Ámbar suspiró, al fin había terminado con casi todo, solo una par de cajas que conservaban algunos adornos más, sin embargo, casi podría decir que el arduo trabajo había finalizado.
Decidió comer algo, ya pasaban de las dos de la tarde y no había comido nada desde la mañana, su estómago comenzaba a recriminar la ausencia de alimentos... Preparó una rápida comida, no era una profesional en la cocina, pero se defendía bastante bien, sus platillos resultaban deliciosos al paladar, sin embargo, desde que decidió terminar con William, poco disfrutaba la comida, y es que la verdad odiaba cocinar solo para ella.
Después de comer, sus pensamientos viajaron directos hacia Samuel... él realmente se estaba comportando bastante extraño con ella, sonrió al imaginar su rostro... deseaba verlo... ¿Sería posible que comenzara a sentir cosas más fuertes que el deseo?, ¿Sería posible enamorarse del padre Samuel?... aquello la aturdía, aún más que desearlo, y es que... sabía que enamorarse de él sería una tontería, un error enorme... Nunca podrían estar juntos... ¿O sí?, lo dudaba, la sociedad sería muy dura con ambos.
—¿Desde cuándo te importa lo que digan los demás?— se recriminó, pero supo que quizás, para ella no fuese una carga, pero... ¿para él?— en primera instancia, debería preguntarme si el cura puede sentir algo por mí...—suspiró pesadamente— bueno, es hora de dar un enorme paso a descubrirlo...— ¿Vas a seducir a un sacerdote?, ¡Te ganarás el infierno, Ámbar Hobbs!, le recriminó su subconsciente— Yo solo voy a confesarme— dijo en voz alta, mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro.
Cincuenta minutos más tarde, entró a la iglesia con paso firme, su cabello suelto, cayendo en una abundante cascada castaña, sus ojos brillando espectantes, escaso maquillaje y nada de labial más que un hidratante, un lindo vestido azul marino con una enorme cremallera que iba desde la cintura del vestido hasta la parte superior, sirviendo a su vez de decoración, un lindo bolso negro y tacones del mismo color... se sentía bonita, muy bonita, aquel atuendo no parecía el indicado para confesarse, si no, para ir de fiesta o a una cita... comprometedora.
La iglesia, estaba vacía, lo cual la sorprendió mucho, por lo general, solía tener al menos un par de feligreses, caminó hasta sentarse en uno de los banquillos de la primera fila, barrió todo el lugar con la mirada, pero Samuel no estaba por ningún lado, suspiró un poco decepcionada ... ¿Realmente la estaba evitando o eran ideas suyas?
Estuvo unos quince minutos allí, sola y en silencio, observando la imagen del Cristo, que estaba justo frente a ella... allí solo observando, incapaz de decir o pensar algo.
—Has venido—Ambar casi grita de la sorpresa al sobresaltarse por la voz del hombre, se giró para verlo y sintió como sus pulsaciones se aceleraban... esos ojos... esos hermosos ojos verdes estaban puestos en ella.
—Padre... si, yo... le dije que vendría, ¿No me creyó?, me dijo que la casa de Dios siempre estaba abierta para mí.
—Para ti y para todo el que lo necesite, hija— Samuel parecía serio, y quizás un poco nervioso. — Entonces, ¿Vas a confesarte?
—Si—ella asintió sin dudarlo ni por un instante.
—Bien, hija, en ese caso, por favor pasemos al confesionario.— le señaló con la mano invitandola a seguirlo. Ámbar asintió, colocándose de pie, y comenzó a caminar junto a él. — me alegra saber que te has animado.
—Yo solo espero que no me juzgue, padre.
—He escuchado de todo—sonrió—es difícil que algo me sorprenda realmente, te escucharé hija mía, sin importar lo que tengas que decir.
—Créame cuando le digo que se sorprenderá, padre, Samuel.
—En todo caso mi labor es escucharte, y orientarte para acercarte a Dios.
—Espero que siga pensando igual después de escucharme...—le advirtió. Llegaron hasta el confesionario, bastante más grande de lo que ella hubiese esperado, se imaginaba que por ser una iglesia tan grande, era de madera pulida, con un cubículo dónde el sacerdote ingresaba, tenía unas cortinas color púrpura, y una puerta que se cerraba al ingresar, a cada lado un banquillo reclinatorio, dónde el creyente se colocaba de rodillas, lo cual le daría acceso al sacerdote a través de una diminuta ventanilla.
—Escoje el ala que más te guste — le dijo Samuel, y sonrió, ingresando a su cubículo, ámbar tomó una y se colocó de rodillas en el reclinatorio.
—Ave María purísima—inició su confesión, dos segundos después la ventanilla se abrió, levantó la vista buscando el rostro del hombre, pero solo vió su silueta, a través del delicado y pequeño enrejado.
—Sin pecado concebida, dime hija... hija mía.
—Padre... ¡He pecado!—exclamó con sinceridad y pasó saliva— He pecado de la peor manera, y me temo que Dios no pueda perdonar mi falta.
—Tenemos un padre bondadoso y perdonador. Confía en su benevolencia y misericordia, sin importar en que hayas fallado, padre piadoso tenemos.
—Usted no lo entiendes padre...
—Entonces explícamelo, hija, ¿qué es lo ocurre?
—¡Padre, he pecado, no dejo de soñar y pensar en sus manos sobre mi cuerpo!— exclamó firmemente. Samuel, en el cubículo, abrió los ojos enormemente, su respiración se cortó por un par de segundos... ¿Acaso sus oídos le estaban engañando?, ¿había escuchado bien?
—¿Qué dices?
—Sé que suena horrible padre, al menos debe serlo para usted, pero... desde el día que lo conocí tengo sus ojos en mi cabeza, su voz me persigue de día y de noche. Yo lo deseo, padre—admitió con respiración agitada— lo deseo con la carne, con la piel, como un mujer desea a un hombre. De día lo pienso e imagino, pero lo más tortuosas son las noches, cuándo usted me visita en sueños, y no son sueños normales, son sueños ardientes, en mis sueños, usted me hace el amor, padre.
—¡Silencio!— demandó agitado, sintiendo que el alzacuello le asfixiaba, no podía creer lo que sus oídos estaban escuchando, no les daba crédito.
—Prometió no juzgarme, padre, estoy desesperada porque no sé lo que me ocurre con usted, entiendo que está prohibido para mí, para mí y para cualquier otra, pero... ¿Qué hago?
—¿Es que acaso te estás escuchando, Ámbar?— le preguntó con voz llena de terror.
—Me escucho, claro que me escucho, sé de lo que estoy hablando padre, todas las noches sueño con usted, despierto agitada, sudorosa, ansiosa de que usted esté a mi lado. No sabe cuánto he deseado que me toque, que me bese, sé que probablemente mis deseos me hacen descender una escalera directa al infierno, ¿pero qué hago?—preguntó.
—Lo que dices no puede ser...
—Pero es, ¿sabe que es lo peor, padre?— Samuel no pudo siquiera responder, estaba aturdido. Después de un minuto sin respuesta, Ámbar continuó— He terminado aceptando en mi cama a otro, solo para librarme del deseo que me consume, pero no ha logrado satisfacerme, he fallado, porque he intentado engañar a mi cuerpo, pero mi mente sigue gritando que ese hombre no es usted, padre. Cada beso, cada caricia que recibí, solo me hacía evocar sus manos acariciándome...
—¡Por amor al cielo, detente, no sigas!— el sacerdote cerró los ojos, angustiado intentaba controlar su respiración.
—¿Por qué?, ¿ es que acaso no entiende que necesito confesarme?, yo necesito hablar de ésto, padre, no puedo seguir así...
—¡Tus deseos son un sacrilegio, tus deseos son el pecado en su máxima expresión!— exclamó aturdido.
—Estoy dispuesta a hacer penitencia—dijo de inmediato— y si puedo besarlo, estar en sus brazos y ser suya, pagaré el precio sin importar cuál sea.
—Fue suficiente—sentenció.
—No es suficiente padre, no lo es...— escuchó un sonido y levantó la mirada buscándolo—¿Padre...?— no obtuvo respuesta— ¿Padre?... —confundida se puso de pie, al abandonar el reclinatorio, se percató de que la puerta del confesionario estaba abierta, frunció el ceño, y caminó en busca del sacerdote, pero Samuel Thompson, no estaba en ninguna parte.
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¡He Pecado!
RomanceÁmbar Hobbs, está experimentando un momento caótico en su vida, ha perdido a su novio, su mejor amiga se ha mudado a otro país, acaba de perder su empleo... ¡Todo parece ir de mal en peor! Desesperada busca aliviar sus penas entrando a aquella igles...