Fey Le Brune
La lechuza me guío a la muralla para después obligarme a aparecer frente al hombre de hierro. Él no habló, ya que estaba demasiado ocupado examinándome por completo con la mirada. A pesar de lo mucho que me gustase Arahnova, no podía dejar de estar en guardia cuando entraba y mucho menos en este mismo momento.
Él dio un paso hacia delante y yo me alejé.
—Descuida. No quiero hacerte daño —Su espada era tan llamativa y me moría de ganas por empuñarla—. Tranquila, dejaré a un lado mi espada, ¿de acuerdo? —La arrojó lejos de nosotros—. Vienes de Pardas, ¿no es así? Vaya, en verdad eres mejor de lo que imaginé —Retrocedí, extrañada por su comentario—. Perdona, eso se escuchó extraño. Lo que quiero decir es que eres mil veces mejor a como han descrito a las pardianas en los libros —Sonrió de lado—. ¿Cómo lograste entrar?
—El palo —Frunció sus cejas sin entender—. Los hombres de hierro dejaron un palo con una piedra puntiaguda afuera. Lo usé.
—Un pico —contestó—. Así es como los llamamos: picos.
Mientras él hablaba yo comenzaba a caminar alrededor suyo para alcanzar a la lechuza que, por tonta, había seguido con fervor.
—Mi nombre es...
—Asher —completé—. ¿Por qué no llevas el hierro?
—¿El hierro? —Repitió con voz dócil y dejando a un lado aquella extraña posición de protección que tenía hacía mí—. Ah, ¿te refieres a mi armadura de hierro? No la uso hoy. ¿Cómo...? Veo que tienes mucho tiempo observándome para saber que soy un soldado.
—No mucho.
—¿La tela roja con encaje amarillo es tuya?
Lo miré con mucha más atención y anhelo.
—El rebozo de mi madre, ¿lo tienes tú? ¿Dónde está?
—Entonces le pertenece a tu madre —Asentí—. ¿Ves la enorme construcción de piedra de allá? —Miré sobre la copa de los árboles y afirmé con la cabeza—. Ahí dentro está el rebozo de tu madre. Lo guardo en mi habitación.
—Tráelo. Lo necesito de vuelta.
—Con gusto lo traeré mañana —respondió con firmeza. Decidí confiar en su palabra y por más loco que se escuchase tenía el presentimiento de que Asher era todo lo bueno que me había imaginado de Arahnova. Era diferente sin duda alguna. Observé a la lechuza dorada que estaba justo a mi lado y comprendí por completo el propósito que tenía desde un inicio—. ¿Sabías que las lechuzas simbolizan malos augurios?
—Eso no es verdad —alcé mi brazo a la altura de la lechuza para tocarla con suavidad—. La diosa Eliette las usa como medio de comunicación por lo tanto ellas están dotadas de sabiduría y son nuestras guías espirituales.
—Claramente las enseñanzas de Pardas no se comparan a las de aquí.
—¿Por qué lo dices?
—Porque dicen que ustedes son letales —respondió y volvió a examinarme con su mirada esmeralda—. Según lo que me enseñaron, ustedes solo son bestias incontrolables que quieren asesinarnos.
La lechuza se acercó a mi brazo y se quedó ahí, quieta.
—Qué curioso —Aparté mi atención de las plumas de la lechuza y lo vi—. A mí me enseñaron lo mismo sobre ustedes.
—Y aun así no nos hemos atacado —Hubo una pausa—. Tengo una pregunta, varias, de hecho. Si poseías ese rebozo, quiere decir que eres hija de los líderes de Pardas, ¿no es así? —Me quedé callada—. ¿Cuál es tu nombre? ¿Puedo saber?
Me encontraba fascinada por lo que ocurría. Realmente lo estaba. Sin embargo, no dejé que mis gestos faciales hablarán por mí porque lo que realmente quería era transmitir mi emoción con palabras, pero no sabía cómo. Asher me miraba con anhelo y juro que pude ver una chispa de vida dentro de sus ojos en cuanto salí de los arbustos. Fue como si su rostro se hubiera iluminado por completo porque vio algo impresionante, y la verdad era que sólo me había visto a mí. A una simple pardiana curiosa que decidió seguir a la mensajera de la diosa Eliette después de discutir sus pensamientos con su padre.
La lechuza que reposaba en mi brazo revoloteó y la punta de sus alas me hizo cosquillas en el rostro, eso me hizo darme cuenta de que me había quedado callada por un largo tiempo.
—Fey...
El sonido fuerte y escandaloso de algo proveniente de Arahnova me interrumpió e hizo que la lechuza se echara a volar para cruzar la muralla y yo cubriera mis oídos con ambas manos al igual que estando alerta por algo tan repentino como lo era ese ruido. Un ruido incómodo para escuchar. Una y otra vez. No quería detenerse.
—Tranquila —Asher cortó la distancia que nos separaba y cuando por fin me tocó, alcé mi cabeza para mirarlo—. No te pasará nada malo, sólo es la campana para el toque de queda.
¿Qué es un toque de queda?
—¿Ves esa torre de mármol? —Señaló cerca de donde estaba el castillo—. Arriba hay unas campanas enormes que siempre suenan para el toque de queda.
El horrible ruido se detuvo y, con lentitud y cuidado, Asher retiró mis manos de mis oídos.
—Una campana no puede hacerte daño desde aquí, Fey. Descuida.
Eso que Asher llamaba campanas volvió a escucharse aún más fuerte y sin aviso previo. No pude soportar aquel ruido como él lo hacía, así que lo único que pensé fue en escapar de ese lugar para que mis oídos se cubriesen y no sintiera que había una especie de gusano dentro de mi cabeza que se paseaba de un lado a otro.
Salí y corrí lo más lejos que pude. Intenté ir a las praderas, pero ese horrible sonido seguía escuchándose que comencé a creer que se había quedado dentro de mi cabeza. Miré al cielo para desviar mi atención de lo que sentía, sin embargo, la lechuza de antes se presentó y me guío a un río angosto. De inmediato sumergí mi cabeza y esperé a sentirme mucho mejor. Al sacar mi cabeza del agua, noté que la lechuza se había quedado en uno de los árboles cercanos y continuaba observándome.
—Vienes por parte de Eliette, ¿no es así? —Sabía que no me respondería—. ¿Por qué me guiaste hacia la muralla? ¿Querías que Asher y yo habláramos? ¿Cuál es tu propósito?
La lechuza emprendió vuelo hacia el horizonte en dirección a la muralla.
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Lluvia de cenizas
FantasíaA Fey Le Brune siempre le han dicho que es afortunada por nacer con aquel don que le permite controlar el Ílino, una flor dorada con poderes inimaginables que es muy codiciada por la nación que alguna vez traicionó a la suya. Pardas y Arahnova han e...