bien, todo ha salido genial y se los llevaron a prepararles, no os preocupéis ni la agobiéis-dijo mi chico por mi-en un rato los traerán. 

Nadie más preguntó nada, uno por uno me abrazaban, tanto a mi, como a Pablo. Raúl, mi padre y el suyo se quedaron hablando con él un poco apartados del resto. Cosa de familia, supongo. 

Mi madre, Aurora, Belén, Patri, Sira y Mikky lloraban mientras les contaba cómo fue todo y lo que había sentido al ver sus caritas por primera vez. Ansu, Balde, Pedri, Ferrán y Frenkie seguían con su apuesta del sexo de los bebés y yo, estaba agotada, pero muy feliz. 

Media hora más tarde,  cuando ya estaban todos en silencio y esperando que trajeran a los bebés, la puerta se abrió, mostrando a la matrona que había estado con nosotros en el parto y a mis pequeños. 

Los puso al lado de mi cama, sobre la que yo estaba incorporada y abrazada a Pablo, quien se había sentado en el borde. Toda nuestra gente se acercó rápido a las cunas para verles. Los llantos no tardaron en aparecer. Se abrazaban unos a otros intentando no gritar, mientras Pablo puso a uno de los bebés sobre mí y cogió al otro. 

-Chicos, os presentamos a Pablo y a Aurora, los mellizos con la suerte y la familia más grande del mundo-dije con los ojos llorosos. 

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