Capítulo 19; Un beso, solo eso.

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—¿Qué crees que haces, mujer?, no puedes estar en el confesionario, debes salir ahora mismo.— le dijo nervioso.

—Lo haría, si tuviese la certeza de que no huirás de mí, pero estoy segura de que terminarás corriendo como la última vez, y... realmente necesito que hablemos, Samuel.

—Padre Samuel—le corrigió, mirándola directo a los ojos.

—Padre Samuel—admitió ella.— ¿Por qué huíste de mi?

—¿Por qué tendría que haberme quedado a escucharte?, parecias haber perdido el juicio.

—Quizás porque me estaba confesando, dejó mi confesión a medias.

— ¿Y que querías?, parecidas haber enloquecido. De hecho, ahora también pareces haberlo hecho. Debes salir ahora, alguien puede verte, estás buscándome un problema innecesario, si te ven dentro del concesionario, estaré en graves problemas.

—Me marcho, si me promete que hoy mismo irá a mi casa para que hablemos.

—Por supuesto que no— se negó— dado lo que has confesado, lo mejor es que mantengas una sana distancia de mi. Ámbar, hija mía, estás confundiendo tus sentimientos y emociones.

—¿Cómo puede decirme eso?— lo miró triste— yo sé lo que siento, padre. Yo lo deseo, como nunca he deseado a ningún hombre.

—¡Por amor a Dios, sal de aquí!

—Me iré con una condición, solo necesito asegurarme de que no siente nada por mí.

—Por supuesto que no lo hago. —dijo buscando que su voz sonara firme.

—Padre... mentir es pecado—sonrió— padre... veo los cambios en su cuerpo, veo como reacciona cuando estoy cerca, sé de lo que le hablo, yo sé que usted también siente algo por mi, quizás esté teniendo problemas para identificarlo, pero... hay algo. Jureme que no piensa en mi, que no sueña conmigo... yo puedo verlo en sus ojos—Samuel estaba hipnotizado por las palabras de ella, la forma en la que describía lo que él estaba sintiendo, era como si ella pudiese ver dentro de su alma.

Su respiración estaba acelerada, y su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho.

—Has dicho que te irías.— le recordó, sintiendo como temblaba internamente.

—Si, pero no ha cumplido con mi condición. Hay una manera de hacerlo.

—¿Cuál?— solo quería que ella abandonará el confesionario y poder tener la libertad de respirar con calma.

—Demuestreme que lo que veo en sus ojos es mentira, demuéstrame que no siente nada por mí.

—¿Cómo puedo hacer eso?

—Un beso, solo eso— sonrió— bésame y luego mireme a los ojos y jureme que no sintió nada, yo recogeré mi dignidad y me marcharé, le juro que si logra convencerme, jamás verá mi rostro nuevamente — los verdes ojos de Samuel brillaron con indecisión y angustia, Ámbar dejó caer el bolso en el suelo y dió los únicos dos pasos necesarios para llegar hasta él, Samuel elevó la cabeza, al tenerla tan cerca, su garganta se resecó. No esperaba que ella se sentará cómodamente y de forma lateral sobre su regazo, se sobresaltó intentando huir, pero no tenía cómo hacerlo.

—No... no puedo... no...—Ambar, lo miró directamente a los ojos, con su mirada color miel, atrapando los angustiados pozos esmeraldas del sacerdote.

—¿No quieres besarme, Samuel?— de manera inconsciente la mirada del hombre fue directamente a los carnosos labios de la joven, y sin poder reprimirse, se humedeció los propios, ella sonrió y colocó las manos en su cuello, él parecía petrificado— convénceme de que soy una loca que ha estado imaginando cosas... te juro que desaparezco de tu vida.

—No... yo nunca... no sé cómo hacerlo— los ojos de Ámbar brillaron maliciosos... Así qué, después de todo, él hombre si era tan casto e inmaculado como imaginaba. ¿Cómo era posible que siendo un hombre que seguramente pasaba de los treinta, nunca hubiese dado un beso?, la idea de ser su primer vez no hizo más que excitarla.

—¿Nunca has dado un beso?—preguntó con una sonrisa bailando en su boca.

—N... No, nunca—respondió y pasó saliva.

—Yo puedo enseñarte—sonrió— no tienes idea de las cosas que te has estado perdiendo— tomó las manos del sacerdote y las llevó a su cintura, el hombre respiró más agitadamente, incapaz de quitar los ojos de la mirada de ella.

—No estoy... seguro de...

—Mírame, Samuel — le susurró acercándose a él — sólo debes imitar lo que yo hago, deja que tú boca responda a mis preguntas— la misma Ámbar sentía su interior arder, y como la humedad comenzaba a emanar de su cuerpo. Se acercó hasta compartir en mismo aire que él, con su nariz, acarició la hermosa nariz masculina, sus labios apenas y se rozaron y lo escuchó suspirar, Ámbar besó la comisura derecha de la boca de él, luego hizo lo mismo con la comisura izquierda, podía sentir como la respiración del hombre se agitaba cada vez más... —quizás, quieras cerrar los ojos— le sugirió contra su boca, antes de por fin unir sus labios, la boca de Samuel era increíblemente deliciosa, con labios gruesos y carnosos que se movían inexpertos contra los suyos, pero que indudablemente haciendo su mayor esfuerzo. Ámbar gimió contra aquella boca a la cual le estaba arrancando la inocencia, estaba enloquecida por las sensaciones que se estaban despertando dentro de ella, el calor de su bajo vientre se extendía con rapidez por todo su ser, mientras batallaba por aliento, las manos de Samuel que estaban en su cintura, la aferraron con fuerza, casi de forma dolorosa, como si él estuviese batallando con las ganas de acariciarla.

Ámbar se aferró con fuerza a su cuello, a la vez que inundaba aquella boca con su lengua, permitiéndose saborear los rincones inexplorados de aquel hombre... pronto el beso cesó por falta de oxígeno, al separarse, Samuel respiraba agitadamente y la miraba con ojos enormes.

—Oficialmente, tu primer beso...— le sonrió y acaricio sus labios con los suyos— me encantas demasiado, podría pasarme horas y horas besándote—deslizó la punta de su lengua sobre el labio inferior del sacerdote, y aquello lo hizo estremecer, incapaz de controlar las reacciones de su cuerpo, Ámbar sintió la presión de su oprimida erección bajo ella, sonrió... Samuel, era un hombre, y uno muy completo por lo que sentía.— ¿Te gustó?

—Yo... yo....— pasó saliva y miró la boca de ella, una extraña sensación de vacío, lo golpeó, era como si quisiera volver a. arrojarse por más. — Yo... necesito que te vayas... No tienes idea de... por favor, vete.

—Bien, lo haré, pero antes... ¿Te hizo sentir algo ese beso?

—No...— desvió la mirada, incapaz de mantenerla, mientras mentía.

—Pensaba que los sacerdotes no podían mentir.

—Tampoco puedo besarte y mira... solo sál de mi vida, estás arruinando todo, estás amenazando todo en lo que creo.

—O sea que también te gusto... ¿No?, porque es lo que acabo de entender.

—¡Por amor a Dios!, ¿Qué quieres de mi?, ¿Es que acaso quieres enloquecerme?

—Quiero mostrarte todo lo que has estado perdiendote, quiero que aprendas a dar y recibir placer, aunque solo sea una vez, quiero que seas mío.

—Aléjate, aléjate de mi...

—Lo haría, pero tus ojos están gritándome que no me vaya... ¿A quién debo obedecer?

—A lo que te digo y...

—¡Ave María purísima, padre!— exclamó una voz femenina al lado derecho del confesionario, el corazón de Samuel se detuvo por un instante, él y Ámbar se miraron a los ojos...

¿Ahora cómo saldría de aquel aprieto?

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