Capítulo 17

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Fey Le Brune

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Fey Le Brune

Atacaron en la madrugada.

Escóndete. No salgas de la cueva. Cuida de los pequeños. Protégelos. Eres mi hija y te necesito con vida.

Los niños que salieron de Pardas estaban bajo mi cuidado y el de Gaia. Ella era mucho mejor que yo para mantenerlos en calma y así evitar que los hombres de hierro nos encontrasen. Yo cuidaba la entrada de la cueva y vigilaba mis alrededores mientras mantenía mi arco y flecha preparados. Mi cabeza parecía mareada y completamente llena de furia y preocupación. Mis padres se habían quedado en Pardas para luchar al igual que el resto de los mayores. Niños menores que yo eran los que Gaia y yo protegíamos dentro de la cueva. Las órdenes de mi padre me decían que debía esperar a su señal para saber cuándo salir.

—¿No hay nada a nuestro alrededor?

—Solo árboles y unos cuantos pájaros.

—Le dije a los chicos más grandes que contaran cuentos a los más pequeños. ¿Crees que funcione para distraerlos?

—Estará bien hasta que mi padre envíe la señal de seguridad.

Gaia recargó su espalda y se sentó del otro lado de la desfigurada entrada de la cueva.

—Deberías ir con ellos —Señaló con los ojos al grupo de niños que protegíamos—. No tendrías que estar en la orilla de la cueva.

—Me dieron la orden de protegerlos.

—Pero no eres una guerrera, Fey. Eres la hija del líder y nuestra liečiteľ.

—No me digas así —No estaba acostumbrada a que me llamasen de esa forma. En realidad, cuando mi madre me confesó que ese era mi nombre real, el que se suponía que me otorgaban al saber lo que podía hacer con el Ílino, lo odié por completo. ¿Razón? Desconocida—. Puedo ser todas esas cosas, Gaia, pero también soy una guerrera de Pardas como mi hermano y el tuyo. Y, como descendiente del líder, tengo un trabajo mucho más pesado porque es mi deber proteger a mi gente.

—¿Sin importar que estés en contra de ellos?

—¿De qué estás hablando?

—Fey...

Las ramas tronaron al igual que las hojas, escuchamos jadeos pesados y ambas nos pusimos en guardia. El sonido de alguien aproximándose se escuchaba más cercano a mí. No podía usar mi arco, ya que se encontraba demasiado cerca, entonces saqué el cuchillo que guardaba en mi pantorrilla y me preparé cuando sentí los jadeos lo suficientemente cerca. Gaia se encargó de ser la barrera que me separaba de los niños y el peligro. Una mano se dejó ver a la orilla de la cueva y entonces apunté mi cuchillo en dirección a la garganta. Casi logro mi cometido si no hubiese sido porque el cuchillo impactó contra uno igual al mío.

—¡Oren!

—Pardas es un caos. Qué alivio verlas con vida.

Las hermanas pequeñas de Oren lo abrazaron con fervor. Gaia se acercó lentamente con una sonrisa llena de alivio y felicidad. Estaba segura de que se preocupó por su hermano gemelo al igual que yo.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora