50 Objetivo

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—¿Cómo te sientes querido?

Aquella voz dulce y baja se perdió en la habitación oscura donde apenas se escuchaba la respiración pausada del hombre que se hallaba descansando en la cama. Las heridas mortales lo tenían exhausto, la sangre seguía escurriendo con el más diminuto movimiento; alejado de cualquier amenaza se encuentra bajo tierra rodeado por un extenso cuerpo de aguas negras con el único fin de ocultar su aroma.

—Tengo buenas noticias querido.— habló Rosie acercándose al hombre que yacía inconsciente, regalo de una posición del antiguo overlord, Valentino, con el fin de mantenerlo sedado e inmovil para evitar estropear las heridas y que el dolor lo haga desear estar muerto. —Finalmente la loquita vendrá a cerrar esta fea herida.

La caníbal camino por el lugar viendo la extraña pero efectiva solución que encontró para asegurar que la sangre del overlord más joven siga en donde corresponde. Con una máquina la sangre sigue bombeando sin descanso mañana y noche evitando que Alastor muera desangrado.

Al cabo de unos minutos un ruido ajetreado, seguido de una risa histérica y el sonido del agua salpicando hicieron sonreír a la mujer que ya había preparado una pequeña mesa con todo lo necesario. La ex overlord llegó hasta la cama desgastada y andrajosa que apestaba a sangre y suciedad,

—Oww, el chico malo está herido.

—¿Puedes cerrar la herida, querida?

—Dejalo en mis manos, tengo buen ojo para esto.— y después otra vez esa risa desquiciada que hicieron sonreír a Rosie con todos los dientes.

Glesty era una mujer forense en su tiempo en vida, fallecida por allá de 1950; una mujer que no solo se dedicaba a herir a sus víctimas para que terminaran en una sala de hospital, sino que, incluso después de ser juzgadas como fallecidas, una gran mentira orquestada por ella, terminaba siendo la misma Glesty quien se aseguraba de llevar a cabo su descenso de la vida en su quirófano forense.

La mujer arrebató cientos de vida hasta que fue descubierta a la edad de 22 años, fue detenida, juzgada y, finalmente, sentenciada a muerte bajo volteos de bajo decibeles. Una copia anterior a la silla eléctrica utilizada a mediados de 1980. Su tortura consistia en pequeñas corrientes elecricas mientras se encontraba empada de agua. La fuerza de las descargas no era suficiente para matarla, por lo que su cuerpo se convulsionó una y otra vez repetidas veces, sangrante y magullado, hasta finalmente dejar de respirar.

La curación de Alastor había sido un rotundo éxito. La mujer se había encargado de cocer a su perfección la herida sangrante en el hombro del overlord, su brazo perdido, por otra parte, era algo que no iba a recuperar en absoluto. El resto de heridas que requirieron sutura también fueron atenidas, reforzando aquella que se abrió desde su pelea con Adam.

Niffty río con locura después de tener sus manos manchadas de sangre. Girando hacia la mujer pregunto si tenia el estimulante.

—Una toma eléctrica funcionaría mejor, pero supongo que deberemos conformarnos con esto.

No era ninguna mentira que en el infierno no existía nada parecido a los hospitales, o al menos, no para ellos, en el círculo del orgullo donde caían todos los pecadores habían banalidades que harían gozar tu vida en el infierno, hasta que volvieras a morir y tu alma fuera olvidada.

Inyectando todo el estimulante, también beneficio de los V's, para darle "vida" al cuerpo. Ambas mujeres se aseguraron de inyectar dosis completas y seguidas en el cuerpo del hombre, eliminando cualquier rastro de sedante.

Tras cuatro inyecciones cargadas el cuerpo de Alastor sufrió un espasmo. Su cuerpo se levantó de aquella andrajosa cama y su boca se abrió en busca de aire. Pero continuaba herido, incompleto, algo faltaba pero ninguna de las mujeres podían adivinar de qué se trataba.

La Princesa del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora