Capítulo 36

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Fey Le Brune

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Fey Le Brune

La velocidad con la que corría el caballo no me parecía suficiente. Quería llegar ya con mi madre. Necesitaba estar a su lado y detenerla. La rabia que la había invadido estaba tomando decisiones por ella y esas decisiones no tenían un buen final. Oren, Asher, Griffin y Ezra estaban detrás de nosotros además de dos Albas más que Ezra trajo. Reika quiso acompañarnos, pero Ezra no se lo permitió, pues le pareció que no era necesaria su presencia y al estar por encima de Reika, ella no tuvo otra opción más que acatar sus órdenes.

—¡Elián, apresúrate!

Mi hermano golpeó el estómago del caballo y este relinchó para después correr más rápido. Ya habíamos salido de la isla y nos encontrábamos cruzando el bosque. No entendía cómo habíamos perdido a mi madre tan rápido, sin embargo, yo mejor que nadie comprendía su apuración por llegar a Arahnova. La conozco y a pesar de que siempre fue tranquila y se mantenía al margen de las peleas, mi madre siempre tuvo el corazón de una guerrera. El corazón de una mujer que amaba a su pareja y a su nación. El corazón de una mujer de Pardas que está dispuesta a hacer cualquier cosa por su pueblo. Mi madre siempre se refugiaba en sus visiones y por esa razón era la mujer más sabia en mi nación, sin embargo, Pardas ya no existe y la mujer serena que era mi madre tampoco.

Llegamos a campo abierto y mis ojos ya podían ver la gran muralla de Arahnova, pero cuanto más avanzábamos, más lejana me parecía. Escuché un chiflido detrás de mí que era agudo y fuerte, a los pocos segundos una paloma plateada con marrón estaba sobre nosotros. Seguí a aquella ave con la mirada y me detuve cuando la observé volar junto a Ezra. Nuestras miradas se encontraron por unos segundos y entonces deduje que la paloma le pertenecía a él.

—¡Adelántense, le enviaré un mensaje a Raven para advertirle!

—¡¿Cómo harás algo así!? —preguntó Oren al mirarlo.

—¡Daryn, Gokiru, no quiero que se separen de ellos! —Ordenó a los Albas mientras el paso de su caballo iba disminuyendo poco a poco. Su ave se posó en su hombro y él nunca dejó de mirarnos—. ¡Confíen en mí!

Mi hermano gritó y volvió a dar un golpe en el estómago del caballo. Los demás copiaron su acción y por fin llegamos a la orilla de la muralla. Preparé mi arco y escuché a Asher cargar su ballesta. Ambos apuntamos a la abertura de la muralla, pero no disparamos ninguna flecha.

—Santo cielo...

Los hombres de hierro que custodiaban el enorme agujero que tenía la muralla se encontraban en el suelo, degollados y encima de charcos de sangre que no soporté mirar. Eran más de tres hombres de hierro muertos. Mi madre no había dejado ni un solo sobreviviente. Los cascos blancos de los caballos que montaban se mancharon debido a aquellos charcos color carmesí y mi estómago se revolvió. Tuve que ignorar la sensación de vómito que había sobre mi boca y bajé del caballo. Los Albas que Ezra había traído copiaron mi acción al igual que Asher y mi hermano.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora