Capítulo 32. No me mires

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Kay se repetía que hacía aquello por Lance, cada lunes, cada maldito lunes iba a esa cárcel a realizar unos controles para los que él no estaba preparado.

Lovel lo sabía, y sus niveles de ansiedad se elevaban cada vez que subía al transporte que lo llevaría a la cárcel.

No era nada nuevo que a él no le gustaban los alfas, mucho menos un lugar atestado de ellos.

La consulta era pequeña y al menos solo entraban de uno en uno.

Luego estaba el hecho de estar presente mientras otro ser humano se masturbaba. ¿Cómo había llegado a eso? ¿Cómo se permitía ese tipo de deshumanización?
Y debía reconocer que aunque fuera de las experiencias más incómodas de su vida, podía entender por qué Lovel se arriesgaba de ese modo. No le gustaban los alfas, pero comenzaba a creer en la causa de verdad.

—¿Le conociste aquí, verdad?—le preguntó a Lovel en uno de los momentos en los que se quedaron a solas en la consulta.

Lovel entendió que se refería a Bors, su alfa. Prefería exponerlo él, había en ello algo menos doloroso cuando podía controlar el momento.

Lovel asintió.

—Cada lunes.

La puerta se abrió, pocos alfas los miraban a los ojos. Que era lo poco que se veía de ellos a través de la máscara que tenían que usar.

Era agobiante, pero también le ofrecía un tipo de seguridad completamente ficticia.

Sin embargo, este siempre le miraba, siempre. Era aún más incómodo.

Los omegas que lo escoltaban siempre lo reprendían, ¿es que no aprendía? No sabía realmente sobre la inteligencia de esos alfas, pero este no parecía muy listo.

—La mirada al suelo, P19S.

Pero por unos segundos siguió mirándole.

Era un ejemplar igual de grande que todos los otros, la ropa no evitaba notar sus músculos, el tamaño de su espalda, de sus manos. Sin pelo, sin cejas. Y aún así no podía decir que no tuviera cierto atractivo, a pesar se ser un alfa.

Kay se movió incómodo dentro de su traje de trabajo, evitó mirar cuando el alfa eyaculó escoltado por los otros omegas, pero no pudo evitar mirarle a los ojos cuando le entregó el frasco.

¿Cómo demonios había acabado allí?

—Control y suplementación— dijo Lovel.

Lovel le pasó el inyectable que casi se le cayó a Kay, el alfa se inclinó delante de él, era como ver a una montaña replegarse contra un riachuelo. O al menos, eso fue lo que sintió Kay.

Inyectó el producto, y pudo oler al alfa, aún inhibido su olor era claro y fuerte.

Pero lo que más le afectó fue su sonrisa, ese alfa le estaba sonriendo, a él, solo a él.

Kay dio un paso atrás y ocultó sus ojos de él. O le daban un mensaje de vuelta a Lance de parte de Art, o Kay no volvería más.

Era su ultimátum, no quería volver, no quería ver más a ese alfa.

Quería una vida fuera, tranquila, sin alfas. Ya había hecho su parte, había cumplido con creces.

αλφα

Percy apretó el punto donde el omega le había pinchado, en realidad no lo había sentido, pero sí los ojos de ese omega.

Sabía que era ridículo mirarlo de ese modo, y que más pronto que tarde eso iba a costarle caro. La reprimenda del omega de seguridad sí lo había sentido contra sus costillas.

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