Fey Le Brune
Solo han pasado dos días y la ausencia de Elián y Oren me ha afectado más de lo que creí. Extrañaba tener a mi mejor amigo junto a mí para correr por el bosque y las praderas. Extrañaba lo entrometido que era mi hermano, así como también extrañaba su mirada inexpresiva.
Madre ha estado al tanto de mí a todas horas del día. Podría decirse que me ha estado obligando a practicar mi habilidad con el Ílino porque últimamente ha tenido varias visiones acerca de él. Me confesó que tiene miedo de lo que sus visiones puedan significar para mí. Dijo que tiene miedo de que los hombres de hierro vuelvan a extraer Ílino y de paso asesinar a unos cuantos de nosotros. Esta misma inquietud la ha estado teniendo mi padre también. Después de nuestra discusión, él solo se ha limitado a darme órdenes como si fuera una más de sus hombres. Ya no me dirige la palabra como antes y mucho menos me mira. Mi madre dice que solo debo darle tiempo para que me perdone, pero en realidad ni siquiera había nada que perdonar porque lo único que había hecho fue decirle mi pensar, decirle cómo me sentía al respecto, pero ahora creo que el decir mi punto de vista está mal.
—Gracias, Fey.
Comencé a creer que mi rostro ya era igual a una mora azul debido al montón de agradecimientos que había recibido en estos últimos dos días al curar a los enfermos de Pardas. Mi madre y yo habíamos ido con todos y cada uno de ellos.
—¿Te encuentras bien?
Afirmé con la cabeza.
—Sé que ha sido difícil para ti, hija.
—No es difícil —respondí una vez que llegamos a mi choza—. Es agotador. Me gusta ayudar a las personas, madre, pero hay ciertas circunstancias que gastan mi energía más que otras. Me refiero a que a veces me duele más de lo normal. Absorber el sufrimiento de los enfermos es agotador algunas veces.
Mi madre alzó su mano para dejar mi mechón blanco detrás de mi oreja. Luego, tocó mi mejilla con delicadeza.
—¿Desde cuándo te sientes así? —Alcé los hombros sin importancia—. He sido muy dura contigo, Fey. Lo lamento.
Juntó su frente con la mía.
—Descansa todo el día si lo requieres. Ya has hecho suficiente.
Mi madre desapareció de mi vista y ya no me sentía asfixiada.
Quería tomar el consejo de mi madre acerca de descansar todo el día, pero la lechuza volvió a aparecer, esta vez en la punta de mi choza. La miré con atención para asegurarme de que se trataba sobre la misma de hace dos días. Porque sí, ya habían pasado dos días desde que crucé la muralla y hablé con Asher por primera vez. Y, a pesar de lo ocupada que me he mantenido, no he podido dejar de pensar en el toque de sus manos junto a las mías. Deseé regresar a la muralla al día siguiente de nuestro encuentro, pero, como ya dije, mi madre me mantuvo vigilada. No obstante, mi madre ya no estaba aquí para vigilarme, y la lechuza había regresado para acompañarme a la muralla una vez más.
La lechuza se elevó casi sobre mi cabeza, parecía que no quería dejarme atrás, ya que esta vez yo no corría tan rápido como era mi costumbre. No podía hacerlo. Estaba cansada, mis piernas no tenían las fuerzas suficientes para correr, y me cuestioné tantas veces por qué iba hacia la muralla si estaba tan exhausta, pero llegué a la conclusión de que las ganas que tenía de ver a Asher eran mil veces más intensas que mi agotamiento.
No esperé que él estuviera del otro lado de los arbustos, en realidad pensé que la única demente con ganas de estar en la orilla de la muralla era yo.
—Creí que ya no regresarías —confesó en cuanto me miró—. Estuve viniendo los últimos dos días, pero no llegaste.
—Estuve ocupada.
—No te lo dije como reclamo.
Asher no llevaba puesto su uniforme de hierro. En su lugar usaba una tela fina de color negro que le cubría todo su abdomen, el pecho y los brazos. Llevaba otra tela larga de color café que le cubría las piernas y sus pies estaban escondidos dentro de algo que sí logré reconocer. Eran botas. Unas botas negras. Sé que ese era el nombre de ese objeto porque recuerdo haber escuchado a un hombre de hierro quejarse cuando sus "botas" se mancharon de brea. Por último, Asher llevaba puesto un cinturón que parecía de cuero y le ayudaba a cargar su espada.
—Te dije que te daría el rebozo de tu madre, ¿recuerdas? —Afirmé—. Aquí lo tienes.
Cuando tomé el rebozo de mi madre noté que tenía un par de hilos que antes no estaban ahí.
—Lo arreglé.
—¿Intentaste coserlo?
—Algo así.
Se veía avergonzado, así que sonreí.
—Eres muy malo —Esta vez él sonrió—. Gracias.
Coloqué el rebozo alrededor de mi cuello. En cuanto terminé, seguí sintiendo la mirada curiosa de Asher hacia mí. No admitía que era extraño porque en realidad no lo era, yo venía sintiendo lo mismo hacia él, pero la diferencia entre nosotros es que yo no lo demuestro tanto cuando me observan. No me siento cómoda haciéndolo mientras otros me miran. Así que quiero sacar provecho de esa habilidad.
—Oye, Asher —Me fue tan fácil pronunciar su nombre—. Quiero que me muestres Arahnova.
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Lluvia de cenizas
FantasíaA Fey Le Brune siempre le han dicho que es afortunada por nacer con aquel don que le permite controlar el Ílino, una flor dorada con poderes inimaginables que es muy codiciada por la nación que alguna vez traicionó a la suya. Pardas y Arahnova han e...