Capítulo 19

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Fey Le Brune

Era un espacio reducido. Olores fétidos invadían mis fosas nasales. Alrededor de mis tobillos ardía al mismo tiempo que los sentía inflamados. No tenía ninguna de mis armas. Había paja picándome la nariz y mejilla izquierda. Para cuando abrí los ojos y mi vista se habilitó por completo, caí en cuenta de que estaba dentro de una jaula con paredes de piedra del color de la carne y la única salida estaba hecha de algo más fuerte que el hierro que usaban los soldados que nos atacaron. De pronto tuve un leve mareo que me hizo recordar que había sido golpeada antes de llegar al lugar en el que me encontraba. Toqué mi sien en busca de cicatrices, pero solo encontré sangre seca debido a que la herida que se había formado ya estaba completamente cerrada. Quise acercarme a los barrotes, pero aquello que causaba el ardor en mis tobillos me lo impidió, se trataban de cadenas que rodeaban mis tobillos con gran presión que hacían que mi piel no pudiese curarse por sí sola como de costumbre.

Imágenes de todas las personas importantes en mi vida pasaron como destellos en mi mente. Así como se presentaron las lágrimas de frustración aparecieron. La muerte de mi padre al protegerme de un hombre de hierro. La incertidumbre de no saber dónde estaba mi madre. La furia que le tenía a Elián por haberse marchado así de la nada y la preocupación respecto a cómo se encontraba Oren. La tristeza que me invadía por haber perdido a la mitad de mi pueblo. La urgencia que tenía por hablar con el rey de Arahnova.

—¡Quiero ver al rey!

Las cadenas de mis tobillos me lastimaban con cada movimiento brusco que hacía, pero solo de esa manera sé que ellos me escucharían.

—¡Llévenme con el rey!

El choque de pisadas y hierro hizo que dejase de gritar. Tres hombres de hierro aparecieron del otro lado de la jaula con rostros duros y con pizcas de egocentrismo. Me quedé quieta observando los movimientos del hombre de hierro que se acercaba a los barrotes y abría la jaula con rudeza junto a uno más que lo acompañaba. Sencillamente, aquel hombre y el segundo eran unos diez centímetros más grandes que yo y bastante corpulentos. Superaban mi masa corporal por mucho. Intenté resistirme a sus agresivos agarres dando golpes e incluso patadas, sin embargo, recibí peores tratos junto a un puñetazo en la mejilla derecha y cadenas que rodeaban mis muñecas. Una vez que los dos hombres de hierro me tenían en su control, el tercero decidió escoltarme por detrás para así evitar cualquier escape inesperado que estuviese planeando.

Recorría un pasillo hecho de bloques de piedra gris y el cual tenía una ventana rectangular cada cinco metros de distancia. Mi mejilla lastimada ardía y creía que la piel se arrancaría de mi cuerpo, las manos toscas de los soldados de hierro que rodeaban mis antebrazos también eran incómodas al igual que la sensación que tenía del tercer hombre que estaba detrás de mí. Puedo jurar que sentía su mirada sobre mis muslos y el resto de mi cuerpo.

—¿Fey? —Alcé la cabeza—. ¡Fey! ¡Ayúdenos! ¡Señorita, Fey, por favor!

El señor Xan tenía edad avanzada e incluso se rumoraba que era inmortal, ya que siempre era quien nos hablaba de guerras y batallas que el mundo había atravesado a lo largo de los años cuando nosotros ni siquiera habíamos nacido. Me parecía un adulto humilde y a la vez frágil, pero siempre creí que mi último pensamiento sobre él era erróneo por todas las aventuras que había experimentado de joven; hablo de su muerte. Observar que dos hombres de hierro lo jalaban con cadenas mientras él apenas parecía poder mantenerse en pie y con heridas graves que debían ser tratadas en el momento, era algo imposible de creer para mí. El señor Xan rogó por mi ayuda en cuanto nos cruzamos en el largo pasillo de piedra, también intentó acercarse a mí, pero recibió latigazos de parte de los hombres que lo escoltaban. En respuesta, yo también traté de acercarme, sin embargo, jalaron de mis cadenas y pude sentir las uñas de uno de los hombres de hierro atravesar la piel de mi antebrazo. Los gritos de desesperación se desvanecieron cuando ingresó a una puerta de metal pesado que generaba un ruido espantoso al abrirse y cerrarse.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora