"En un mundo de magia y misterios, el amor puede ser un refugio... o la tormenta que desata la guerra.
La sangre dorada en el suelo es solo el comienzo; en Aethel, cada lágrima derramada forjará el futuro de un ser mágico."
Nuevamente, quisiera comenzar este capítulo dedicándole mis palabras a alguien muy importante para mí. A mi papá MiltonVazquez6, quién me ha apoyado desde los inicios de la historia y dado mucho amor en cada capítulo. Te amo mucho papá.
Quisiera aclarar que este capítulo va dedicado primero que todo porque entiendo y comprendo los esfuerzos que hacen nuestros padres por nosotros (ya sea mamá o papá) y que, aunque a veces no comprendemos el porqué de sus actos, no hay nada que ellos no hagan por amor a nosotros. Y quizás comprendan un poquito a Ford (JAAJAJAJ).
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24 de diciembre. Noche buena. El jodido día de mi nacimiento.
No creo recordar un solo año pasado de mi cumpleaños en el que no me haya odiado durante las veinticuatro horas del día. Incluso cuando era una niña fingía alguna enfermedad tonta para pasar el día en mi habitación rodeada de la soledad y escuchando miles de pensamientos y preguntas acerca del porqué de la vida que me había tocado vivir.
La gran diferencia entre aquellos años y el ahora, es que para aquel entonces yo había tenido la libertad de decidir quedarme encerrada y construir una cárcel llena de castigos que yo misma me obligaba a sufrir. En este instante estaba sintiendo lo mismo, tenía la boca seca, el cabello hecho una maraña rebelde de nudos, el dolor en las extremidades y nudillos por pelear en vano contra la puerta cerrada con magia enfrente de mí y la ausencia de mi poder recorriendo mis venas a causa de los tres sellos mágicos que tenía dentro de mi piel. Lo único distinto era que yo no había elegido vivir esto, yo estaba siendo obligada por el mismo hombre que me había hecho odiar mi cumpleaños durante toda mi maldita vida.
Ya no quedaban dentro de mí esas ganas de luchar, ni ese odio desmedido por el hombre que había fingido quererme y que solo me había usado como un maldito peón en su juego de ajedrez, ni esa rabia por no tener el control sobre mí o la capacidad de decidir qué hacer con mi vida. No tenía ganas de vivir, de hecho, ya no sentía mi corazón latente dentro de mí, y no me refería en lo absoluto a aquel órgano vital que se escondía temeroso de mil daños dentro de mi caja torácica, yo hablaba de aquella parte emocional en mi pecho que me hacía sentir llena de energía para continuar.
Energía que ya no tenía, emociones que ella no quedaban y vida que se había terminado.
¿Hasta dónde había llegado odiando lo que había vivido?
¿Qué había conseguido luchando por una vida mejor?
Todo lo que obtuve en la batalla de mi existencia fue una guerra, una guerra que mató lentamente la fuerza de voluntad que había tenido para luchar por lo que yo creía, por lo que yo quería y deseaba ser. Dejé mi cuerpo descansar, sabiendo que no habría descanso en mi mente, sobre el colchón lleno de muelles que había en la celda, en las mismas cuatro paredes reducidas y viejas que habían retenido a mi madre durante meses.