Capítulo 13

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Fey Le Brune

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Fey Le Brune

Construcciones de madera y roca fuerte, algunos eran de simples mantas y palos largos que las mantenían en pie, según lo que Asher me dijo se llaman negocios ambulantes o mercados. Creo que me gusta más el nombre de "mercados". De cualquier modo, todo lo que hay en el mercado es extraordinario. Desde guisos exquisitos y carne de cerdo hasta jarrones decorados con flores y armas diferentes. De todas las cosas interesantes que había en el corazón de Arahnova creí que el ver la fabricación de una espada sería la mejor, pero no fue así, ya que Asher me ofreció algo de comer llamado turrón y en cuanto mi boca lo probó, supe que ese dulce sería mi nueva comida favorita después del jabalí. Esa masa café con miel y almendras es mi nuevo delirio. Sé que debí haberme visto infantil en cuanto le rogué a Asher para que la señora de un ojo ciego le diera todo el turrón que había en su canasta. Para mi sorpresa ni él ni la señora se molestaron conmigo por haber terminado con el turrón. Eso me hizo todavía más feliz.

—Ahora que estás en Arahnova, quizás pueda enseñarte la campana, ¿la recuerdas? Fue aquella que te asustó esa tarde.

Asentí con la cabeza, pues mi boca estaba muy ocupada saboreando el turrón.

Asher y yo habíamos dejado de tener nuestros brazos entrelazados debido a que yo cargaba mi canasta llena de turrón y de la cual también comía mientras le seguía el paso a Asher. Podría decir que quería que él y yo estuviésemos juntos como al principio del recorrido, pero no podía separarme del nuevo dulce que había descubierto. Me parecía tan delicioso que incluso guardé un poco para que Oren lo probase en cuanto regresara de su cacería con mi hermano y su grupo. Ya podía imaginar su rostro iluminado en cuanto lo consumiera.

No sabía si Asher me hablaba, ya que había demasiado bullicio a nuestro alrededor, así que lo único que hice fue seguir mirando la estructura de cada esquina en Arahnova al igual que la variedad de cosas que vendían los mercaderes. Jarrones, flores, piezas de madera, carne fresca, fruta algo vieja, collares como los que la hermana de Oren usa, pero brillantes. También había pinturas de colores dentro de tazones que me recordaban a mi hogar. Pude darme cuenta de que había más de cuatro colores en esos tazones, sin duda alguna me preguntaba cómo los habían conseguido. Alcé mi cabeza para saciar mi curiosidad con la persona que había fabricado los colores, sin embargo un gran mural que estaba justo al fondo del negocio se robó mi atención por completo.

Una mujer con los ojos cerrados que llevaba puesto un vestido verde con mangas holgadas de color blanco y corset. No llevaba botas lo cual dejaba sus pies descalzos a la vista. Noté que esa mujer flotaba por el aire al igual que su cabello dorado de manera que la hacía ver como una especie de diosa que brillaba como el sol. Luego observé a dos hombres que estaban a cada lado. Uno a la derecha y el otro a la izquierda de ella. Ambos estaban a sus pies e inclinados, con las manos en su pecho, la cabeza hacia el suelo y sus ojos cerrados. Ambos era hombres de hierro, lo supe por su armadura, no obstante, la armadura del hombre de la izquierda era negra en su totalidad a diferencia del hombre de la derecha, él llevaba su armadura de color plata.

Había algo en esa pintura que me parecía familiar, pero no podía descifrar lo que era estando tan cerca de ella. Decidí dar unos cuantos pasos hacia atrás y al fin lo pude ver. La muralla, la lechuza y el Ílino estaban detrás de esas tres personas. Sorprendida y confundida, di otro paso hacia atrás y esta vez hice a alguien enojar. Mi canasta de turrón cayó.

—¡Idiota! ¿Qué acaso no ves por dónde caminas? Hiciste que tirase todas mis pinturas.

Me giré hacia él y vi las botellas de cristal rotas que derramaban las pinturas de aquel muchacho.

—Lo lamento.

Dejó de mirar el desastre que había causado y alzó sus ojos para mirarme, enfurecido e irritado. Sabía que estaba irritado porque su entrecejo estaba fruncido y su mandíbula estaba tensa. Ese muchacho hacía la misma expresión que mi hermano cuando se enfadaba conmigo, incluso podría decir que se ganaba puntos por hacerla mejor que él. No obstante, esa expresión de cólera se fue desvaneciendo poco a poco cuando sus ojos marinos me examinaron de arriba abajo y de la nada fueron hacía atrás para regresar a mí en un segundo.

—¿Quién eres? Nunca te había visto por aquí. ¿Cuál es tu nombre?

Su voz era casi gruesa con un tono firme y tajante que me dio escalofríos al igual que su fría e interesante mirada. Los rayos del sol provocaban una reacción brillosa en su cabello castaño oscuro.

—Ya debo irme.

Di la vuelta para buscar a Asher. Me preguntaba dónde estaba. Quería que estuviera aquí. No sabía en qué momento nos habíamos separado.

El muchacho alto y de mirada dura me tomó de la capucha y me la quitó de la cabeza. Sentí temor en cuanto mi cabello se dejó ver, realmente esperaba que la trenza que me había hecho antes de salir del establo me escondiera bien mi mechón blanco.

—Te hice una pregunta.

Él no me soltaba y yo no quería responder, así como tampoco girar mi cuerpo para enfrentarlo.

—¡Aquí estás! Mocosa escurridiza, no creíste que podías librarte de mí, ¿verdad?

Asher.

—Buena tarde, príncipe Ezra. Disculpe las molestias que esta mujer le haya causado.

—¿Quién es?

—Fiona. Es una de las huérfanas que viven con la señora Colette. Nunca ha sido adoptada, así que se ha dado a la tarea de escapar del orfanato y causarle problemas no sólo a la señora Colette, sino que también a la gente de Arahnova.

El príncipe Ezra seguía sin soltar mi capucha y yo sólo podía fijar mi mirada en el pecho de Asher que estaba más cerca de lo que alguna vez pude imaginar. Sé que no era el momento, pero Asher apestaba al olor que emanan las hierbas recién cortadas. Me hacía sentir menos nerviosa por la situación y, de alguna forma, me recordaba a Pardas.

—Si me disculpa, debo escoltarla de regreso al orfanato.

—Ese no es tu trabajo —Otra vez esa voz demandante y pesada—. Es el de Andreus o, en su defecto, el de sus soldados. Tú eres el escudero de mi hermana.

—Fue una orden directa del señor Andreus.

—No te creo —respondió sin titubear y sin soltarme—. ¿Qué haces aquí en realidad, Asher?

El pecho de Asher se infló de aire que después de unos segundos exhaló.

—Como ya se lo dije, debo escoltar a esta mujer de regreso al orfanato —Hubo una pausa—. Y, no quisiera sonar grosero, pero ¿qué hace aquí, príncipe Ezra? No veo a su escolta con usted. No debería salir del castillo sin una escolta real.

No hubo respuesta inmediata como las otras veces. En su lugar, sólo hubo silencio. Asher tomó mi capucha y de una manera sutil hizo que ese príncipe quitase su mano de ella para después volver a colocarla sobre mi cabeza.

—Con permiso.

Sentí el fuerte apretón de la mano de Asher sobre mi brazo al mismo tiempo que me pegaba a su cuerpo y nos alejábamos de aquel lugar.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora