17

97 13 0
                                    

La túnica de seda índigo del niño estaba bordada con ramas de sauce, y las tallas de jade azul cielo y las cuentas de corindón en el cinturón se balanceaban con cada movimiento. Sus ojos brillantes se curvaron en una sonrisa debajo de sus largas pestañas mientras hablaba. –¿Te asuste? Lo lamento.

Eondu estuvo a punto de regañar al chico por su mala educación pero dio un paso atrás, alertado por su aire de refinamiento.

Mirando al niño, le pregunté: —¿Por qué no sirve de nada?

—Mira, su ala está rota.

Mirando más de cerca hacia donde señalaba el niño, noté que una de las alas del pájaro estaba ligeramente torcida. Una cría en estado salvaje, con un ala rota... —Supongo que entonces morirá, —dije después de una larga pausa—. Pobre cosa.

Eso explicaba por qué la madre no había bajado a proteger a su bebé. Ella también debe haberse rendido. Este pajarito también había sido abandonado.

La cría siguió chirriando, sin darse cuenta de su situación.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó el chico.

—¿Hacerlo?

—Le pediste al asistente que llamara al resto de los niños temprano, —dijo el niño, mirando mi cabello negro despeinado—. Dándole el lazo para el cabello.

¿Había estado mirando todo este tiempo?

Inclinó la cabeza con curiosidad. —¿Era esto realmente necesario? ¿Por qué no les dijiste que pararan? ¿No son primos?

Contuve un resoplido. ¿Crees que te escucharían? En todo caso, habría empeorado las cosas. Pero no había necesidad de decirle la verdad a un chico extraño que nunca había conocido antes.

En cambio, sonreí. —Mis primos son muy competitivos, así que si yo hubiera intervenido, se habrían esforzado aún más en atrapar al pájaro.

—¿Competitivos...?

Los ojos del niño se agrandaron y se rió. El sonido resonó como campanas claras. Perdí la noción del tiempo mirándolo por un momento, luego volví en mí. —Eondu, vámonos.

—¿Oh? ¿Ya te vas? — pregunto, todavía riendo.

Me alejé del chico, ignorando su pregunta. Eondu miró al pájaro que tenía en las manos. —¿Qué debemos hacer con este pequeño?

Me mordí el labio y suspiré. —Simplemente devuélvelo a los arbustos.

Él dudó.

—Incluso si lo volvemos a poner en el nido... probablemente todavía moriría. —dije en voz baja.

No había nada que pudiéramos hacer. Si tocábamos el nido, existía la posibilidad de que los padres llegaran al extremo de abandonar al resto de sus crías, y no estaba segura de poder cuidar al pájaro si nos lo llevábamos a casa. Ya es bastante malo intentar mantenerme a salvo en la familia Baengri...

El chico dio un paso adelante. —Puedo arreglar su ala.

Me detuve en seco y me volví hacia él.

—¿Ahora tengo tu atención? —el niño sonriente se enderezó, su postura era tan erguida como un brote de bambú, y se inclinó con la mayor cortesía—. Oh, no me he presentado. Soy Seok Gayak, un pariente lejano del médico imperial Seok. Me mudé aquí no hace mucho.

***

Me fascinaron las atrevidas cercas de ladrillo azul, las elaboradas tejas y la arquitectura majestuosa pero única. ¿Se paga tan bien ser médico imperial? El tamaño de la finca no era comparable al complejo del clan Baengri, pero todo, desde los intrincados y hermosos jardines hasta la vestimenta de los elegantes sirvientes, estaba meticulosamente cuidado.

YeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora