Capítulo 3

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Fey Le Brune

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Fey Le Brune

La roca que resguardaba los cuerpos de mis abuelos no estaba tan lejos de mi hogar, incluso podría decir que esa misma roca y la de muchos pardianos se podían ver desde la fogata principal que está en el medio de la aldea. Logré ver el cabello largo y ondulado de mi madre que apenas se cubría por su corona de plumas que la proclamaban compañera del líder de Pardas. Ella estaba de rodillas frente a la enorme roca y con los ojos cerrados mientras parecía rezar entre dientes, no quise interrumpirla, así que tomé asiento junto a ella. Gracias a ello tuvo unos segundos para admirar su rostro y vestimenta, adoraba la belleza que mi madre poseía al igual que la misma sabiduría con la que enseñaba a todos los habitantes de Pardas. Su conciencia y amabilidad por todos lo que vivimos en la nación hizo que el frío corazón de mi padre se derritiera por completo para así después convertirse en dignos líderes de Pardas.

Ella seguía con los ojos cerrados y mientras movía la cabeza de lado a lado tomó mi mano derecha y con gran rapidez me hizo una herida en la palma de ella, hice una pequeña mueca de dolor, mi madre dirigió mi mano hacía la roca de mis abuelos y la guío hacia abajo. Dejé un delgado camino de sangre por toda la roca en forma vertical, luego me soltó. Dibujar aquel camino de sangre sobre la roca de algún difunto era nuestra forma de decirles a ellos mismos que seguíamos con ellos y que pronto estaríamos a su lado. Es la manera de Pardas para recordarle a nuestros muertos que no están solos y que deben seguir su camino a la libertad.

—Elián dijo que tuviste una visión.

Mi madre exhaló y cortó la palma de su mano para después dibujar su camino de sangre sobre la roca. Luego abrió sus negros ojos y me miró.

—Tú conoces la historia de Callia, ¿no es así? —Asentí. Ella se acercó a mí y comenzó a destrenzar mi cabello—. Estás al tanto de que la hija de nuestros dioses, Eliette, le otorgó un hermoso al igual que poderoso don a tu abuela, sin embargo los...

—Los hombres de hierro se enteraron e intentaron llevársela, pero accidentalmente la mataron —Completé—. Lo sé, madre.

—Pues parece que no —replicó, molesta—. Estás bendecida por los dioses y Eliette, Fey, ellos te otorgaron el poder de tu abuela desde que eras una bebé. Antes de tu llegada no había nadie con el poder del Ílino por lo tanto Pardas sufrió bajas terribles. Debes tomarte este trabajo en serio, no es un juego, hija. La vida no se trata de solo correr por las praderas o practicar con la honda y el arco en el bosque.

Bajé la mirada, estaba realmente avergonzada al igual que desesperada de que siempre me explicase lo mismo.

—Al menos ya sé curar a los enfermos y sus heridas. ¿Acaso no es suficiente para ti?

—No —Alzó su mano y me dio un pequeño golpe con sus dedos en mi frente. Ya había terminado de destrenzar mi cabello—. Puedes hacer más que curar enfermos y sus simples heridas, Fey. No tienes idea de lo fuerte que puedes llegar a ser.

Mi madre se levantó y antes de marcharse me colocó su rebozo color rojo con encaje amarillo y hecho del algodón más suave sobre los hombros. Reposó su mano en mi hombro derecho y estableció:

—No quiero que te acerques a la muralla y mucho menos que entres a ella.

Retiró su mano y se marchó.

Exhalé y alcé la mirada hacia la roca de mis abuelos. Algo me decía que la visión de mi madre le avisaba sobre mí y el agujero que había hecho junto a Oren en esa alta muralla. Las visiones de mi madre no siempre avisaban cosas buenas, la mayoría de ellas eran para mal de una persona o para la nación entera. Supongo que la pequeña retroalimentación de la muerte de mi abuela era un intento indirecto para que me esforzase más en desarrollar mi don con el Ílino y dejase a un lado mi obsesión y curiosidad por Arahnova.

Resoplé y decidí abrazar mi cuerpo con el rebozo de mi madre que siempre olía a dalias.

—Perdón, abuelos —Observé la palma de mi mano y ya no había sangre sobre ella ni siquiera una sola cicatriz. Nuevamente, me recosté sobre el césped frente a la roca de mis abuelos para descansar.


Sentí que algo me hacía cosquillas en la nariz y después en mi frente, poco a poco desperté y lo primero que vi fue el rostro entusiasmado de Oren con una amplia sonrisa. Observé el cielo y pude darme cuenta de que apenas y el mismo solo comenzaba a despertarse junto al cielo.

—Vamos a la muralla.

Miré a mí alrededor y noté que nadie de mi aldea estaba despierta a excepción de mi amigo y yo. Él alzó ambas cejas mientras sonreía ladinamente.

Sujeté el rebozo de mi madre a mi cintura antes de cruzar las praderas corriendo y saltando junto a Oren, ambos sonreímos y reímos con una dicha indescriptible, no se ponía en duda que ambos compartíamos la curiosidad y obsesión por el pueblo de Arahnova. Tanto así que nos atrevimos a hacer un agujero debajo de la muralla para poder entrar a pesar de saber el peligro que implicaba.

Oren y yo llegamos al bosque, jadeantes, no habíamos comido nada antes de partir y parecía que nuestra energía se apagaba, entonces decidimos caminar.

—¿Crees que podamos ver a una mujer como el sol? ¿O a un hombre de hierro?

—Eso no es lo que más me apetece ver —respondí—. Tal vez vuelva a estar el señor Colt y aquel muchacho probando las luces brillantes.

—¿El señor Colt?

—Se parece a tu padre —confesé—. Tiene la misma barba larga y canosa, solo le hace falta trenzarla.

Oren dio un puñetazo a mi antebrazo mientras yo reía burlonamente.

—Cállate y dime si tu familia no sospechó nada. Te escapaste toda la mañana sin decirle a nadie, supongo que te dieron un buen castigo. Pregunto porque Elián no dejó de interrogarme al respecto.

—Solo estaban preocupados. Creyeron que yo era la persona con el agujero en la cabeza —Oren asintió—. Me pregunto qué habrá sucedido entre ese pardiano y el que lo asesinó. ¿Crees que alguno haya atacado primero? —Alzó los hombros, desinteresado—. Mi madre también tuvo una visión. No me dijo lo que era exactamente, pero me advirtió no acercarme a la muralla y mucho menos entrar.

—Sin embargo, es exactamente lo que estamos haciendo justo ahora —mencionó—. Si me hubieras dicho que Liz tuvo una visión de esto, claramente no te hubiese despertado para que viniéramos.

Resoplé y puse los ojos.

—No pasará nada grave, Oren. Puedes estar tranquilo, ¿acaso no recuerdas que te gané en la prueba de pelea cuerpo a cuerpo? —Me burlé. Oren intentó tomarme por sorpresa al lanzarse sobre mí e intentar darme un rodillazo en mi abdomen, yo lo esquivé con prisa y Oren chocó contra la corteza de uno de los pinos del bosque. Carcajeé por el gesto de dolor que Oren hizo. Él intentó regresar, pero sus pies no lograron separarse del suelo, parecía que algo lo detenía.

—¡Oye, eso no es justo! —Exclamó después de observar que raíces de dorado Ílino le cubrían los pies impidiendo que caminara—. ¿Desde cuándo puedes hacer eso?

—Nunca lo había hecho.

Distraerme con el fuerte estruendo de una de las luces brillantes sobre el cielo hizo que Oren y yo miráramos en dirección a la muralla. De pronto Oren tenía sus pies liberados y ambos nos escabullimos por los arbustos que estaban cerca de la muralla. Oren quitó la roca que cubría el agujero que nos daba paso a Arahnova y después se hizo a un lado para que entrase. Me arrastré como una lombriz hasta llegar al interior de la muralla, Oren me siguió por detrás, ambos nos escondimos debajo de los arbustos ya que, tal como había pensado, el señor Colt y ese muchacho estaban en el mismo lugar que ayer, pero alguien más los acompañaba y tanto el chico como ella vestían de hierro.

—Su cabello es como la miel.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora