Capítulo 7;Deseos desconocidos.

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Después de despedirse de Amy y negarse a qué la llevara o la acercara a la estación de metro, decidió caminar un poco, sabía a dónde iba, pero se negó a no terminar de transitar el camino...

Era tarde, y al entrar a la iglesia, escuchó como el padre Samuel oficiaba la misa, con su voz potente pero cargada de compasión y ternura, lo escuchó dar consejos espirituales a todos los presentes... y cuando la misa llegó a su fin, luchando contra su deseo de ir hasta donde el sacerdote estaba, se puso en pie y salió de la iglesia a toda prisa, en dirección al metro...

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Samuel, no podía dejar de pensar en la pelicastaña, se reprendía al encontrarse nuevamente divagando sobre ella... ella le había impresionado y se imaginaba que por eso, había imaginado su rostro entre los feligreses, mientras celebraba la misa, supuso que se debía a que ella se había quedado en sus pensamientos.

La mujer estaba atravesando un mal momento, y quería suponer que debido a eso le generaba esa cierta... curiosidad. Sin embargo, debía reconocer que... desde el día en que la vio allí, en aquel banco de la iglesia llorando, sintió pena por verla tan triste, sintió ganas de acercarse, consolarla y protegerla.

No lo entendía, y suponía que se debía a qué la había visto tan afligida... una mujer tan bonita no debería tener motivos para llorar.

Un momento... detuvo sus pensamientos. ¿Bonita?, ¿Ámbar Hobbs, le parecía bonita?, Si, la verdad era que si, y esperaba que eso no fuese nada malo, suponía que no lo era, aquella era una jóven dotada de la virtud de la belleza...

Nunca antes se había fijado en esos detalles, nunca antes la belleza de ninguna mujer había sido tan visible a sus ojos.

¿Qué tenia de especial Ámbar Hobbs?, ¿Por qué despertaba esa curiosidad en él?

—¿Qué son estos extraños pensamientos, Samuel?, ¡Debes rezar, no des espacio a malos pensamientos!

Aquella noche, decidió que no visitaría a su madre, se quedaría en la iglesia, por ello después de asegurarse de que todo estaba en su lugar, que las puertas estuviesen bien cerradas, se marchó a la oficina, quizás un poco de lectura le ayudaría... no pudo concentrarse en lo que aparentaba leer, así que se fue directo a su habitación, tomó una ducha y se colocó su sencillo pijama, tomó su biblia y leyó un pasaje que hablaba del amor de Dios para con sus hijos, al terminarlo, cerró la biblia y colocándose de rodillas en la cama, se dispuso a rezar.

Hizo la señal de la cruz y comenzó con sus plegarias... al terminarlas hizo nuevamente la señal de la cruz, se levantó y apagó las luces de la habitación y se metió a la cama para descansar...

Poco tardó en despertar con la respiración agitada y el sudor resbalando por su frente... abrió los ojos y se sintió desorientado por la oscuridad... se sentó en la cama buscando calmar los latidos de su corazón...

¿Qué había sido aquello?

Una pesadilla...

Un sueño...

Ámbar se había colado en sus sueños, logrando perturbarlo, soñó que ella lo besaba en los labios, de una manera apasionada y pecaminosa.

—¡Oh, Dios mío!—gimió el sacerdote —¿Qué es ésto?— no podía reconocer los sentimientos que lo embargaban... ¿Por qué estaba soñando que ella lo besaba?—¡Perdóname, Dios mío, perdóname!— a ciegas y a oscuras se lanzó de rodillas frente a la cama, mientras elevaba plegarias y suplicaba el perdón divino, él era un hombre de Dios, un elegido, como decía su madre, un sacerdote, un siervo de la obra terrenal de Dios, y un hombre con visión y ministerio eclesiástico, él... él no podía tener esos sueños, esos pensamientos, esos... deseos... —¡Perdóname, Padre!—gimió angustiado, buscando el consuelo divino.

***********

Ámbar tampoco podía dormir, daba vueltas y vueltas en la cama, ansiando desesperadamente conciliar el sueño, poder apartar de su cabeza la imagen de aquel tentador hombre, anhelaba poder hacer a un lado sus deseos carnales y comprender que él estaba prohibido, Samuel Thompson no era un hombre para codiciar...

Pero, ¿Cómo?, ¿cómo podía explicarle a su cabeza y sobre todo a su cuerpo que no obtendría lo que anhelaba?

Un gemido de frustración escapó de su boca, mientras golpeaba con fuerza la almohada... Era demasiado deseo para ser contenido, en un rápido movimiento se deshizo de las bragas con las que dormía, y el camisón, cerró los ojos, mientras sus manos vagaron por su cuerpo desnudo, acariciando suavemente, el roce de sus dedos la estremecía, mientras a ojos cerrados se imaginaba las grandes y calidad manos del sacerdote recorriendo su cuerpo, tocando lugares que seguramente serían prohibidos para él... separó sus muslos, permitiéndole a su mano llegar a rozar su femineidad, mientras que la otra mano jugaba con sus pezones ya erectos y sensibilizados... su respiración se agitó, y se mordió el labio inferior... mientras la mano que estaba entre sus pliegues, conseguía el epicentro de su deseo, el lugar de combustión que calentaba su sangre... la mano acarició con velocidad, mientras abría su boca para gemir.

—¡Oh... Samuel!— se contorneaba y retorcía de placer, al imaginarse que era el padre quien hundía sus dedos dentro de ella, y la empujaba al placer, imaginar todo lo que podría hacerle—¡Si ... Si!— placer absoluto, cuando el orgasmo la golpeó con violencia, mientras la imagen del inocente Samuel llegaba a ella como un aliciente a su deseo, impulsandola al placer... con los ojos aún cerrados, desplomó la espalda en la cama, mientras luchaba por recuperar la respiración...—esto no es suficiente...—se dijo ahogadamente— lo necesito a él, no es como dijo Amy, no quiero apagar la llama, quiero que arda...— Adormecida por el placer obtenido, se cubrió con las sábanas— tienes que ser mío Samuel... mío...

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—Hijo...— Ana llegó hasta Samuel y besó su mano, para luego darle un abrazo. —pensé que vendrías anoche.

—Tenia asuntos que atender en la iglesia—sonrió— pero me alegra verte hoy, he venido para solicitar tu ayuda.

—Por supuesto, hijo. Siéntate, tomemos una taza con té— le dijo sonriendo, mientras solicitaba al personal, el servicio de té. Cuando cada uno sostenía su correspondiente taza, la mujer indagó —¿De qué se trata?

—Hay una jóven que ha venido a la iglesia en busca de ayuda, está atravesando un mal momento, ha sido despedida y necesita un nuevo lugar para vivir, de preferencia cerca de esta zona, por la situación del nuevo empleo. ¿Conocerás a alguien que tenga algún lugar disponible?, no cuenta con un gran presupuesto, así que debe ser algo que ella pueda cubrir.

—Eres tan bueno, querido hijo—Sonrió.

—Solo quiero ayudarla, está pasando un mal momento, y la vi tan quebrantada emocionalmente, todos somos creación de Dios, madre, y sabes que me complace ser instrumento para bendecir a otros.

—Lo sé, lo sé—sonrió de nuevo— Antonia tiene un lugar cerca, es muy bonito aunque no muy grande, solo una habitación, el espacio e bastante reducido, es el que usaba su hijo para estar cerca del trabajo, al menos antes de casarse. Lo ha tenido desocupado durante mucho tiempo, quizás pueda conversar con ella y explicarle la situación para que la joven pueda usarlo y además se lo deje en un bajo precio, a fin de cuentas está desocupado.

—¡Eso seria de gran ayuda, madre!—le sonrió y se inclinó hacia ella para besarle la mejilla.—seguramente ella lo agradecerá, y Dios nos bendecirá por auxiliar a una de sus hijas.

—Amén, hijo mío, ya sabes que soy una creyente dispuesta a toda buena obra...

—Lo sé, madre, lo sé.

¡He Pecado!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora