44| Miedo

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Después de comer, Ana se levantó calladamente y fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba sentado en una silla cerca de la puerta del santuario del Señor. Ana estaba muy triste y lloraba mucho mientras oraba al Señor. Le hizo una promesa:《Señor Todopoderoso, mira lo triste que estoy. ¡Acuérdate de mi! No me olvides. Si me concedes un hijo, te lo entregaré ti. Será un nazareo: no beberá vino ni bebidas embriagantes y nunca se cortará el cabello.
1Samuel 1:9-11

Capítulo dedicado a isabel-1-2





Dos semanas después

Narra Jireh

¿Qué podía hacer? Ya no soportaba verme al espejo.

La Jireh de hace unos meses había desaparecido.

Me pongo la peluca que la pequeña Aurora me regaló, siento un hueco en mi pecho, nunca imaginé que yo llegaría a usar una de estas.

Esa niña se a preocupado mucho por mí, cuando me entregó la peluca me dieron ganas de llorar, pero sus palabras me dieron aliento.

-Te quiero dar esto Jiji- dijo entregándome una peluca larga - no te acostumbres, pues será por un poco de tiempo.

Y ahora aquí estoy, el cabello lo tengo más débil, ya se me ve el cuero cabelludo. No quiero que esto siga avanzando, quisiera poder regresar el tiempo y encontrarme sana, donde podía correr sin miedo a que el corazón deje de palpitar, donde podía cantar sin miedo a que la voz se deje de escuchar... donde podía vivir sin miedo a que esto me siga desgastando.

He salido de la casa, voy de camino a la iglesia. Hoy es viernes así que debo ir a ensayar con los chicos, llevo mi guitarra en la espalda.

Que bueno que esta enfermedad no me impide caminar.
Aún con todo lo que he estado atravesando no he dejado de ir a la iglesia y a la Universidad. Es difícil, más en la Universidad ya que siempre existen esas personas que hablan de mi a mis espaldas, hasta han llegado a burlarse por mi calvicie, pero no puedo dejar mi carrera. Es terrible tener que ir cuando estoy de mal humor, el viernes pasado no asistí a un ensayo en la iglesia, estaba terrible, no quería molestar a mis amigos con todo esto.

En mi salón he tenido como dieciocho ruedas de prensa, todos, absolutamente todos quieren saber que me pasa. Al principio parecía que nadie me conocía, pero de la noche a la mañana todos cambiaron de escuché a alguien decir que era un castigo, otra persona dijo que quizás era que yo andaba en drogas o algo así, quizás lo digan porque he bajado más de peso; aunque bajar de peso no significa que este haciendo eso. Dicen eso y un montón de cosas más.

Por un momento quise ignorarlo, pero a veces esos tontos comentarios duelen.

La semana pasada, salí llorando del salón por un comentario terrible que me hicieron, nunca me había afectado tanto lo que me decían los demás, al parecer ahora si lo hacía.

Salí corriendo del salón y otra vez sin querer choqué con el pecho de José, el se agarró el pecho con fuerza, estaba rojo del dolor, mis lentes lo habían golpeado.

-¿Acaso me quieres dejar un agujero en el pecho?- dijo aún sobándose.

-Quien te manda que seas tan alto y que no veas por donde caminas- dije sobando mi frente, hacía lo que podía para no llorar, si no dejaba de chocar, pronto la frente me quedaría deformada.

No Hay De Que Temer. Libro II (Trilogía) [Los Sueños de Dios]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora