Capítulo 10. Invitado

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Art estaba en la cama cuando dos suaves toques sonaron a través de la puerta.

Se incorporó rápidamente, pero la puerta se abrió antes.

El omega apretó un par de botones y de nuevo la habitación se ventiló pero las fosas nasales del omega seguían completamente abiertas.

—Vamos a trasladarnos —le comunicó.

En otro momento, en otro lugar, Art no hubiera dicho nada, se hubiera levantado y seguido al omega que le hubiera dado la orden.

Pero aquel iba a ser su tercer día, tres días sin peleas, sin inhibidores, parecía toda una vida.

—¿A dónde? —Estudió el rostro del omega, ¿se enfadaría por la pregunta?

—A un lugar más amplio, hay jardines y podrás salir al aire libre.

Art no dijo nada más, cuando el omega le había preguntado si quería algo y él había dicho aire. Realmente no esperó que fuera una conversación que tuviera un desenlace real, ni aunque el omega le hubiera dicho que lo conseguiría.

Ese omega no le debía nada a él, nadie le debía nada a un alfa.

¿Por qué lo hacía?

—Pero necesito ponerte esto. —Sacó un maletín con una cápsula inyectable.

Inhibidores.

Art se estremeció, no dolía, ya no, pero lo dejaba en un estado al que no quería volver. Inconscientemente, se retiró un poco más del omega.

—Lo siento, de verdad, no quiero hacerlo, pero tus feromonas están a punto de ponernos en un aprieto. Nos descubrirán si llegan a salirse de este apartamento.

Art imaginó como lo devolvían a la cárcel en la que había vivido toda su vida, y el destino que le esperaba allí, o quizás peor, quizás lo eliminaran definitivamente.

Allí, en la jaula, había aceptado morir. Era lo que a los alfas les ocurría, pero no sabía que había nada para él fuera. Una habitación, un holo, un omega.

Se acercó al omega lo que hizo que en esa ocasión fuera este el que retrocediera, le tenía miedo, lo comprendía, era un monstruo.

Pero extendió su brazo y le ofreció el interior de él, donde poder inyectarle con facilidad, sería más rápido.

El omega estaría lo más cerca de él de lo que habían estado en todos esos días, necesitaba acercarse para inyectarle la solución.

Art bajó la mirada, pero notó como al omega le temblaba el pulso. No era como los que estaban tan acostumbrados a hacerlo en el lugar del que él venía.

Lo miró a los ojos, eran castaños y lo olió lo más disimuladamente que pudo, quizás no pudiera volver a hacerlo.

Aún le costaba entender cómo un olor tan bueno podía estar acompañado de tanto sufrimiento, pero a pesar de todo lo que le habían hecho esos omegas, olían deliciosos.

Art sonrió y extendió su otra mano, el omega lo miró sin entender.

—Puedo hacerlo yo —propuso, no le veía nada seguro.

Pero la cápsula inyectable acabó en su mano. Art se cuestionó si ese omega sabía lo peligroso que en realidad podía ser él.

Pero de momento, haría todo lo que él quisiera, no había estado nunca en un jardín, pero los había visto en las holoseries, y desde la ventana de la habitación en la que había estado se veían zonas muy verdes, eran árboles, árboles de verdad.

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