Capítulo 46

10 1 6
                                    

Fey Le Brune

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Fey Le Brune

No recuerdo nada de esa noche. No sé cómo sobreviví y no sé cómo llegué a Kermann. Cuando desperté, Elián y Oren estaban a mi lado con la cabeza hacia abajo y susurrando oraciones hacia los dioses. Ambos estaban malheridos y Oren no podía mover el brazo derecho. Estuve dos días inconsciente y al abrir los ojos, las lágrimas que había estado reteniendo mientras dormía salieron como cascadas sin control. No entendía por qué lloraba y no entendía por qué Oren me miraba con tanta preocupación. Pero no fue hasta que pregunté por ellos que supe la razón.

Nos emboscaron y tanto Asher como Ezra salieron gravemente heridos. A Asher lo había alcanzado una bala de cañón y a Ezra le habían disparado en la espalda con flechas. Ambos apenas y habían reaccionado a las plantas medicinales de Neli. Ezra está en su cúpula que es vigilada por varios Albas y Asher está descansando en la cúpula de Neli. Según ella, él es quien necesita más cuidados debido a que su cabeza sufrió un golpe demasiado fuerte que en algún punto puede que convulsione y muera. Hoy se cumplen cuatro días y yo no puedo separarme de él porque temo que muera sin mí acompañándolo.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—Te ves cansada —Griffin se sentó a mi lado y me extendió un tazón de fruta fresca que yo negué—. Debes ir a dormir, Fey.

—Estoy bien —Acomodé la manta que cubría la mitad del cuerpo de Asher con cuidado—. ¿Cómo está Raven?

—Neli le dio una hierba extraña para el dolor de su pierna, pero, fuera de eso, está bien. Oren se ofreció a ayudarla y a cuidar de ella mientras yo visito a Asher.

Bufé y él sonrió.

—¿Y cómo le va con eso?

—Intenta acostumbrarse a que los pardianos no son lo que nos contaban de niños y él intenta acostumbrarse a que Raven no es tan amable como parece —Tomó aire y se levantó para jalar mi silla hacia atrás—. Creo que deberías ir a descansar, Fey, lo digo en serio.

—Ya dije que estoy bien.

—Él querría que descansaras —Griffin señaló a Asher con su mentón y después me observó—. Yo te diré si despierta.

—Promételo.

—Lo prometo.

Di la vuelta para salir con el corazón en las manos y la incertidumbre de si de verdad iba a dejar la cúpula por unos instantes.

—Por cierto, Ezra ya despertó —El pecho se me hundió por completo— y está preguntando por ti.

Nunca me detuve a contemplar la cúpula de Ezra con la suficiente atención para darme cuenta de que está rodeada de rosales y flores violetas que nunca había visto. Si no fuera por el terror que tengo ahora de entrar, quizás seguiría sin darme cuenta de ese detalle. Los Albas que rodean la cúpula llevan lanzas plateadas con puntas afiladas que reflejan a la luna. Todos mantienen una posición estoica y firme y sus expresiones no denotan nada más que seriedad. Ezra ya despertó y yo temo verlo. Lo peor de todo es que ni siquiera sé por qué. Solamente sé que me he quedado inmóvil frente a su cúpula y que mis piernas se niegan por completo a avanzar. Casi muere por mi culpa. Esas flechas envenenadas de Amatejo se le clavaron en la espalda y estuvieron a punto de matarlo si no hubiera sido por los cuidados medicinales que Neli le dio. Ya ni siquiera entiendo mi título de curandera de Pardas. Neli es mucho mejor y ella no posee esta conexión que yo tengo con el Ílino. Mi título ha quedado vacío gracias a mí misma.

—¿Señorita Fey?

Un pequeño niño de mi nación me llamó por detrás de mi espalda. Su llamado me hizo secar las lágrimas que me negaba a derramar y entonces giré para mirarlo. Tenía una cicatriz en diagonal que le abarcaba desde la ceja izquierda hasta la mitad de la nariz. Usaba la ropa blanca característica de los Albas que obviamente ellos mismos habían confeccionado debido a que no existían Albas pequeños. Me sonreía de oreja a oreja y sus ojos marrones transmitían un sentimiento puro de esperanza y paz. Paz que había dejado de sentir desde hace mucho tiempo.

—Tome.

Me entregó una vaina que estaba grabada con tres símbolos distintos. Uno de ellos era el de mi nación, era nuestra runa de liderazgo, pero los otros dos no los supe reconocer.

—¿De dónde sacaste estos símbolos?

El pequeño niño señaló el símbolo que estaba en el extremo derecho de la vaina y comenzó a explicar.

—El libertador de Kermann lo llevaba puesto cuando nos ayudó a salir del caos —Señaló la cúpula de Ezra. Después señaló el símbolo que quedaba en medio—. Algunos niños de Pardas y yo lo hicimos. Espero que no le moleste la nueva runa que creamos... Es que pensamos que ahora que hay más gente de Arahnova de nuestro lado, sería mucho mejor cambiar nuestra runa, pero si no quiere...

Ahora comprendía los tres símbolos. Uno era la runa de mi nación, el otro era el sello real de Arahnova y el que se encontraba en medio era una fusión de ambos. Era el símbolo de la guerra que hemos estado pasando. Y era el símbolo de la paz que tanto buscamos.

—Es perfecta.

Me sonrió todavía más. Me hinque para quedar a la altura del niño y dedicarle mi más profundo agradecimiento.

—¿Cuál es tu nombre?

—Zyon. Y ella es Senna, mi hermanita —Dio media vuelta para que lograra observar al pequeño bulto de carne que le colgaba en la espalda con ayuda de un rebozo gris. Una bebé con dos rasguños frescos en la mejilla que dormía profundamente y mantenía sus puños fuertemente cerrados.

El corazón se me encogió y las lágrimas regresaron a mis ojos. No obstante, me esforcé demasiado para no soltarlas.

—¿Dónde están tus padres, Zyon?

—Fallecieron el día del ataque —me respondió casi en un susurro.

—¿Y no odias a los hombres de hierro por asesinar a tus padres?

—Creo que el odio es la razón por la que estamos donde estamos, y ya no quiero eso —Zyon se acercó a mi oído y me habló con voz baja—. Sé lo que está haciendo, señorita Fey, gracias.

El fuerte viento hizo que algunos mechones de mi cabello blanco y negro me cubrieran el rostro por unos segundos. Cuando logré quitarlos de mi rostro, Zyon y Senna se habían ido.

—Señorita Fey, mi libertador la espera en el interior de la cúpula —me dijo uno de los Albas que resguardaba la entrada.

—No... Yo... Más tarde iré con él. ¿Viste a dónde fue el niño con el que hablaba?

—Me temo que solo ha mirado la cúpula de mi libertador desde que llegó.

Rápidmente miré mis manos y la vaina con los tres sellos seguía ahí. Yo tenía el regalo de Zyon, pero, según el Alba, no había hablado con nadie.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora