35 Amor

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—¿Por qué las almas van al infierno?

Preguntó tiempo atrás una pequeña ángel que ahora contaba con cuatro de sus alas, aún le faltaban dos más para ser una verdadera serafín, pero a los ojos de su mentora ella ya era una serafín.

Se encontraban juntas en la sala de observación de Sera, desde allí a través de una gran bola de cristal veían las cosas que sucedían en la tierra. Observaban a los niños jugar, a las mujeres riendo, a los hombres trabajando, a los ancianos enseñando. Y la pequeña serafín pensó, ¿si estas almas nacen siendo puras, y son educadas por otras almas puras, porque algunas van al infierno?

—Mi pequeña niña, el mundo es oscuro y salvaje, y egoísta...

Comenzó la serafín mayor sin despegar la mirada de Emily que seguía encantada viendo la esfera de cristal, al menos hasta que la imagen cambió para mostrar lo que sucedía en un callejón oscuro, allí unos adolescentes se encontraban golpeando a una perrita que recién había parido.

—Y al más fino rayo de sol y su alegría...

Los ladridos eran sofocados por las risas estridentes de los jóvenes mientras lanzaban a las pequeñas criaturas que apenas iniciaban su vida hacia las paredes, bromeando entre sí cuando el pequeño cuerpo se estrellaba con tal fuerza que sus huesos débiles tronaban acompañado de chillidos de dolor horribles.

La pequeña ángel se cubrió la boca mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, Sera puso una mano sobre su hombro y por instinto la chica giró para aferrarse a la mujer mayor.

—Los destruye.

Esa noche Emily no pudo dormir, pensó una y otra vez en porque no podía hacer algo para ayudar, pero Sera le dijo que no había nada que ellas pudiera hacer, que no se podía cambiar el corazón de los hombres, y que su trabajo conscientia solo en observar y velar por las almas cuando llegan al cielo.

—¿Pero esos niños... sus almas irán al infierno?

—Lo harán.— contesto con seriedad Sera mientras se sentaban a cenar entrada la noche, Adam ya tirado en algún lugar del comedor bebiendo algún tipo de licor que Sera le consiguió con tal de mantenerlo tranquilo. —Los humanos jóvenes cometen actos crueles porque ante la ley ellos están protegidos, pero nada los protege de cumplir su castigo al morir. No importa su edad, ellos deben pagar.

Al caer la noche Emily fue directamente a la habitación de Adam, ella lo vio acostado en el suelo, en una mano alguna botella de olor desagradable y una pierna arriba de la cama. Lo movió y le habló en voz baja para despertarlo, este se quejó pero cuando finalmente abrió los ojos se detuvo de gritarle algo y bebió otro trago de su botella.

—¿Qué quieres? Si no puedes dormir ve a molestar a Sera, no soy un estupido niñero...

—Sé que no, Alice es quien cuida de mi.— dijo risueña la pequeña ángel completamente ignorante del tono despectivo e irritado que Adam utilizó. —Quiero que me lleves al segundo cielo.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Y a esta hora? Para nada, dile a Sera.

—Quiero darle la bienvenida a los cachorros, y Sera nunca me lleva al segundo cielo, siempre estoy encerrada aquí.

Adam se quejó cerrando los ojos, era cierto que Sera no la dejaba salir con miedo a que fuera descubierta por algún ángel guerrero, ellos merodeaban el cuarto y el segundo cielo. ¿Cachorros? Él nunca había visto uno, ni siquiera sabía que eran, era cierto que él tampoco salía mucho de sus habitaciones, Sera no lo permitiría por la misma razón.

—Que se joda, vamos.

Cuando se puso de pie vio a Emily cubriendo su boca y viéndolo con ojos muy abiertos. Ignorando eso tocando su cabeza en un gesto gentil y un tanto tosco se puso de pie y caminaron a la salida. No encontraron a los cachorros en el segundo cielo, que ahora se encontraba más apagado de costumbre debido a lo tarde que era, así que Adam arrastró consigo a Emily al primer cielo.

La Princesa del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora