Capitulo 33-La Chica De Las Apuestas

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Aegon se despertó con el cuerpo dolorido por la mala noche y el agotamiento del día anterior. Al abrir los ojos, vio a Sried ajustándose su armadura de gladiador, preparándose para su combate. Los sonidos metálicos de las piezas al ajustarse resonaban en la pequeña celda.

"¿Combates ahora?", preguntó Aegon, frotándose los ojos y levantándose lentamente.

Sried asintió, terminando de abrocharse la coraza. "Sí, me toca ahora. Quizás no volvamos a vernos."

Aegon lo miró con una mezcla de respeto y curiosidad. Sabía que cada combate en esa arena podría ser el último. Antes de que Sried se fuera, Aegon sintió la necesidad de saber más. "Te puedo hacer una pregunta antes de que te vayas?"

Sried lo miró por un momento, como si no esperara la pregunta. "Dispara."

"¿Quién es el rey de las Islas del Verano?", preguntó Aegon, recordando el hombre que había dado el discurso en la arena el día anterior.

Sried suspiró y continuó ajustándose los guanteletes. "Es un hombre llamado Manto Taa. Se las ha arreglado para hacer algo que nadie había hecho en siglos: unificar todas las islas bajo un solo rey. Es astuto, y peligroso. Aquí, su palabra es ley."

Aegon se acercó más, intrigado. "¿Qué opinas de él?"

Sried se encogió de hombros, sin detenerse en sus preparativos. "Es un rey. No lo conozco personalmente, pero no creo que sea muy diferente de los demás."

Aegon frunció el ceño. "¿Y cómo son todos los reyes?"

Sried se detuvo, su mirada se oscureció un poco mientras respondía. "Para alguien como yo, un esclavo, los reyes son... lejanos. Nunca ven lo que realmente sufrimos. Nos gobiernan desde sus tronos, tomando decisiones que no les afectan, solo a nosotros. Algunos son crueles, otros son simplemente indiferentes. Pero al final del día, todos son iguales: hombres que buscan mantener su poder, aunque para lograrlo deban pisotear a los más débiles."

Aegon asintió lentamente, pensando en su propia posición y cómo la vida de un rey, o de un Targaryen, parecía tan distante para la gente común. Sabía que muchos en Poniente habrían dicho algo similar sobre su familia.

"Supongo que será como dices," murmuró Aegon.

Sried terminó de prepararse y miró a Aegon por última vez. "Bueno, ha sido interesante conocerte, Aegon. Espero que sobrevivas. Aunque aquí, nadie sobrevive realmente." Le dio una palmada en el hombro antes de salir de la celda, camino a la arena.

Aegon lo siguió con la mirada y, al quedar solo, se acercó a un pequeño hueco en la pared que daba una vista parcial de la arena. Desde allí, pudo ver cómo Sried era presentado al público y cómo el combate comenzaba.

Sried era ágil y rápido, evitando los ataques de su oponente con destreza. El combate era feroz y la multitud rugía con cada movimiento. Aegon observó en silencio cómo Sried, después de una intensa pelea, logró derribar a su rival con un golpe limpio. La victoria de Sried fue clara, y la multitud, sorprendentemente, lo aclamaba.

Desde su posición, Aegon sintió una pequeña chispa de esperanza. Si Sried podía ganar, tal vez él también podría. Pero sabía que el camino sería largo y peligroso, y la libertad solo llegaría si lograba ganarse el favor de la multitud... y de Manto Taa.

Aegon felicitó a Sried tras su combate victorioso, dándole un apretón en el brazo y una sonrisa cansada. "Buen combate, Sried. Te lo ganaste." Sried asintió con una sonrisa satisfecha, pero ambos sabían que en la arena, cada victoria era efímera. El peligro siempre acechaba en la siguiente pelea.

Unas horas más tarde, llegó el turno de Aegon para prepararse para su propio combate. Esta vez no le dieron armadura, solo unos pantalones y botas gastadas, junto con una espada de acero simple. La falta de protección lo hizo sentir vulnerable, pero no tenía opción. Se dirigió hacia la arena, donde la multitud ya rugía en expectativa.

THE FIRST OF HIS NAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora