Capítulo 4

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Al final, Ben y Helena sólo habían pasado una noche juntos en los cuatro días que habían pasado desde la conversación con Emilie, y aún así, aún no le había sacado el tema de... ¿sus miedos? No lo tenía nada claro.

En ese momento estaba en la biblioteca del castillo, enfrascada en una leyenda y sentada en unos de los sofás en frente de la chimenea apagada. En el otro estaba Ben. Helena, a diferencia de su hermano, no le gustaba leer, nada. Y ahí se encontraba aún así. Con un libro en sus manos. Sin embargo, sus ojos no estaban en él, sino en Ben. Sus pestañas eran largas y negras y el pelo le había crecido lo suficiente para que las puntas se le rizasen, había sacado los rizos de su madre, al parecer, no como ella. Ben se tocó el labio con un dedo, inmerso en su lectura. Nunca lo había pensado, pero tenía unos labios gruesos, que juraba que contra los suyos serían suaves y dulces, o tal vez no, tal vez desesperados. Helena no conocía a Ben en esos ámbitos. Aunque lo deseaba.

La puerta se abrió con un estruendo, y el vello de sus brazos se erizó, poniéndola nerviosa. Sus mejillas estaban coloreadas de rojo cuando vio a su padre llegar hasta ellos. Esperaba que su cara, con una expresión culpable, no la delatara. No sabía cómo la miraría su padre si supiera los pensamientos lascivos que tenía con su propio hermano.

Ben levantó la vista de su libro y miró primero a Helena, quien se encogió de hombros —Necesito hablar con vosotros —expuso cuando se encontró en frente de ambos.

—Habla, padre. No me preocupes así —dijo Helena con el ceño fruncido. Él asintió y se sentó en la butaca libre que quedaba, al lado de Helena.

—Quiero que vayáis hasta Costa azul.

—¿Costa azul? ¿Al castillo donde se hospeda la tía abuela Leonor?

—Así es, Ben.

—¿Por qué? —preguntó Helena. Ben y ella apenas conocían a su tía abuela, sólo por las comidas o cenas familiares —¿Está todo bien?

—De momento.

—¿Como que de momento? Padre, sé más específico, por favor —Su padre, a pesar de los años, no había perdido el hábito de las respuestas escuetas.

—Me ha llegado una carta del médico. Vuestra tía abuela está enferma —Helena se llevó una mano a la boca, conmocionada. El hecho de que apenas la conociera no quería decir que no fueran familia, y siempre que los había visto los había tratado bien y les había dado regalos.

—¿Pero se pondrá bien? —preguntó con la esperanza deslizandose fuera de su boca junto a las palabras.

—No lo sé, mi vida —dijo sosteniendo su mano —Por eso quiero que vayáis, por lo menos hasta que mejore un poco.

—Está bien —contestó Benn. Helena asintió —¿Cuándo nos vamos?

—Esta tarde misma. Los criados ya están preparando vuestros baúles —Ben asintió, cerrando el libro con el marcapáginas.

—Voy a ayudar a las sirvientas —dijo Helena levantándose y dejando el libro de cualquier manera sobre la butaca en la que estaba sentada previamente.

—Yo también —concordó Ben.

—Esperad, hay algo que no os he dicho —Ambos se detuvieron y miraron a su padre —Yo no voy.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Helena triste.

—Su majestad me necesita, volveré mañana a la Corte.

—Dioses, ese hombre no sabe ni atarse los cordones de los zapatos solo —soltó Ben con desprecio.

—¡Benjamin!

La Profecía (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora