Capítulo 35; Un regalo de amor.

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Ámbar llegó a casa con el corazón destrozado, sentía que no había nada que hacer... había perdido Samuel y eso la hacía sentir con un enorme vacío en el pecho... en el estómago, o quizás en ambos, la sensación de vértigo no se iba. Quería recueparlo, pero realmente no lo creía capaz y eso la entrustecia profundamente, porque no podía recordar cuando había sido la última vez que había estado tan enamorada... creo que nunca, o sea, sí, antes había amado pero, jamás con aquella intensidad...

Ojalá, las cosas fuesen distintas para ambos...

Ojalá, no fuese un amor prohibido...

Ojalá, pudiese triunfar el amor...

Ojalá, fuese cierta aquella frase de; "para el amor no hay impedimentos"

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Anibal llegó a casa agotado, un largo día de trabajo, sumado a una cena con Melina, al entrar a casa le informaron que Ana estaba en su cuarto de oración, la verdad es que poco le importó, con cada día que pasaba, menos deseos tenía de volver a casa, menos deseos de batallar por aquel fallido matrimonio.

Tomó una ducha y se metió a la cama, dispuesto a obtener un sueño reparador. No supo cuánto tiempo pasó hasta que sintió cómo Ana se deslizaba a su lado en la cama, olía fresco, exactamente como cuando tomas una ducha.

Poco tardó en sentir que Ana se acercaba a él, hasta quedar muy pegada a su cuerpo, y comenzar a dedicar tiernas caricias a su espalda desnuda, besos, y manos deslizándose por él. Aquello le extrañó, hacía mucho, mucho tiempo desde la última vez que ellos habían hecho el amor, no recordaba con exactitud cuándo.

—Anibal... amor...— susurró contra su piel, con voz temblorosa de deseo. —Sé que estás despierto.

—Estoy agotado, quiero dormir, Ana.—dijo aquello sin siquiera moverse de su posición. Ana frunció el ceño, pero luego sonrió, seguramente Anibal estaba enfadado por lo cual jugaba a hacerse el difícil.

—El amor ayuda al agotamiento— le besó el cuello.

—No ahora, mañana debo madrugar.— dijo cortante.

—¿Qué?, ¿Por qué me rechazas?— preguntó indignada —¿Acaso buscas desquitarte, Anibal?

—Hace mucho que hasta desquitarme, dejó de importarme. Buenas noches, Ana. —La mujer estaba atónita, no podía creerlo, Anibal nunca, nunca la había rechazado.

¿Qué estaba ocurriendo?, para ella resultaba evidente que algo pasaba con su esposo. Últimamente parecía importarle poco, todo en el hogar, estaba llegando tarde constantemente y como cereza del pastel, se le habia negado...

¿Acaso sería posible que Aníbal tuviese una amante?

¿Sería capaz su esposo de fallar al juramento de fidelidad y lealtad?

Estaba convencida de que debía averiguarlo.

—Buenas noches, Anibal— respondió mientras se acomodaba en su lado de la cama y bufaba frustrada.

No importaba lo que estaba sucediendo, ella iba a dar con la respuesta a todas aquellas preguntas.

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—¿A dónde vamos?— preguntó Melina abrazándose a Aníbal.

—Es una sorpresa — le dijo con ternura. —Estaba esperando el momento indicado para esto. Ten un poco de paciencia, él tráfico está insufrible y tardaremos un poco en llegar.

Y así fué, el recorrido fue largo, pero Melina no tenía ningún problema, ella disfrutaba ampliamente ese momento de intimidad en el auto, dónde conversaban, reían, e intercambiaban deliciosos besos en cada semáforo que debian esperar.

Poco más de hora y media después, Anibal deslizó el auto por la entrada de gravilla a aquella elegante y lujosa casa, era lindas, y grande en apariencia.

—Hemos llegado...—Melina sonrió, Anibal bajó y luego le abrió la puerta, ayudándola a salir, entraron a la casa tomados de la mano.

—Vaya, es preciosa, mi amor— le dijo Melina con una sonrisa, mientras caminaba junto a él y Aníbal se mostraba orgulloso de aquel recorrido que terminó en lo que parecía la habitación perfecta para un estudio u oficina—el lugar es exquisito, lo que aun no comprendo es, ¿por qué me has traído aquí?— la llevo hasta el escritorio donde la hizo sentarse, se sentó frente a ella y le tendió un carpeta—¿Qué sucede?

—Lee el documento — le pidió, ella lo abrió y comenzó su lectura. Elevó la vista hacia él y le miró con ojos enormes.

—¿Qué es esto, Anibal?

—Un presente, mi amor— le sonrió.

—No... yo no— negó, cerrando la carpeta— yo no puedo aceptar esto, Anibal.

—¿Por qué no?— preguntó frunciendo el ceño.

—Porque no, está casa debe costar una pequeña fortuna... Es un presente demasiado costoso. No, Anibal, no puedo aceptarlo.

—Claro que puedes, Meli — le sonrió — ya está a tu nombre y estás son tus llaves— le tomó las manos y depositó en ella el juego de llaves que tintinearon— está casa es tuya Melina. Venderla, regalala, déjala en el olvido, pero es tuya.

—Es que...—lo miró con ojos llenos de lágrimas— no estoy contigo por tu dinero.

—Eso lo sé — le sonrió y le acarició la mejilla con ternura— soy un hombre inteligente.

—Ademas... me hace sentir como si me estuvieses pagando por acostarte contigo.

—Nada de eso—rió— no con mil casas como está podría pagarte todo lo que me da su me haces sentir, es solo un gesto de amor Melina, y te ruego que no la rechaces porque me romperías el corazón. —ella lo observó en silencio por largo rato. — no es nada en comparación a todo lo que te mereces y me gustaría darte. — depositó un tierno beso en sus labios.

—Gracias Anibal, no te haces una idea de cómo has transformado mi vida, para bien, claro está. Te amo Aníbal, se que quizás es pronto pero... te amo— Anibal sonrió satisfecho antes de inclinarse y besarla con pasión y ternura. Melina, le había devuelto la fé en el amor.

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Markus, caminaba ansioso de un lado a otro, la angustia se estaba apoderando de él, estaban en la sala de espera, fuera de cuidados intensivos, Clara había tenido una recaída y estaba mal... muy grave.

Tenía un mal presentimiento alojado en su pecho. Los recuerdos de su vida junto a Clara pasaban por su cabeza como una vieja película de amor, se había casado amandola con locura, dudaba que hubiese existido un amor mas grande y ouro que el que él habia sentido por clara, pero tras muchos años de matrimonio los diversos problemas, los celos, la monotonía, y la enfermedad de Clara lo habían ido menguando, y si bien era cierto que ya no la amaba, pues su amor pertenecia a Amy, no deseaba por nada del mundo que Clara muriese, deseaba que se recuperara y pudiese continuar con su vida.

Una vida que ahora pendía de un hilo.

Veía a médicos y enfermeras correr de un lado a otro, transportar equipo médico, nadie decía nada y eso le angustiaba, necesitaba respuestas, necesitaba saber que estaba ocurriendo.

En aquel tormento al menos contaba con la compañia y el apoyo de sus suegros y su madre, y lo agradecía porque si hubiese estado solo, seguramente hubiese perdido la razón.

Pronto salió un médico con semblante serio y expresión indescifrable.

—Familiares de Clara Johnson.

—Soy su esposo — respondió de inmediato.— y ellos son... sus padres.

—¿Cómo está mi hija?

—Por favor díganos que está bien — suplicó el angustiado padre.

—Lo siento, no pudimos hacer más por ella...

Aquella frase había confirmado las sospechas de Markus, sintió como si alguien le hubiese golpeado con fuerza el abdomen y le hubiese arrancado todo el aire, sintió como se ahogaba y el dolor lo cubría.

Su esposa...

Clara, estaba muerta...

Había perdido a su esposa...

¡He Pecado!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora