Capítulo 20. Decisiones

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Lance miraba a los dos alfas hablando en el jardín de la casa de sus padres, mientras él estaba con Kay y el otro omega que había sido presentado como Lovel.

—¿Qué está pasando? —exigió saber Lance.

Kay iba a hablar, pero se le anticipó el otro omega y aunque estaba aún molesto con Kay no le gustó el gesto hacia su amigo.

—Hemos venido para llevarnos a Art, gracias por todo lo que has hecho por él.

—¿Llevároslo? —Lance sintió que un frío le apretaba las entrañas. ¿Llevárselo?

—Estar aquí no es seguro para él. —La sonrisa no le llegaba a ese omega a los ojos tan peculiares.

Lance miró a Art, su alfa, porque le gustara o no, hubieran hablado o no, tuvieran algo que ver o no, él era su alfa, y Lance su omega. Y pensar que se iría le hacía querer gritar.

El alfa le miró, solo al lado de otro alfa podía valorar el tamaño del Art, seguía siendo enorme, pero estaba junto a un igual. Alguien a quien el alfa conocía. ¿Era justo retenerlo en aquella jaula de oro con él?

No había pasado más que unos minutos, pero notaba como su mirada, su pose, todo en él habían cambiado. No era más ese alfa risueño en su jardín jugueteando con mariposas, ni ese que lamía sus labios al verle comer fijamente.

—He traído todo lo necesario para desactivar la bomba en su pecho —dijo Lovel—, te lo aseguro. No tienes nada que temer.

Pero para Lance todo era un robo, un robo de algo que nunca había tenido, que ni siquiera era suyo.

Art no era suyo aunque lo hubiera comprado.

Pero todo lo que llevaban vivido en esa semana, todo esos acercamientos, los pequeños espacios de intimidad, los besos, la sensación de pertenencia. Eso tenía que significar algo, tenía que hacerlo.

Lance no podía dejar de mirarlo, tenía el ceño fruncido, estaba escuchando la historia que el otro alfa parecía estar contándole, pero del mismo modo en el que Lance no podía dejar de mirarle, Art hacía lo mismo.

Art no pertenecía a su mundo, ningún alfa pertenecía ya a esa sociedad donde los recluían y trataban como bestias. Lo sabía, pero en su mente, ese oasis de una semana suponía un mundo, un mundo solo para ellos dos.

—Serás recompensado.

Eso le molestó y miró al omega.

—No necesito ninguna recompensa —le dijo Lance indignado, y miró a Kay que seguía en silencio.

Los alfas volvieron y sintió a Art cerca de él, y como llevaban días haciendo, gravitaron uno al lado del otro, hasta juntarse.

—¿Te vas? —Sabía lo injusto que estaba sonando, como si Art fuera su amante y le estuviera abandonado.

Art no contestó, pero lo que sí hizo fue pegarlo a su cuerpo, los otros dos omegas y el alfa miraron el gesto. Ninguno dijo nada.

—Soy peligroso para ti aquí.

Lance sintió como su labio comenzaba a agitarse, él no era ese tipo de omega, él no era así.

Pero los grandes dedos de Art le tomaron por la barbilla para que le mirara.

—Gracias.

Lance supo que Art se iba, que era cierto, y que le costaba mantenerse sereno, por eso cuando su cara se enterró en su pecho y las manos le acariciaron la espalda, Lance se permitió lo que hacía años no hacía. Llorar por amor, por un amor que ni siquiera comprendía, que no era lo que le habían enseñado, que no era para él y sin embargo, sabía que era cierto.

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