Capítulo 2

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El sol calentaba desde lo más alto del cielo, y Helena se puso el brazo sobre los ojos, molesta de su intenso brillo. Estaba tirada sobre la jarapa que habían usado para sentarse en el jardín. Su madre había traído bocadillos, además de frutas y frías bebidas, todo en una cesta de madera. Sería su comida, como ya era tradición en su día de chicas. Sin que se diera cuenta por estar con los ojos cerrados y tapados, su madre le acarició los oscuros cabellos que se esparcían por toda la jarapa.

Helena abrió los ojos y la vio. Siempre había pensado que su madre era hermosa, con el cabello rubio rojizo rizado, además de una figura curvilínea. Su rostro estaba decorado por dulces pequitas, como las llamaba su padre, -aunque ella no entendía como unas pecas podían ser dulces- y que ella había heredado, aunque en menor medida. Su nariz era aguileña, pero a ella no le importaba, y sus oscuras cejas destacaban sus ojos grises.

—¿Es que estás cansada? —Helena negó —Podemos posponerlo si lo prefieres, cariño.

—No, madre. Me gusta pasar tiempo así contigo —Su voz sonaba dulce y despreocupada, como no había sonado hacía años.

—Está bien. ¿Quieres empezar a comer? —Helena asintió con ahínco, poniéndose sentada.

—Pero este —dijo cogiendo uno de los bocatas que habían en la cesta —Es para Ben.

La expresión de su madre se volvió divertida.

—¿Para tu hermano? —Ella asintió —Pero puede coger más de la cocina.

—Da igual —dijo cabezota —Quiero darle uno.

—¿Quieres mucho a tu hermano?

—Claro —Helena sonrió —Pero te contaré un secreto: te quiero más a ti.

—Ay, mi bebé —dijo ella cogiendola como a una muñeca y abrazandola muy fuerte —Yo también te quiero.

Sus ojos se abrieron desconcertados, y lo único que había en su cabeza era un "¿dónde estoy?". Pero pronto reconoció el cuarto, su cuarto. Con la respiración entrecortada, los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no las dejó caer.

Se levantó de la cama y fue a su refugio usual. Hacía tiempo que no había tenido un sueño con su madre, y menos tan lúcido, y tan bonito. Ella se dio cuenta, caminando por los pasillos, que en realidad había sido un recuerdo. Hacía ya casi una semana que no había vuelto a dormir con él, así que con un poco de emoción, abrió la puerta de la habitación de Ben, y durante unos segundos, se mostró perpeleja. No estaba. Hasta que recordó que se había marchado el día anterior por la mañana a la Corte junto a su padre. Suspirando, dio media vuelta, y fue a tomar un poco el aire al lugar en el que solía hacerlo antes de invadir la habitación de su hermano.

Subió las escaleras, y poniendo al otro lado la lámpara de aceite, dio el último paso hacia el tejado, una de las partes de éste que no era inclinado y con tejas, sino como una azotea, pero cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que no estaba sola.

El muchacho estaba en el borde de ésta, y vio lágrimas que se veían plateadas por la luz de la luna caer de sus ojos. Su cabello era castaño oscuro, casi negro en la oscuridad. Además, tenía el pelo liso y hasta las orejas, más largo en los dos mechones a cada lado de su frente, y sus ojos eran grises, como los de ella, pero aun así diferentes. Su figura era esbelta y delgada, tan alto como Ben, pero a diferencia de su hermano, él no parecía tener los músculos desarrollados. No era fuerte de ninguna de las perspectivas, ni físicamente, ni tampoco emocional, como era obvio al mirarlo. Él tomó una honda respiración que la distrajo de seguir evaluándolo y dijo para sí —Adiós mundo cruel —Fue en ese momento en el que se dio cuenta de que se iba a suicidar. Sin embargo, medio minuto después seguía ahí, mirando con una expresión asustada hacia abajo.

—¿Vas a hacerlo o no? —Su voz lo alarmó y cuando giró su rostro, se encontró con una joven de pelo moreno y ojos marrones cruzada de brazos. La lámpara en el suelo hacía que estuviera iluminada, o no la habría visto en absoluto.

—¿Disculpa?

—Te he escuchado, eso del mundo cruel y blablabla.

—Vale...

—Pues eso, si vas a hacerlo, date prisa —añadió con molestia —Quería pasar un rato en soledad —Él se veía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Ya, bueno. Para hacerlo se necesita un poco de tiempo.

—Claro.

—¿Qué? —preguntó al notar un tono sarcástico en su voz.

—Que eres un cobarde, no sólo por no haberte tirado ya, sino por estar aquí intentando hacerlo —Con una expresión de asco añadió —Me pones enferma.

Él se giró para encararla —¿Que te qué? —Ya no había rastro de las lágrimas.

—Me pones en-fer-ma. ¿Te lo deletreo o no hace falta? —Su ceño se frunció.

—¿Porque eres así? —preguntó.

—¿Y tú? Odio a las personas que no pueden seguir sus objetivos. Si quieres hacerlo, ¿por qué no lo has hecho todavía?

—Quizá porque quitarse uno la vida es complicado.

—Y estúpido, te olvidas de la parte de estúpido —Él parecía perdido, y ella rió con ganas y con una mano en su pecho —Por los dioses, si alguien debería estar así, al borde del suicidio, esa soy yo.

—¿Ah?

—Nada, nada —dijo sacudiendo la mano restándole importancia —Ahora tirate o vuelve con tu mami. Pero no me hagas perder más es tiempo.

—Niña cruel —Aunque la había llamado niña, realmente parecían compartir la misma edad, año arriba año abajo —Da igual, he cambiado de opinión.

—Lo ves, si yo sabía que cuando querías podías ser inteligente.

—Prefiero tomármelo como un cumplido.

—Adelante —Helena se encogió de hombros. Y con un suspiro anunció —Vuelvo a mi cuarto, donde nadie va a intentar hacer estupideces. O si lo hacen, no será delante de mí.

Él se vio nervioso y estiró el brazo, como si fuera a detenerla, aunque al final lo bajó antes de llegar a tocarla. Helena cogió la lámpara de aceite, se giró justo cuando se sentaba en las escaleras para marcharse, y sonrió. Puede que lo considerase un idiota, pero por un momento le había hecho olvidar lo miserable que se sentía.

—¿Puedo al menos saber tu nombre? —le preguntó el chico.

—Ha sido un placer, chico suicida —dijo ella aún así llevándose la lámpara con ella y volviendo a dejarlo en la oscuridad.

Y entonces él la reconoció. Era la chica a la que él y sus amigos llamaban la chica maldita. Y ahora entendía su comentario.


La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora