Capítulo 29; ¿Está mal?

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—¡Ahora sí perdiste el juicio Ámbar!—gimió Jessie, mirándola a través de la pantalla— ¡No te lo puedo creer!

—Nos amamos Jessie, no se trata únicamente de pasión. Nos amamos realmente, merecemos ser felices.

—¡Pero es un sacerdote!— le dijo agitada.

—Como si no lo supiera— rió.— es un hombre Jessie, el hombre que amo. No necesito nada más.

—Ámbar, sé que dije que necesitabas acción, pero creo que te pasaste.

—Jess, yo estoy feliz, él me hace feliz. Es lo único que debería importarte, eres mi mejor amiga.— le reprochó.

—Y de verdad soy feliz con tu felicidad Ámbar, es solo que esto es un poco... extraño, turbio, eso se acostarte con un clérigo.

—Es lo más normal del mundo, también es un hombre. ¡Y qué hombre, Jess!— dijo mordiéndose el labio inferior— resultó ser un excelente aprendiz, existe tal grado de excitación que un solo roce basta para encendernos a ambos— de inmediato se escuchó el sonido del celular. —una llamada.

—Bien, yo debo ocuparme de algunas cosas que me encargó Bou, te llamo luego. Ah, creo que para el próximo mes, podremos vernos en persona, pero te estaré confirmando del viaje. Te quiero amiga, adiós— y así cortó la comunión. Ámbar rió, dejó a un lado el computador y extendió la mano en busca del celular,. resultó ser Matteo...

—¡Qué insistente!— se quejó Ámbar, rodando los ojos. El joven llamó al menos unas tres veces, sin embargo ella estaba dispuesta a no responder. Cuando al fin dejó de sonar, se encontró con el deseo de escuchar a Samuel, él no la había buscado, no se había puesto en contacto y eso la entrustecia. Le llamó y después del tercer repique fue que él respondió.

—Ámbar... ¿estás bien?

—Si, cariño, todo bien pero... te extraño mucho pensé que podrías venir. Quiero verte, mi amor.

—Yo... no puedo, estoy fuera de la ciudad en una reunión con el obispo.

—¿Sucede algo?—preguntó preocupada.

—No, es una reunión de rutina para tratar temas de los feligreses y el templo.

—De acuerdo. ¿O sea que no vuelves hoy?— preguntó triste— te extraño demasiado, Samuel.

—Ámbar, sabes que esto es difícil para mí... todo lo que sucedió sigue dando vueltas en mi cabeza.

—Puedo entenderlo mi amor, solo te pido que no me dejes Samuel, no renuncies a nosotros, te lo pido.— hubo un largo silencio y un suspiro.

—Volveré mañana después de la reunión, quizás esté allí a media tarde, si estás en tu departamento...

—Si, estaré — aseguró— No soy muy diestra en la cocina, pero te prepararé algo delicioso, lo prometo— Samuel, no pudo evitar que una sonrisa iluminará su rostro.

—Gracias Ámbar, ahora debo cortar la comunicación, estoy llegando a la casa parroquial.

—Bien, esperaré ansiosa tu regreso. Te amo, Samuel.

—Y yo a tí — fue lo que pudo decir, manteniendo la mirada lejos, del curioso taxista.

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Anibal, terminó de cerrar la pequeña maleta, y la bajó de la cama, no llevaba grandes cosas, no creía llegar a necesitar mucho de alli, tomando el juego de llaves extra, y las llaves del auto salio de la habitación, bajó las escaleras, estaba por atravesar la sala de estar para marcharse cuando la voz de su esposa lo detuvo.

—¿A dónde vas, Anibal?

—Estaré fuera el fin de semana. Tengo asuntos pendientes.

—No me habías contado nada. — le reprochó.

—No pensé que te importara, hace mucho que dejaste de interesarte por mis asuntos, mis viajes y mis salidas.

—No empecemos, Anibal. Me tiene agotada está situación. — se quejó Ana, incapaz de entender un poco la situación de su esposo.

—Creeme cuando te digo, que yo estoy más agotado que tú. —tomó la maleta—feliz fin de semana— y sin más salió de la casa, dejando a Ana con el ceño fruncido.

Cuándo Melina entró en el auto, le dió un gran beso a Aníbal, ella también había decidido llevar una pequeña maleta. Después de un par de besos, Anibal puso en marcha el auto.

—¿A dónde vamos?— le preguntó descansando su cabeza en el hombro de él.

—A las afueras de la ciudad— le dijo animado— un fin de semana solo para nosotros. —Melina sonrió satisfecha.

—Será idílico. Agradezco que dispusieras de este tiempo para ambos.

—Yo soy quien está agradecido contigo, Meli, no te haces una idea de cuánta paz y tranquilidad traes a mi vida.

Melina sonrió feliz en cuánto bajó del auto y se encontraron con la hermosa cabaña, era un lugar retirado, un poco solitario, un nido de amor perfecto para dos amantes con ansias de intimidad.

—¿Qué te parece?— preguntó él.

—Es preciosa, me encanta— aseguró con una sonrisa. — entremos — así lo hicieron, ambos felices, tomados de la mano, el lugar era cómodo, bonito, rústico, pero con ese toque mágico que lo hacía especial.

—Aquí tenemos todo lo que necesitamos para un buen fin de semana —aseguró Anibal.

—Yo tengo todo lo que necesito justo aquí— le dijo rodeándole el cuello, Anibal la atrajo hacia él tomándola de la cintura, perdido en la hermosura de sus ojos.—me encanta cuando me miras así — le dijo ella— me hace sentir especial.

—Eres especial, Melina... mi hermosa Melina—ella se puso de puntillas y acercó su boca a la de él.

—Llevame a la habitación Anibal, muero de ganas, hazme el amor— Anibal se estremeció de deseo, la elevó como un novio llevaría por primera vez a su novia el día de bodas.

Con ternura la depositó en la cama mientras comenzaba a estorbar la ropa y la temperatura subía, se volvieron una amasijo de extremidades. Anibal estaba completamente embelesado por la manera en la que ella lo tocaba, la manera tan dulce en la que se entregaba, como si él fuese lo mejor que pudo pasarle. Cuando Anibal se hundió en su ser, Melina lo abrazó con brazos y piernas, instandolo a ir más allá, arqueando su espalda para recibir todo el placer que tenía para ella.

Se miraron a los ojos, para luego besarse con ardiente pasión, mientras los movimientos sinuosos de ambos cuerpos los elevaban a la cima, cada vez más.  Aquella cabaña fue testigo de dos amantes ansiosos de entregarse, no hubo rincón en ella que aquella tarde quedará libre de ser el lugar perfecto para demostrar amor.

Si Melina había tenido alguna duda, en aquel momento se disipó, ella estaba enamorada de Anibal Thompson, y que Dios la perdonara por su pecado.

Anibal la abrazó, acercándola más a su desnudo cuerpo, permitiendo que la otra mano le dedicará tiernas caricias, Melina elevó una pierna y lo rodeó, abrazándolo.

—¿En qué estás pensando?

—En lo feliz que soy a tu lado, Meli.

—También soy feliz contigo, si pudiera, me quedara siempre contigo, Anibal. ¿Está mal si digo que te amo?— preguntó mirándolo a los ojos.

—Esta mal que no lo digas— se inclinó y la tomó de la barbilla para que lo mirase— Ha sido poco tiempo, pero también siento que te amo Melina. — se inclinó hacia ella y comenzaron a besarse, ella absorta por aquellas tiernas caricias que contrastaban con la manera tan pasional en la que la poseía. Anibal se hundió en ella una vez más, y Melina sensibilizada por todo el placer recibido, no pudo más que arquear su espalda y abrir su boca para gemir, mientras sus uñas arañaban la ancha espalda de aquel hombre maduro.

Anibal Thompson, era todo lo que deseaba.

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