Capítulo 62; Instrumento del mal.

86 17 3
                                    

Ámbar estaba evidentemente confundida y aún más descolocada estuvo cuando Ana pasó junto a ella abriéndose paso hacia dentro del departamento sin siquiera pedir su permiso para ingresar, Ámbar cerró la puerta tras parpadear.

—Señora Ana qué alegría verle— dijo un poco nerviosa— aunque confieso que no esperaba verla a estas horas de la noche. ¿Está todo bien?— le preguntó con genuina preocupación.

—No — respondió la mujer en tono agrio— nada está bien últimamente, nada puede estarlo.

—Lamento escuchar eso— le dijo con preocupación, Ana barrio el lugar con la mirada percatándose de que en la isla de la cocina había un plato servido— me temo que te he tomado en un mal momento, supongo que vas a cenar— Ámbar desvió la vista hacia donde Ana miraba y rogó porque Samuel no saliera de la habitación, aún él no había hablado con ella y aunque quería decirle a la mujer cuánto amaba a su hijo estaba consciente que aquella no sería la mejor manera de hacer las cosas y no que se enterara en un momento como ese, sino que Samuel y ella puede sin tener buena conversación tranquila.

—Bueno no se preocupe por eso, supongo que si vino estas horas es porque algo realmente importante está pasando. ¿Acaso se siente mal?

—Sí, me siento mal — dijo y la miró directamente a los ojos— me siento muy mal, Ámbar— le dijo lentamente— me siento mal por confiar en quien no lo merece, por dar mi cariño a quien me traiciona, por abrir las puertas de mi casa al pecado y por dejar que unos lindos ojos y un rostro inocente, venga a turbar y lograran meterse en mi familia— Ámbar parpadeo rápidamente confundida por las palabras tan agresivas pero el tono tan tranquilo que la mujer usaba, la vio dar tres pasos hacia ella y quedar de pie justo enfrente.

—Me temo que no la estoy entendiendo señora Ana, ¿quiere acaso que nos sentemos?, ¿ quiere que le prepare algo?—  preguntó nerviosa sin saber cuánto tardaría Samuel en salir de la habitación.

—¿Temes no estarme entendiendo?— la miró con profundo odio— ¡Por supuesto que me entiendes!, ¡sabes perfectamente de lo que estoy hablando ámbar, eres una traidora, eres como Judas que traiciona a quien le da su amor y su confianza!—  Ámbar parpadeó un par de veces.

—Señora Ana, creo que deberíamos tomarnos las cosas con calma, sentarnos y hablar.

—¿Hablar?, ¿quieres hablar?— le preguntó enojada— perfecto, entonces hablemos, cuéntame desde hace cuánto tiempo haces pecar a mi hijo, desde hace cuánto te le metiste por los ojos, desde hace cuánto planeaste sacarlo de su santo camino y convertirlo en un hombre común, desde cuando eres instrumento del mal y del pecado para hacer caer a un hombre de Dios. ¡DIME!, ¿Desde cuándo te revuelcas con mi hijo en la inmundicia del pecado?— los ojos de Ámbar se llenaron inmediatamente de lágrimas, desde un principio supo que aquel momento sería difícil, incómodo, pero jamás imaginó cuánto le dolerían las palabras de la que ella consideraba era una mujer devota y llena de amor al prójimo.

—Las cosas no son así, usted debe darme un momento para explicarl...— la frase de Ámbar fue interrumpida cuando Ana con desprecio levantó su mano y la descargó con fuerza contra la mejilla de ella, Ámbar gemió horrorizada mientras se llevaba una mano para cubrir la mejilla dolorida, el golpe había sido tan fuerte que le hizo girar el rostro y de inmediato se calentó, justo allí donde la mano le había golpeado, se giró para ver a la mujer pero de inmediato ésta descargó la mano en su otra mejilla y la tomó con fuerza del cabello tirando hacia abajo obligándola a inclinarse para evitar sentir que le estaba arrancando el cuero cabelludo— ¡PONTE DE RODILLAS!— le gritó la mujer  enloquecida— ¡ PONTE DE RODILLAS Y COMIENZA A REZAR PARA SER PURIFICADA DE TUS PECADOS, IMPURA MUJERZUELA,  PECADORA, INSTRUMENTO DEL MAL!— los ojos de ámbar se llenaron de lágrimas porque se vio obligada a inclinarse sin embargo, se negaba a ponerse de rodilla frente a aquella mujer que parecía haber perdido la cabeza, lágrimas corrieron por sus mejillas porque le tenía un cariño genuino a Ana y de cierto modo podría entender y comprender el dolor que ella estaba experimentando porque para ella que su hijo fuese sacerdote era lo más importante del mundo —¡PONTE DE RODILLAS Y COMIENZA A REZAR!— le dijo con desprecio.

—¡Suéltame Ana!, ¿ es que acaso has perdido la cabeza?




  Samuel había estado tomando una relajante ducha, se había tomado su tiempo para quitarse el cansancio del dia trabajo,  salió de la ducha justo cuando escuchaba el segundo timbre del departamento, se sorprendió pues no sabía quién podría estar visitando a Ámbar a aquellas horas, se secó el cuerpo, así mismo se secó el cabello mientras escuchaba voces que provenían de la sala y aparentemente eran voces femeninas, así que supo que la visita se trataba de una mujer, quizás podría ser Melina o  Amy, rebuscó en su bolso descubriendo que solo tenía una pijama; largos pantalones negros y  una camisa del mismo color, se vistió con aquello pensando en que seguramente tendría que comprar algunas piezas de ropa de algún color distinto al negro, tomó la toalla y se frotó  nuevamente con fuerza el cabello ansiando ir por la comida que le preparara Ámbar para luego ir y meterse con ella a la cama o quizás quedarse viendo un rato al televisor, aunque no era muy dado a perder el tiempo con la programación televisiva.

Se debatió entre salir de la habitación y no hacerlo hasta que escucho cómo la conversación en la sala se convertía en una acalorada discusión, frunció el entrecejo al escuchar atentamente y distinguir la voz de su madre, ¿ que era lo que estaba pasando?, ella gritaba mientras ofendía Ámbar con palabras muy fuertes, presionó con fuerza los dientes pues al acercarse a la puerta descubrió las palabras que encerraban el reclamo que hacía su madre.  No supo cómo, pero ella se había enterado de lo que había entre ellos.

Lamentó profundamente que las cosas se hubiesen dado de aquella manera pues él había planeado al día siguiente asistir a casa de su madre y poder conversar con ella para explicarle que su baja ya había llegado así mismo contarle del amor que sentía por Ámbar, lastimosamente las cosas no se habían dado como él las había pensado y ahora tenía a su madre discutiendo con Ámbar en la sala, pero no podía permitir aquello, no podía permitir que Ámbar recibiera toda la descarga de la rabia de su madre, porque era evidente que estaba furiosa.

Completamente decidido abrió la puerta de la habitación para andar el corto pasillo que lo llevaría a la sala, horrorizado se dio cuenta que lo que acababa de escuchar era aparentemente una bofetada y su madre gritándole a Ámbar que debía comenzar a rezar después de ponerse de rodilla, apresuró el paso y salió a la sala justo cuando su madre descargaba la segunda bofetada sobre su amada y la obligaba a inclinarse, ella gritaba enfurecida que Ámbar debía pedir perdón, vio que su madre levantó la mano nuevamente para golpearla justo en el momento que se ubicaba detrás de ella y sostenía con fuerza la mano de su Ana.

Ana se giró confundida para encontrarse con el rostro de su hijo; su entrecejo estaba muy hundido, sus ojos estaban llenos de rabia, indignación, su rostro reflejaba una expresión furiosa.

—¡Suéltala ahora mismo, madre!— le dijo lentamente con su voz cargada de una rabia contenida.

¡He Pecado!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora