23 ...Mentira?

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Inservible...

Fracaso...

La voz comenzó como un susurro después de que su idea para el infierno fracasara.

Olvidala...

Perdedor...

Esa voz se fortaleció después de la separación con Lilith.

Inutil...

Complaciente...

Y se hizo más fuerte con el rechazo de su única hija hace años.

Desgracia...

Miserable...

Finalmente nunca se fue.

El rey caminaba de un lado a otro en su habitación nueva en el hotel. El lugar carecía de luz y color, cada foco había sido destruido, cada ventana estaba cubierta con una gran cortina negra. Su bastón al igual que su sombrero estaban tirados cerca de la puerta, los primeros tres botones de su camisa abiertos por sentirse asfixiar, el aire era tan pesado que se sintió ahogar.

Ella tiene razón...

No te quiere...

—No... no, ella... Charlie me quiere, soy su padre, sí, ella...

Ella te odia...

Lucifer se tomó con fuerza la cabeza, sus largas uñas jalando su corta cabellera rubia sintiendo dolor, sus ojos desenfocados con cada golpe que su cabeza hacía contra la pared más cercana, sus dientes apretados con fuerza.

—No, no, no... Ella me ama, ella no me odia... callate ¡Callate! ¡CALLATE!

Cada golpe era cada vez más fuerte, una gota de sangre corriendo por su frente, bajando por su nariz para terminar en su labio superior. Su visión subió para ver una gran mancha de sangre dorada en la pared.

Tan inutil que todos siempre prefieren dejar atrás...

Invisible...

—No, no, por favor, no, yo no soy un inutil, yo puedo hacer muchas cosas, soy un creador...

Lucifer camino con pasos pesados hasta su cómoda para verse al espejo, su perfecto y pulcro porte había desaparecido, su ropa aún contaba con los cortes y suciedad de su reciente batalla con Charlie.

Solo un soñador fracasado...

—No... yo puedo ayudar, yo...

Incluso ella hizo lo que tu nunca pudiste, eres tan patético...

Lucifer rompió el espejo con una mano al escuchar esa voz, al imaginar que detrás de él alguien se reía, una sombra que le recordaba sus fracasos y dolores. Su mano sangro y cansado se dejó caer sobre los vidrios en el suelo, su cabeza recargada en la madera de la cómoda, las lágrimas amargas corrían por su rostro.

Llevó su mano izquierda a su pecho sintiendo latir furiosamente su corazón, el aire no llenaba su pecho y finalmente se hundió en los vidrios escuchando esa voz divertida y mordaz a su alrededor, con ambas manos cubriendo sus oídos cayó dormido escuchando una y otra vez las mismas palabras como un eco.

Inservible...

Fracaso...

Perdedor...

Inutil...

Miserable...

Durante dos días el gran y poderoso rey del infierno fue torturado por esa voz una y otra vez sin descanso, del amanecer hasta el anochecer. Todo se repetía, el autodesprecio, la autoflagelación, la culpa, el dolor, la ansiedad, el pánico, el miedo a ser abandonado, el miedo a ser reemplazado, el miedo a perderlo todo una vez más.

La Princesa del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora