Capítulo 33

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Linette Edevane

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Linette Edevane

Era un nuevo día en mi nación. El sol bañaba las paredes de mi castillo, las flores estaban más hermosas que cualquier otro día y la fruta estaba fresca. Era un día muy bello para un funeral. Mi gente más leal me acompañaba y la mayor parte de mi pueblo lloraba la muerte de mis abuelos desconsoladamente, incluso más que yo misma. Raven estaba al lado de Andreus, resguardando los ataúdes fabulosamente bellos y resplandecientes que brillaban si la luz del sol se reflejaba en ellos. Siempre pensé que mi abuela era hermosa y que mi abuelo emitía un poder absoluto que ni los mismos dioses eran capaces de aparentar, sin embargo, justo ahora, ninguno de los dos era hermoso ni emitía poder. Ambos solamente eran dos ataúdes reales que estaban siendo enterrados bajo la tierra de la nación a la que gobernaron alguna vez.

—Mi reina, me temo que el príncipe Ezra ha salido del calabozo antes de lo previsto —susurró uno de mis soldados en mi oído.

—¿Cómo salió de ahí? —susurré.

—La puerta de su celda estaba abierta cuando llegamos.

—Quiero que lo busques por todo el castillo.

—Ya lo hemos hecho, su majestad. Me temo que se ha esca...

El soldado dejó sus palabras en el aire en cuanto mis ojos se clavaron en su rostro. Últimamente, los guardias se interrumpían a sí mismos y bajaban la cabeza siempre que los miraba fijamente.

—Volveré a buscar, su majestad.

—Si no lo encuentras aquí, quiero que lo busques afuera, ¿entendido?

—Sí, su majestad.

No hubo actividades en Arahnova fuera de la búsqueda exhaustiva de Asher, Griffin y la pardiana llamada Fey. Era un día de luto para toda mi nación y mientras ellos se escondían a llorar en sus hogares de piedra, yo leía y releía el libro de mi abuelo. No había demasiada información escrita, pero los garabatos y dibujos que había en él me ayudaban a comprender aunque fuera un poco de lo que hablaba el libro. Tomé un sorbo del té que siempre tomaba mi abuela cuando se encontraba indispuesta. Después, pasé una de las páginas y enseguida vi la imagen de un árbol grande y retorcido en el que aguardaba una lechuza. Detrás del dibujo había letras que apenas se notaban, claramente, escribían el nombre de esa mujer. 

Las páginas siguientes escribían algo completamente diferente

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Las páginas siguientes escribían algo completamente diferente.

Esperé a que mi nombre apareciera en cualquiera de las páginas, pero jamás sucedió

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Esperé a que mi nombre apareciera en cualquiera de las páginas, pero jamás sucedió. La tinta con la que habían sido escritos esos nombres se había derramado al final de una de las páginas, por lo que el resto de ellas tenían manchas negras.

—Majestad, hemos buscado por todo el reino y no logramos encontrar al príncipe Ezra. ¿Activamos la alarma de...

—¿Dónde está Andreus?

—Aquí, majestad —Entró por la puerta del gran salón y de inmediato se postró ante mis pies con la cabeza baja—. Mis soldados y yo hemos buscado por todas partes y no hay señales del príncipe, Ezra. Nadie lo vio salir del castillo, así como tampoco lo vieron salir de Arahnova.

—Tú fuiste la última persona que lo vio —Alzó la cabeza—. Crees que no lo vi, pero sí lo hice. Tú te negaste a llevar a mi hermano al calabozo, no querías encerrarlo, dime una razón por la que no deba asumir que lo dejaste escapar y me hiciste pensar que habías obedecido mis órdenes.

—Mi reina...

—Dime una razón por la que no deba asumir que evitas encontrar a Asher. No soy estúpida, señor Andreus, conozco a la perfección su relación con Asher y estoy más que segura de que no lo ha encontrado porque se limita a hacerlo. Y en caso de que lo hiciera, jamás me lo diría. ¿Me equivoco?

—Llevo años sirviendo el trono de Arahnova. Le fui leal a sus bisabuelos, a sus abuelos, a sus padres y ahora me toca ser leal a usted. Cualquier relación que haya tenido con Asher Spinster se ve totalmente interrumpida debido a su traición a la nación. Usted me ordenó encontrarlo y matarlo, entonces es lo que haré.

Volvió a bajar la cabeza y se llevó la mano al corazón. Siempre vi al señor Andreus como un soldado que a pesar de su avanzada edad no tenía debilidades, sin embargo, aun después de su discurso, sabía perfectamente que ni aunque recibiera todos los beneficios del mundo, el señor Andreus era capaz de ejecutar a Asher. Y también sabía que yo no era capaz de verlo morir. Me conocía bastante bien como para saber que en cuanto me dijeran que habían capturado a Asher, ordenaría que lo llevaran a mí porque sencillamente la idea de que muriese no me agradaba para nada a pesar del rencor que sentía hacia él por haberse marchado con el salvaje que mató a mis abuelos.

—Conozco el afecto por ese traidor mejor que nadie, así que le propongo cambiar el plan. Usted capturará a Asher y lo traerá conmigo.

—¿Qué hay de Griffin Aragón?

—Dije que solo quiero a Asher conmigo.

—¿Qué hay del príncipe Ezra, majestad? ¿Quiere que asigne un escuadrón para él?

—Seguramente mi hermanito está tan devastado que se ha escondido en lo más profundo de Arahnova. No quiero que gaste las energías de sus soldados y las suyas buscando a un príncipe que disfruta desobedeciendo las órdenes de su reina y hermana mayor. De él ya me encargaré yo.

El señor Andreus se encaminó a la salida del gran salón y detrás de él salieron los soldados que lo respaldaban. La puerta se cerró y una vez más me vi completamente sola en una habitación lujosa e increíblemente grande que desde luego me hacía sentir como un bicho que debía ser aplastado o por lo menos acompañado para que no se sintiera abandonado. Asher debería ocupar la silla que está a mi lado. Él debería estar conmigo en este momento. Y estoy segura de que lo hubiera estado si no hubiera sido por el ataque que sufrimos. Puede que el salvaje pardiano haya matado a mis abuelos frente a mí, pero no puedo evitar no pensar en la mujer que conversó con mi abuelo mucho antes de su muerte. No puedo borrar su rostro, sus mechones blancos, su mirada casi dorada y esa determinación con la que entró al gran salón.

No podía dejar de pensar en ella y una gran parte de mí me decía, no, me gritaba, que el nombre que se repetía en la libreta de mi abuelo le pertenecía a esa mujer, pues los dibujos que había aquí se asemejaban demasiado a ella. Quizás tenga razón.

—¿Es ella, abuelo? ¿Ella es a quien debo vencer?

Alcé el libro para tener una mejor visión de él y para cuando lo levanté, una hoja percudida y con manchas de humedad cayó de dentro de las últimas páginas del libro. Cerré el libro y le eché un vistazo a aquella hoja. Estaba muy bien doblada y parecía ser una especie de carta escrita por alguien con caligrafía increíblemente impecable y hermosa. Tuve curiosidad y leí aquella carta vieja.

Por supuesto, no debí haberlo hecho.

—Ezra...

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora