Capitulo 31-El Prisionero

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Aegon fue arrastrado a través de los oscuros pasillos de la Guarida del Lobo, una antigua fortaleza cuyo aspecto sombrío le recordaba a un sepulcro vivo. Las murallas negras parecían absorber la luz del día, mientras que el viento helado se colaba entre las ruinas derruidas. Los guardias norteños lo llevaron con firmeza, sus botas resonando en el suelo de piedra húmeda, mientras el sonido de sus cadenas llenaba el aire con un eco siniestro.

Al llegar a la celda, Aegon fue empujado sin miramientos al interior. Le quitaron la capa y la armadura, dejándolo solo con los pantalones. Acto seguido, le ataron las manos con pesadas cadenas que colgaban del techo, levantándolo ligeramente del suelo. Aegon se encontraba ahora suspendido, con los pies apenas rozando el suelo frío, colgando en la oscuridad de la prisión. El dolor comenzaba a recorrer sus brazos y espalda, pero él se mantuvo en silencio, sin ceder ni un solo gemido.

Las horas pasaron lentamente. El único sonido que le hacía compañía era el goteo constante de agua desde alguna grieta en el techo. Sabía que tarde o temprano alguien vendría a interrogarlo. No estaba preocupado por su vida; su destino dependía de algo más grande que él, de la voluntad del Dragón y del Norte.

Finalmente, la puerta chirrió al abrirse, y las luces de las antorchas iluminaron la celda. Sansa Stark entró, su rostro pétreo como el hielo de Invernalia. Vestía una capa de piel, con el emblema del lobo huargo bordado en su pecho. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de odio y resolución. Caminó despacio hasta quedar frente a Aegon, observándolo detenidamente, como si saboreara el poder que ahora tenía sobre él.

"Aegon Targaryen," dijo con voz gélida. "El dragón encadenado."

Aegon, a pesar de su dolor y situación, soltó una risa sarcástica, sus ojos brillando con desafío. "Cuando Daenerys se entere de que me tenéis aquí, no quedará nadie vivo en Puerto Blanco. Veréis cómo el cielo se os cae encima."

Sansa no se dejó intimidar. Acercándose aún más, habló en voz baja pero firme: "Si Daenerys se atreve a cruzar la frontera del Norte, te mataré yo misma. Ya le hemos enviado una carta con nuestras condiciones."

Aegon levantó una ceja, su tono aún desafiante. "¿Y cuáles son esas condiciones? ¿Que se vaya lejos de Poniente y no vuelva?" Soltó otra risa amarga. "Los Targaryen sois un mal para esta tierra, y nunca deberían haber regresado," añadió Sansa, su voz cargada de desprecio.

Aegon la miró con una sonrisa burlona, sus ojos llenos de arrogancia. "Qué ridiculez de petición. ¿De verdad creéis que Daenerys se irá por una simple carta que le pida que se marche? Sois unos ingenuos, los Stark siempre lo habéis sido. No es de extrañar que casi toda tu familia esté muerta."

Ese comentario atravesó a Sansa como una cuchillada. El aire en la celda se volvió aún más frío. Sus manos se tensaron, y sin pensarlo dos veces, le quitó la espada a uno de los guardias que la acompañaba. Sin perder un segundo, levantó el pomo de la espada y, con un grito ahogado de furia, golpeó brutalmente a Aegon.

El primer impacto lo alcanzó en el costado, sacándole el aire de golpe, pero Aegon no emitió un sonido. Luego vinieron más golpes. El pomo de la espada impactó contra su pecho, su abdomen, sus brazos. Sansa golpeaba con toda la ira contenida de años de sufrimiento, cada golpe cargado de resentimiento, de dolor, de las pérdidas que había sufrido.

"¡Tú! ¡No sabes nada de lo que he pasado! ¡De lo que hemos pasado!", gritó Sansa entre golpes, cada vez más fuerte. "¡Los Targaryen no traen más que muerte y destrucción! ¡Nunca debisteis regresar!"

Aegon aguantó los golpes en silencio, su cuerpo ardiendo con el dolor de los impactos. Cada golpe era brutal, pero su expresión no cambió. Ni una súplica, ni un ruego por piedad. Solo una mirada de acero dirigida a Sansa, como si desafiara su furia, como si se alimentara de su odio.

THE FIRST OF HIS NAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora