Capítulo 37

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Arahnova era la tierra prometida

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Arahnova era la tierra prometida. Cualquiera que viviera ahí sería digno de lujos, una vida llena de abundancia y salud para su familia. No había nada en Arahnova que el mundo no quisiera. Sin embargo, cuando el rey Deo y la reina Adara subieron al trono y desterraron a todos los que venían de Pardas, hubo incertidumbre y una cortina gris cubrió a Arahnova durante un tiempo. Deo creyó que todos los pardianos se habían ido, pero en realidad se había equivocado. La familia Reinfred se había escondido muy bien dentro de un refugio subterráneo que ellos mismos habían construido debido a que la señora Reinfred apenas había dado a luz a su primera hija que aunque hubiese nacido en Arahnova, para los nuevos reyes, esa bebé seguía teniendo sangre pardiana al igual que sus padres y merecían ser desterrados o, en su defecto, colgados en la horca. Por varios años la pequeña Emery estuvo encerrada en aquel refugio subterráneo del que no salía a menos que fuera realmente necesario. Sus padres se habían encargado tan bien de cuidarla y hacerla pasar por una mujer cualquiera de Arahnova que nunca nadie la descubrió. Emery creció, se enamoró como cualquier persona en el mundo y contrajo matrimonio con el jardinero real del castillo de Arahnova. Caspian sabía que Emery era hija de Pardas, pero jamás le dio importancia porque podía ver la bondad que había en ella y en sus padres. Caspian quiso que su esposa saliera del refugio subterráneo para siempre y entonces construyó una casa alejada del corazón de Arahnova donde ella y su nuevo hijo que estaba a la espera de nacer podían vivir tranquilamente.

—¿Qué nombre quieres ponerle al bebé?

—No lo sé. Creo que necesito mirarlo antes de decidir.

—Sea cual sea el nombre que elijas, sé que será perfecto. Igual de perfecto como tú, mi amor.

—Oh, Caspian, te pones muy cursi antes de dormir.

Todos sabemos que el mayor deseo de aquellos que se han enterado de que serán padres, es vivir el momento exacto en el que sus hijos llegan al mundo. Emery y Caspian no eran la excepción. Hasta los dioses podían asegurar que eran la pareja más entusiasmada por convertirse en padres de un varón. Sin embargo, la vida como trabajador dentro del castillo nunca fue un buen lugar para contar acerca de la vida privada de los otros. Caspian estaba tan entusiasmado por ser padre y tan harto de esconder su felicidad que no pudo evitar contarle al hombre que creía que era su mejor amigo respecto al embarazo de Emery. Aquel hombre fingió tan bien que Caspian no sospechó absolutamente nada, pues el hombre que se hacía llamar su mejor amigo intercambió la información sobre Emery y su hijo con el rey Deo por un par de monedas más.

—¿Dónde está Caspian, mamá? Se perderá el nacimiento de Ezra.

—Tranquila, querida. Seguramente ya viene en camino.

—No me siento bien.

—Puja, hija mía. Puja con más fuerza —dijo su padre.

—Ya puedo ver su cabecita, mi niña. ¡Tú puedes!

El primer día de invierno arribó y con él el llanto de un pequeño bebé de tez blanca y cabello castaño oscuro que estaba cerca de ser negro como la oscuridad. Esa noche dos vidas radiantes fueron arrebatadas y una más llegó al mundo. Emery solo vio el rostro liso de su pequeño, pero jamás lo pudo tener en brazos, pues su vida se había apagado tan fugazmente como la luz de una vela. Caspian ni siquiera tuvo la oportunidad de ver a su hijo y a su esposa por última vez debido a que el rey Deo lo había enviado a la guillotina tras descubrir su traición a Arahnova. Desde el día uno del nacimiento de Ezra, sus abuelos supieron que su vida no iba a ser sencilla, pues ya no tenía padres y su sangre mitad pardiana y mitad de Arahnova lo convertía en un blanco curioso que quizás sucumbiría los cielos en el futuro. Sus abuelos fueron perseguidos por los soldados del rey y ellos no tuvieron otra opción más que correr con el pequeño Ezra envuelto en una manta blanca manchada de sangre.

—¿Qué haremos con él? —preguntó la anciana—. No podemos dejar que maten a esta criatura, es solo un bebé.

El padre de Emery sabía que si dejaba a su nieto en manos del orfanato de Arahnova, quizás su vida se reduciría a malos tratos por el simple hecho de haber sido abandonado, así que pensó en algo mejor. El señor Reinfred escribió una carta con el nombre de su nieto y la información esencial sobre él para después dejarlo en un rosal del bosque que se encontraba cerca de la muralla.

—Nadie lo encontrará aquí. Morirá.

—Cualquier persona con un corazón noble y valiente que se atreva a venir hasta la orilla de la muralla para cuidar del rosal, será digna de cuidar a nuestro nieto. Si nadie llega a salvarlo, entonces la diosa Eliette lo protegerá. Sé que lo hará.

El ruido de las armaduras de hierro alertó a la pareja de ancianos que se habían escondido de su destino durante mucho tiempo. Ambos ancianos huyeron del rosal para alejar a los soldados de su nieto y por más que intentaron escapar, no lo lograron. La familia Reinfred ya no existía y su único heredero había sido encontrado por la princesa Dagna, hija única del rey Deo y la reina Adara. La mujer había ido a la orilla de la muralla para cuidar del rosal que su prometido, Vander Edevane, había plantado para ella alejado del corazón de Arahnova y de las miradas codiciosas de su nación.

—Ezra —dijo Dagna luego de leer la carta que el bebé llevaba consigo. Dagna lo cargó en brazos y él comenzó a llorar desconsoladamente—. No te preocupes, pequeño. Ya estoy aquí. Yo te cuidaré, mamá ya está aquí.

A Dagna le encantaban los niños y a pesar de que ya tenía a su propia hija, la princesa Linette, no pudo abandonar al pequeño bebé varón que había encontrado, pues a diferencia de sus padres, ella tenía un corazón noble que se doblegaba ante una mirada bondadosa e inocente.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora